NOTA AL FINAL MUY IMPORTANTE
La miraba moverse, respirar, servir el té en una taza, mientras que con su dulzura me lo alcanzaba y tomaba mi mejilla con su mano. Por un largo rato se quedó en silencio, con una sonrisa en su cara y sus ojos en mí. Yo me conformaba con su presencia, con saber que estaba bien. Desde que mi abuelo falleció, hace casi cinco años, una parte de ella murió con él; al igual que una flor que sobrevivió a la helada más cruda, de a poco sus raíces fueron haciéndose más fuertes, y sus pétalos contenían más vida. Era mi abuela y allí estaba, enfrente mío.
—Quiero que me cuentes todo— dijo.
—Es mucho, prefiero saber de vos. ¿Adónde estuviste todo este tiempo? ¿Por qué no llamaste?
—Querida, los teléfonos tienen dos puntas.
—Sí, es cierto, yo tampoco llamé.
—No te preocupes. Lo importante es que estoy acá, con mi persona favorita. Ahora, contarme, dale.
Tomé aire, sentí que estaba por recitar mi vida entera, desde mi nacimiento. En realidad, debía contar los últimos seis meses, pero ese poco tiempo fue una eternidad. Pasaron tantas cosas que hubo momentos en los que creí que me volvería loca.
—Bueno, primero que William y yo no estamos más juntos. Luego, estoy embarazada.
—No se te nota muy feliz al respecto.
—No lo considero mi mayor logro.
—¿Y eso por qué?
—No sé nada sobre niños, ni siquiera puedo entablar una relación con los hijos de Maesy. Menos aún sé sobre crianza, vos y el abuelo fueron los únicos que se interesaron alguna vez en mi bienestar.
—Y Thomas.
—Y Thomas— repetí —. Abuela, lo que viví en esta casa, los abusos, la violencia, me dañaron mucho. No quiero tener hijos porque lo único que sé es lo que viví, y no me perdonaría jamás poner a alguien tras todo ese daño.
—Lyn, no es tu culpa lo que te hicieron cuando eras tan solo una niña indefensa.
Quería creer lo que ella me decía, necesitaba creerlo, pero una pare de mí recordaba, al mismo tiempo, cómo me trataban de inútil – por no decir otras cosas – ya que el estudio no era mi mayor fuerte; o cómo me culparon de la muerte de Thomas. Nadie debería ser culpado por la muerte de un hermano.
Por mi mejilla cayó una solitaria lágrima, e intenté que mi abuela no la viera mientras tomaba el té que ella me había servido.
—¿Algo más que tengas para contarme? ¿Cómo está Rosie? ¿Y James?
—Rosie vuelve este fin de semana, se fue a Alemania a saltar en una competencia muy importante. Le está yendo muy bien. Y James... bueno, hace varios días que no hablo con él. James es el padre de mi bebé.
—¡Por fin están juntos!
—No, abuela, James y yo no estamos juntos.
—Es una lástima, entonces. ¿Hay algún chico que te interese?
—Puede ser— dije recordando a Oliver y el beso que compartimos aquella tarde.
—¿Te gustaría que nos sentemos afuera?
Caminamos hasta los escalones de la entrada, donde nos quedamos abrazadas, contemplando las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo.
Recordé cuando una vez en su casa, mientras el abuelo me preparaba la cena, tropecé y me corté la rodilla con algo que había en el suelo. Aún tengo la cicatriz. Mi abuela comenzó a limpiarme la herida y luego tuvo que cocerla. Nunca lloré tanto de dolor como aquella vez, pero luego de su tortuosa atención médica, me tomó en sus brazos y comenzó a acunarme al son de una canción que ella misma tarareaba. Ahora, me sentía tal como ese día. Estar con ella era como darle aguja e hilo para que cosa mis heridas. Con todas mis fuerzas, recordé aquella canción que me cantó y comencé a tararearla.
—Con esa canción, tu abuelo me propuso casamiento— dijo — y luego la bailamos para nuestro baile de recién casados. ¡Ay! ¡Cómo lo extraño!
—Yo también. Muchísimo.
