Capítulo 18

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—¡Mis orquídeas!

Levanté la cabeza para ver a la madre de Mason y Oliver correr hacia las orquídeas en las que acababa de vomitar. Me empujó para llegar a la manguera y regarlas un poco así el olor espantoso a vómito se iba. Segundos más tarde volvía a empujarme y me gritaba cosas horrorosas solamente porque le había vomitado en sus flores.

Mason llegó corriendo hasta donde la situación se desarrollaba, tomó a su madre por los brazos, la sentó en la silla y comenzó a hablarle para calmarla. Oliver llegó justo tras de su hermano y vino a auxiliarme. Me entró en la casa y me sirvió un vaso de agua.

—Estoy bien, Oliver, en serio.

—No estás bien. Vomitaste. ¿Estás enferma?

—No. Es mucho peor.

—No importa qué tengas, igual vomitaste. ¿Necesitás hablar con alguien o tomar algún medicamento?— recordé las vitaminas prenatales que llevaba en la camioneta y que no había tomado nunca desde que me las dieron.

—No. Fueron náuseas, estoy bien. Gracias por el agua, pero me tengo que ir.

Volví a ponerme mi abrigo, el cual me lo tuve que quitar obligada por Oliver quien dijo que dentro de la casa hacía calor. Me dirigí hacia la puerta mientras intentaba quitarme el cabello de adentro de la campera, pero Oliver me detuvo sujetándome el brazo. Me di vuelta para mirar sus lindos ojos miel mientras él titubeaba e intentaba buscar las palabras necesarias para comenzar a hablar.

—No suelo preguntarle esto a todas las chicas, pero...— lo único que esperaba era que me invite a tomar un café —me enteré que sos instructora de equitación y quería saber si me podías ayudar con salto. Hay algo que estoy haciendo mal y no sé qué es.

—¿Ahora?— no esperaba eso y la verdad estaba un poco decepcionada.

—Es cierto, acabás de vomitar. Perdón. Seguro tenés un montón de alumnos con los que trabajar y no quiero retras...

—Oliver. Vamos a la pista. En silencio por favor, antes de que me den náuseas de nuevo.

Fuimos hasta la pista, él me dijo que iba a ensillar su caballo mientras yo arreglaba el circuito. Unos minutos más tarde, apareció trayendo de tiro a una yegua baya de buen porte. Era muy linda y se notaba su mansedumbre. Acaricié el cuello del animal y le acerqué la escalera a Oliver para que suba debido a que la yegua tenía una altura importante. Me acerqué a la tranquera y la abrí para que pueda pasar; una vez estuvimos todos en la pista, la cerré.

—Seis saltos. No son difíciles, están entre los treinta y ochenta centímetros. No sé qué tan alto salta esta yegua, pero creo que va a estar bien. Igual primero vas a dar unas vueltas a paso, vas a hacer trote, una diagonal, seguís con trote y después comenzás el galope.

—Sí, lo usual.

Lo miré mal. ¿Qué es eso de lo usual? Aún así, estaba acostumbrada a esos comentarios y no me ofendían, lo que me molestaba eran las hormonas que se elevaban por la criatura que llevaba dentro mío. Procedí a explicarle el orden de los saltos y luego le dije que los iba a repetir.

Comenzó haciendo paso y todo iba perfecto. Cuando comenzó el trote me di cuenta que lo que me decía era cierto, algo raro había. Se puso aún peor cuando llegó el primer salto, a pesar de ser el más bajo, la yegua hizo mucho esfuerzo para pasarlo y él iba con los ojos cerrados. Lo paré una vez que terminó el circuito.

—¿Cómo se llama?— pregunté señalando a la yegua.

Harmony. Te ves preocupada, ¿tan feo estuvo el recorrido?

—Es tuya la yegua, ¿o no?— asintió con la cabeza—¿La montás seguido?

—Sí, casi todos los días. Desde hace tres años.

—¿Entonces por qué no hacés contacto? ¿Por qué vas tenso?

Me miró asombrado, no se esperaba que yo en serio le corrigiera algo. Pero la verdad era que su recorrido había sido espantoso. Suspiré, odiaba tener que explicarle todo a las personas que ya sabían montar como si nunca lo hubiesen hecho antes.

—Si vos estás feliz, triste, tenso, enojado o de cualquier manera, el caballo lo siente, y de alguna manera se termina sintiendo como vos. Bajá las manos y cuando montés dejalas quietas, haciendo contacto con Harmony. De esa manera ella va a estar tranquila. Y tenés que tener una mejor postura, no podés ir tenso o encorvado. En la equitación tu postura, tu tranquilidad y tus piernas van a manejar al caballo, ¡y ni siquiera podés hacer trote inglés!

—Bueno, disculpame, no sabía que eras la reencarnación de George Morris. Si tan mal lo hice, mostrame cómo se hace.

Respiré. Titubeé. No agarré su casco, el cual me lo ofrecía con enojo e intolerancia. No podía. Sabía que no podía montar. Miré a Oliver, otra vez a sus ojos miel y mis hormonas reaccionaron al verlos. Me sonrió y tomé el casco, me había convencido. Tenía cinco meses de embarazo de los cuales Oliver no sabía. Lo único que tenía que lograr era mantenerme sobre el caballo y no caerme en lo absoluto. Si lo lograba, podía mantenerlo en secreto y James nunca se enteraría, evitando así otra pelea.

Subí a Harmony luego de abrocharme el casco. Estaba por vomitar nuevamente, no a causa de náuseas, sino de nervios y culpa. Sabía perfectamente que estaba haciendo algo mal, muy mal, pero lo estaba disfrutando. Hacía meses no montaba y empezaba a sentir como que me faltaba el oxígeno.

Hice paso, una diagonal, trote inglés bajando bien los talones, me senté y comenzó el galope. Hice una o dos vueltas, bien no lo recuerdo, estaba llena de adrenalina. Y me frené frente a Oliver.

—Si yo te filmo mientras vos hacés ese mismo recorrido que yo hice, vas a darte cuenta de todos los errores que tenés.

—¿Puedo hacerte una pregunta?— dijo mientras yo me bajaba de la yegua y le entregaba el casco —¿Por qué no saltaste?

—Eso no es asunto tuyo. En serio— comencé a caminar hacia la camioneta.

—¿Y por qué tan intolerante?

Me frené antes de abrir la puerta para subirme. Lo miré, intentaba respirar profundo para que ni sus ojos ni mi intolerancia afectaran a mi respuesta.

—Hay muchas cosas por las cuales estoy intolerante y una sola tiene que ver con vos. ¿Sabés qué fue lo primero que pensé cuando pasaste el tercer salto y la yegua trastabilló? Que la ibas a lastimar, o que ya la lastimaste y que por eso no quiere que la montes. Cuando me dijiste que siempre la montabas, me asusté porque no podía comprender cómo alguien que monta regularmente a una yegua, entra a una arena pareciendo que quiere lastimarla. Te pido perdón por mi intolerancia, pero cuando un caballo está por lastimarse por negligencia o descuido del dueño, me pongo intolerante.

Subí a mi camioneta y cerré la puerta provocando un estruendo y odiándome por la fuerza que había aplicado en esa puerta. No me sentía nada mal por lo que le había dicho a Oliver, pero él me miraba desde afuera asombrado, no se había movido desde que terminé de hablarle.

Agarré mi celular para ver qué hora era, pero en cambio algo más llamó mi atención.

Quince llamadas perdidas de James.

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora