Capítulo 22

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Miré cada una de sus facciones. Los remolinos de su frente, situados entre sus ojos del lado derecho, indicando que era un caballo activo pero manso. Pasé mis dedos por esos remolinos y suavemente los masajeé, sabía que eran los puntos de tensión, por lo que debía intentar relajarlo. Pero él estaba relajado, él no sabía que no nos veríamos nunca más, él no sabía que lo estaba dejando ir. Él no era quien estaba al borde de las lágrimas.

—¿Te acordás cuando intentaste el entrenamiento en libertad?— escuché decir a mi papá a mis espaldas, me sequé rápido las lágrimas y lo miré —¿Por qué no vas a la arena a entrenar?

—Ya es muy tarde— miré a mi caballo, sin dejar de acariciar su cabeza —. Lo vienen a buscar en unas horas.

Pfff...— movió su mano como si no importara lo que decía —¿Y qué tiene? Dentro de unos meses vas a parir a mi hermosa nieta— gracias por recordarme, papá —y lo vas a hacer en menos de una hora. ¿Cuánto te puede llevar el entrenamiento en libertad?

Pensé en lo que dijo. Quizás esa era mi oportunidad de despedirme, de decir adiós de una vez por todas. No podía saltar con Cowboy, primero porque él no era un caballo de salto, y segundo porque desde el accidente...

No sabía si volvería a verlo, así que agarré un bozal con un cabresto y se lo puse a Cowboy.

La arena había estado en mejores condiciones, quizás porque al estar en vacaciones de invierno y no tener alumnos no me había importado que la nieve cayera sobre ella. Pero ahora que la nieve comenzaba a derretirse, y luego se congelaba, y el viento que no ayudaba... La arena había tenido mejores días, no había duda de eso. Aún así, desenganché el cabresto del bozal y lo utilicé para espantar a mi caballo y que galope a mi alrededor.

Papá miraba desde el otro lado de la cerca de madera, él me había enseñado todo lo que yo sabía de caballos y más. Y si bien seguía enojada por los últimos cuatro años, no podía negar que extrañaba trabajar juntos.

—No sabía que te acordabas de este ejercicio— dijo.

Hacé que el caballo galope, y cuando dejés de presionarlo para que trabaje irá hacia vos, demostrando que entendió que si no se arrima, tiene que galopar más— dije, citando las palabras de mi padre dichas hace unos cuantos años —. Me acuerdo de cada parte.

Lo miré, él sonreía. Yo sabía que esa sonrisa era de orgullo, pero también sabía que él hubiese preferido sonreírle así a su hijo varón, y no a mí o a Maesy. Si tan solo hubiese tenido un hijo varón. Aunque en realidad, una vez hubo uno.

Me concentré en mi caballo, borrando el último pensamiento de mi mente. Hacía años que no pensaba en él, no era momento para hacerlo ahora.

Dejé de presionar a Cowboy y me di vuelta, dándole la espalda. Por un instante temí que no funcionaría, pero al cabo de unos segundos pude sentir su respiración cerca de mi cuello. Volví a poner el cabresto en el bozal y continué con algunos ejercicios. Ya no era necesario lograr el entrenamiento en libertad, para mí ya era suficiente que él haya venido hasta mí.

—¿Podés hacer que doble una mano?— preguntó papá y me pasó una rama que estaba tirada en el suelo.

Utilicé la rama para tocarlo suavemente en una de las manos, Cowboy no hizo nada. Lógicamente, debía entrenarlo antes de ordenarle que haga algo para mí. Intenté indicarle con la rama que debía doblar su rodilla delantera; intenté agarrando su mano y doblándola, hasta yo misma me agaché para que me vea y quizás me copie. No había manera.

—Seguí intentando, no pares— dijo él.

En vez de intentar que doblara una mano por sí solo, agarré su mano y la doblé mientras ejercía fuerza sobre su cuerpo. Al cabo de unos segundos, Cowboy se había recostado en el suelo.

Lo miré allí, tendido. A los caballos no les gustaba recostarse en el suelo cuando alguien se los ordenaba, los hacía sentir dominados. Más de una vez había logrado que algún caballo se recostara, pero nunca habían estado tan quietos ni relajados. Cowboy no se sentía dominado, yo nunca había dejado que se sintiera así. La relación humano-caballo nunca tuvo que ser una relación de poder, sino de confianza. Si los vaqueros se hubiesen preguntado porqué los indios tenían tan buenos caballos y no necesitaban de un freno o bozal para montarlos, hubiesen dejado de ser violentos hacia los pobres animales inmediatamente, y hubiesen tenido animales más fieles. Cowboy y yo teníamos una relación de confianza; jamás levanté la fusta hacia él y jamás permití que lo hicieran.

