Así fue como llegó el día menos deseado. Desanimada y cabizbaja, como ya era habitual, saqué la caja de vino que tenía escondida bajo la cama y tomé un par de sorbos, sintiendo que mi vida era miserable, mientras escuchaba los alegres pasos de mi hermana por todo el departamento.
Victor llegaría en cualquier momento a recogernos, iríamos en su camioneta, por alguna razón que no alcanzaba a comprender. Prefería el viaje en bus, donde podía escoger un asiento lejos de la feliz pareja y hundirme en mi propia miseria.
Tomé un montón de ropa al azar y la metí dentro de mi bolso, en realidad solo iban a ser un par de días en casa, no necesitaba nada espectacular, solo lo que habitualmente usaba. Lo pensé de nuevo y volví a sacar todo.
Iba a estar tres días en medio del campo con el chico que me gustaba, al menos debía verme linda, hasta donde fuese posible.
Le di otra vuelta más al asunto y nuevamente, empaqué cualquier cosa. Mi amor era el novio de mi hermana, no era correcto aprovecharme de la situación.
Pero pensándolo bien, al menos debía verme decente.
Agarré mi cabeza con ambas manos y lancé un grito de frustración.
—¡Lizzie! ¡Apúrate! —habló mi hermana, a través de la puerta.
Le di un último sorbo al vino antes de devolverlo a su escondite.
Debí haber preparado mi equipaje con tres días de anticipación, igual que Jane, no dejarlo para última hora.
Me senté en el suelo, junto a la cama, y volví a sacar el vino.
La puerta de mi habitación se abrió repentinamente, empujé el alcohol debajo de la cama, intentando esconderlo.
Jane entró sin pedir permiso, con una enorme bolsa de género entre sus manos. Llevaba un hermoso vestido de flores que me hizo sentir aun peor, la naturaleza no había sido justa.
—Esta es tu ropa sucia, ya que tú no te mueves, yo misma la guardé —dijo, dejando la bolsa sobre el colchón. Ahí fue cuando notó que todavía seguía sin empacar—. ¡No puede ser! ¡No haz hecho nada!
Jane miró lo que tenía sobre la cama y comenzó a descartar cada una de las prendas.
—¿No tienes algo mejor? —preguntó.
—Tampoco tengo tanta ropa —repliqué.
Jane suspiró y abrió mi armario, armando mi maleta a la velocidad de la luz, mientras yo me permanecía en el suelo, apoyando mi cabeza contra la pared.
—No puedo creer que lleve mi novio a casa y tú te quedes ahí sentada —refunfuñó mi hermana—. Ni siquiera puedes buscar algo decente, quiero que Victor nos vea bien.
—Victor me conoce hace dos años, no creo que haya nada de mí que puedas presentarle —repuse.
Jane me miró con mala cara, y cerró mi bolso. Mi pieza acababa de volverse un caos, todo la ropa estaba esparcida entre la cama y el suelo, pero no tenía tiempo de ordenar.
Mi cuñado no tardó en llegar. Su novia corrió a recibirlo y le obsequió un apasionado beso que tuve la mala suerte de presenciar.
Cuando llegó mi turno de saludar, me sentí insignificante.
Subimos en conjunto las cosas al auto, todos parecían emocionados, menos yo, me había convertido en la hija adolescente obligada a asistir al viaje familiar, y era horrible. Dejamos el departamento bajo llave y emprendimos camino, este sería el viaje más largo en mi vida.
Justo cuando me acomodé en el asiento trasero, un mensaje llegó a mi teléfono.
«Buena suerte»
Lo leí con la voz de Fran.
Victor echó a andar el vehículo y dudé si ponerme mis audífonos, pensando en que podían ayudarme a soportar el triste camino. La respuesta llegó por su cuenta, cuando el conductor subió el volumen de la radio casi al máximo, de modo que no iba a poder escuchar música sin reventarme los oídos.
Salimos de la ciudad a la carretera y desde ahí, Jane le fue indicando a su novio las direcciones, que en realidad no eran muchas, sería un camino recto, de al menos tres horas, un par de curvas ocasionales y luego, tendríamos que tomar un pequeño desvió a la derecha, para entrar en zona rural.
No habían buses que llegaran hasta nuestro campo, por lo que solíamos tomar uno que iba hasta la ciudad más cercana, y le pedíamos al chófer que nos dejara a medio camino. Desde ahí, seguíamos a pie.
Mirar la carretera resultaba casi nostálgico. Había pasado mucho tiempo desde la última vez, adoraba a mi madre, pero ir a casa no me traía buenos recuerdos.
Nos detuvimos en una estación de servicio, para dejar que Victor descansara un poco antes de continuar el viaje, no era largo, pero podía llegar a fatigar a alguien que no estaba acostumbrado a conducir largas distancias.
Compramos café y algunas golosinas para compartir.
Venir a casa con el chico que me partía el corazón era una cruel jugada del destino, iba a tener que soportar el peso de mis emociones y probablemente volvería a Everlille hecha pedazos.
Victor y Jane se movían por la estación como si un hilo invisible los mantuviera unidos, él seguía cada paso que ella daba, y ella parecía conocer cada movimiento que él hacía, como si pudiera incluso adelantarse a ellos. Estaban en sintonía, eran una preciosa melodía, suave, cálida y feliz, mientras que yo estaba ahí para desafinarlo. Era la tercera pieza, la parte sobrante, mis ondas no se conectaban con nada, estaba vacía, estaba sola.
Era injusto que la vida hiciera tan feliz a algunos y tan tristes a otros, debía existir por lo menos un equilibrio. O tal vez yo era demasiado masoquista, pues continuaba queriendo a un chico que jamás sería mío.
Los novios compartieron otro beso, mientras hacían la fila para compar y yo no pude evitar apretar mis labios. En esos momentos es cuando descubres que hay sueños que jamás se alcanzan.
La distancia entre mi mesa y la caja se sentía abismal, así de lejos me sentía de Victor, del amor, y de la felicidad. Era triste, pues lo que más quería era justamente lo que me partía el corazón, y no podía hacer nada.
Vi como pagaban, y al rato, regresaban a la mesa con una bandeja llena.
—¡Estoy tan feliz! —exclamó Jane—. ¿Podría ser más perfecto? Estoy en medio de la nada con las personas que más amo en el mundo.
—Que linda —observó Victor.
—Soy la más linda de las dos —respondió Jane, quien al ver mi indignación se echó a reír—. ¡Es broma, tonta! Somos igual de lindas.
Le di un sorbo a mi café, disimulando lo mucho que me había ofendido su comentario.
—¡Eh, Lizzie! No pongas esa cara, si no te cambiaras el pelo, ustedes dos parecerían gemelas —añadió Victor.
—Yo le he dicho que le queda mejor su color natural, pero ella no me hace caso.
—Si dices que somos gemelas en casa, mi mamá va a enojarse contigo —amenacé a mi compañero de clase.
—¿En serio? —preguntó él, con preocupación.
—No —respondí a secas, y una ligera sonrisa se atravesó en mi cara.
Jane soltó una carcajada.
—¡Eres mala! No lo asustes así.
Terminamos el café y volvimos a subir al coche, para retomar la ruta. Este era el comienzo de un largo fin de semana.
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Cupido por una vez
Teen FictionCuando Elizabeth Sagarra descubre que el hombre del cual estaba profundamente enamorada se ha convertido en su nuevo cuñado, se aferra a su mejor y más tóxico amigo; el alcohol. Perdida en sus adicciones, ofende a gritos al dios griego del amor, qui...