—¿Sabías que tu nombre lo eligió él? — hice que no con la cabeza —Sí, siempre fuiste la hija que deseó tener. Maesy es una gran muchacha y lo ha sido toda su vida, pero nunca fue... vos. Querida, yo sé que sentís que nadie en toda tu vida fue lo suficientemente atento o demostrativo hacia tu persona, pero no me alcanzan las palabras para explicarte cuánto te amó el abuelo, y cuán orgulloso lo hiciste. Y a mí también. Lo que intento decirte es que continúes con el embarazo, porque sí conociste a gente que te amó y que se preocupó por vos. Nos conociste a nosotros y a tu hermano, y si el abuelo estuviese por acá no podría tolerar la idea de que un pedazo de vos, no persista con vos.
La abracé y me dejé llorar. Le conté que tenía miedo, le pregunté qué pasaría si algún día me equivocaba y la trataba como mis padres me trataron a mí. Me dijo que el miedo a lo desconocido es normal y que siempre debía recordarla a ella y al abuelo, que, si lo hacía, no habría forma alguna en que le errara.
La abracé más fuerte, hasta que me dijo que era tarde y que ambas deberíamos ir a dormir. Le dije que primero tenía que hacer algo.
Me subí a la camioneta y manejé hasta lo de James, siendo ya muy tarde como para esperar que alguien me abriera la puerta. Le escribí pidiéndole que salga afuera, y cuando lo hizo, enojado porque lo había despertado, me preguntó qué hacía allí tan tarde.
—Te vengo a pedir perdón— dije.
—¿Por qué?
—Por todo, todo. Por cómo me estuve comportando desde que me enteré que tendríamos un bebé, por negarme al hecho de querer tenerlo. Y por todo lo que alguna vez te hice, no te lo merecías. No soy la mejor amiga del mundo, tampoco voy a ser la mejor mamá, pero sé que si te quedas conmigo y me tenés paciencia, que va a resultarme más fácil. Así que te pido perdón.
—Siempre te voy a perdonar, Wenn— dijo y mientras me abrazaba, posó un beso en mi cabeza. Hacía tiempo que no me llamaba de aquella forma. Me alegré al escucharlo.
Nos quedamos en silencio, abrazados, y me sentí como en casa. Me sentía cómoda, protegida. James siempre me hizo sentir así, pero aquella noche el sentimiento era más fuerte. Tanto que, al soltarme de sus brazos, lo besé. Él mantuvo el beso por unos segundos, pero se separó de mí bruscamente.
—Antes de que sigamos y me deje llevar tanto que no sea capaz de detenerme, ¿en serio querés esto?
—Sí, James, en serio.
Juntó mis labios con los suyos, esta vez el beso tenía electricidad. No era voraz, no era desesperado. Era tierno, suave, lento. Cada movimiento era así, y poco a poco mis pies dejaron la tierra. Volaron. Mis piernas no eran más mi soporte, mis manos tenían vida propia, y las de James me acariciaban de una forma tan tierna que quería quedármelas para mí misma.
Sentí que tocaba el cielo con las manos. William jampas me había hecho sentir así, y esa misma tarde, Oliver lo logró, pero no había comparación con lo que James estaba logrando. Su forma de besar me nublaba la mente, y si me proponía pasa el resto de nuestras vidas juntos, probablemente le hubiese dicho que sí.
El beso terminó, mis pies tocaron tierra. Ya no volaba.
—Lyndy, te amo tanto que te dejaría romper mi corazón mil veces.
—Y yo te amo tanto que prefiero cuidarlo.
Buenas! Vengo a recordarles que, en estos tiempos tan oscuros y aterradores, sean prudentes. Nadie quiere perder a un ser querido ni caer enfermo. Eso lo podemos evitar si hacemos la cuarentena, si nos lavamos las manos y tomamos todas las precauciones que nos dictan los de arriba. Sean conscientes, amables.
Por último, recordarles que en algún momento va a terminar. No será para siempre, pero hay que cultivar la paciencia.
Cuídense!
—WS.
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La Chica de los Caballos
Teen FictionUna fiesta, mucho alcohol, un test de embarazo, y, por supuesto, muchos caballos. Lyndy tiene el poder de unir todo eso en su vida y hacer que luzca normal, ¿la acompañás?