Me arrodillé frente a él y apoye mi frente en la suya. Algunas lágrimas se dieron la libertad de aparecer, pero no me importó. Tampoco me importaban los gritos de James, recién llegado, al ver que yo procedía a recostarme en el suelo, apoyando la cabeza en la panza de Cowboy. James decía algunas cosas sobre que si él se levantaba podría lastimarme, pero a esta altura, ¿a quién le importa?

Cerré mis ojos y me concentré en el olor que emanaba del cuerpo de mi caballo; no todos eran capaces de apreciar ese olor, y cuando estás por perderlo, lo apreciás aún más.

Mi mano recorría, dificultosamente por la posición en la que me encontraba, su lomo. Tocaba la cruz y se dirigía hacia los cuartos. De los cuartos a la cruz. Y reposó, más tarde, junto a mi otra mano, sobre mi panza. Ahí la noté, esa panza de embarazada de seis meses. Caí en la cuenta de lo que estaba viviendo, pero esta vez de verdad. Ya había llorado demasiado por esa panza y por el bebé que crecía dentro de ella.

—Vamos a tener que amigarnos, ¿no?— dije en voz alta sin darme cuenta que mi padre y James seguían allí y me miraban desconcertados.

El sonido de una camioneta me sacó de mis pensamientos, era hora. Me levanté abruptamente y Cowboy hizo lo mismo. Sacudí mi ropa para quitarle la tierra que se le había pegado, más que nada porque mi madre me mataría si entraba sucia a la casa.

Volví a enganchar el cabresto en el bozal de mi caballo. Lo miré nuevamente, pero esta vez me sentía aliviada, como si me hubiese quitado una mochila pesada de rocas que llevaba cargando en mi espalda hace años. Seguía sintiendo, aún así, como si mi corazón se hubiese roto en pedazos.

Oliver bajó de la camioneta y abrió las puertas del tráiler que llevaba enganchado a la misma. La última vez que lo había visto, lo había tratado como basura. Había estado muy enojada y sofocada aquel día, pero nada era excusa para dejar de ser buena persona y tratar a los demás de buena manera.

—Buen día— le dijo a mi padre y a James —. Lyndy.

—Hola, Oliver.

—Dejame que te ayude a cargarlo en el tráiler.

Tomó el cabresto con su mano izquierda y tiró de él para que Cowboy lo siguiera, pero algo en mí no soltó la soga y seguía sosteniendo al caballo.

Umm... Lyndy— dijo James acercándose y tocando mis hombros —. Wenn, tenemos que dejar que se lo lleve. Ya hablamos de esto.

Me di vuelta y comencé a llorar desconsoladamente en los brazos de mi amigo. No me sentía aliviada, en lo absoluto. Sentía que alguien me había arrancado el corazón y lo estaba rompiendo con su propia mano frente a mis ojos. Mis piernas temblaban y ya me era imposible sostenerme.

Oliver cargó a Cowboy en el tráiler y por un momento pensé que mi caballo se volvería rebelde e indomable para volver galopando a mi lado, tal como sucedía en las películas. Pero eso no pasó, ni por un segundo mostró algo de rebeldía. Me alegraba, por otro lado, saber lo bueno que era mi caballo. Pero luego de hablar de fidelidad y conexiones, me esperaba al menos que relinchara e intentara escapar de las manos de Oliver.

—Lo vamos a cuidar muy bien— dijo su nuevo dueño luego de cerrar la puerta del tráiler.

—Lo sé, gracias.

—Lyndy, podés venir a visitarlo cuando quieras. Y quizás, luego de dar a luz, puedas darme esas clases de salto y hasta mostrarme cómo saltás.

Reí ante el comentario, no era momento para ponerme a discutir sobre que no saltaba más debido a... cosas.

—Adiós, Lyndy, nos vemos— dijo él y sentí aún más presión en mi hombro, el cual James seguía sosteniendo —. Señores— dijo hacia mi padre y mi amigo.

Oliver se subió a la camioneta y comenzó a manejar, llevando mi corazón en aquel tráiler.

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora