Una sonrisa se extendió en el rostro de Eros, dándome a entender que tenía la ventaja. Apolo ni siquiera se inmutó. El segundo asalto comenzó casi de inmediato, y así siguieron tantos más que perdí la cuenta.
—¿Por qué compiten? —pregunté a Adrian, quien se encontraba a mi lado.
Él no despejó la vista del improvisado campo de tiro, pero aún así me respondió.
—Apolo está obsesionado con la idea de que Eros le entregue una de sus flechas doradas.
—¿Y por qué? —insistí.
—Hace años Apolo se burló de Eros por su mala puntería. Él no pudo quedarse de brazos cruzados y se vengó. Le lanzó una flecha dorada, de las que encienden el amor, y lo unió a una ninfa, de nombre Dafne. Pero a ella la atravesó con una de plomo, de las que causan rechazo.
Así que el dios del amor se ponía sensible cada vez que alguien se reía de sus malos disparos.
—Así que ahora necesita una flecha dorada para despertar el amor en la ninfa —concluí.
—No. —La voz de Adrian carecía de toda emoción, incluso al corregirme—. Dafne estaba tan empeñada en alejarse de él que se convirtió en un árbol. Un laurel, si no me equivoco.
Fui capaz de disimular la sorpresa que me causaba el desenlace de la historia.
—¿Entonces?
Por primera vez, Adrian suspiró, manifestando lo mucho que detestaba andar dando explicaciones.
—Apolo ahora le rinde culto al árbol, y desea llevarle una ofrenda, para disculparse por haberse dejado guiar por la codicia y el deseo, haciéndole insoportable la vida a su amada. O algo así. Como sea, Eros solo lo ve como una oportunidad para continuar humillándolo.
Volví mi atención hacia la competencia. El rostro del dios de la luz se veía fastidiado, mientras una orgullosa sonrisa iluminada el rostro del falso cupido. Finalmente, el juez del torneo levantó su brazo para conceder la victoria a Eros.
El perdedor golpeó la tierra con fuerza, y una furia asesina se reflejó en sus ojos.
—¡La próxima década yo decidiré el lugar! —exclamó.
—No importa lo que hagas, es imposible que le ganes a mis flechas —se burló Cupido.
Mi estómago se retorció ante la idea. Diez años era mucho tiempo para poder pedir perdón, y no podía imaginar cuánto más llevaba esperando. Todo por culpa de un dios que originó el conflicto, y que lo mantenía latente a través de los siglos. Si bien Eros tenía el culto al amor, era evidente que poco o nada entendía sobre sentimientos. Él sólo se preocupaba de divertirse, y jugar con los demás, aprovechándose de su poder.
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Cupido por una vez
Teen FictionCuando Elizabeth Sagarra descubre que el hombre del cual estaba profundamente enamorada se ha convertido en su nuevo cuñado, se aferra a su mejor y más tóxico amigo; el alcohol. Perdida en sus adicciones, ofende a gritos al dios griego del amor, qui...