Para poder alcanzar los nogales más rápido, nos subimos a la camioneta de Henry. Dos horas parecían suficientes para encontrar a Vanessa. Además, de seguro la policía aparecía en ese lapso, digo, nadie puede ser tan lento, por más que una diosa desquiciada intente detenerlos.
No obstante, en vista que estábamos bien de tiempo, Fran y Henry decidieron que sería bueno utilizarlo para pelear entre nosotros.
¡Sí, claro! Solo son unos cuantos dioses griegos con intenciones de matarnos, es el momento perfecto para tener una interminable discusión de pareja.
Hice un esfuerzo por mantenerme al margen y concentrarme al máximo en nuestro objetivo, sin embargo todo se vino a pique cuando distinguí el primer gran obstáculo al que debíamos enfrentarnos.
El camino que daba a los nogales se encontraba completamente bloqueado por las ramas de los propios árboles, que habían crecido sin control, hasta generar una rígida telaraña imposible de atravesar.
—¿Qué hacemos? —pregunté.
—No sé, pregúntale al señor Yo-Salvé-el-Día —repuso Fran.
—Ya que todas mis ideas son malas, prefiero no opinar —espetó él.
Bufé molesta y salí de la camioneta, para analizar el intrincado ramaje. Quizás podría entrar, poniendo a prueba mi carente habilidad para jugar Twister, pero aunque lograra hacerlo, estaba tan oscuro que no iba a llegar muy lejos a ciegas.
De pronto, un haz de luz iluminó el sendero. Me giré y encontré a Henry sosteniendo una linterna.
—Siempre guardo una en el auto —explicó.
—Así que al fin tuviste una idea que no implique andar vendiéndote a los dioses —comentó Fran.
Hice caso omiso a la malintencionada observación y tomé el liderazgo de la operación. Los insté a entrar detrás de mí, pero no fueron capaces de guardar silencio ni un solo minuto.
Me adentré escuchando las quejas de una semidiosa y las réplicas angustiadas de un mortal, mientras sentía todo el peso del reloj sobre mi espalda.
—¡Vanessa! ¡Vane! ¿Me escuchas? —comencé a gritar apenas estuvimos cerca—. ¡Vanessa! Soy Lizzie... ¡Hey, ustedes! Ayúdenme, ¿quieren?
Mis dos acompañantes dejaron de discutir entre ellos para unirse a la búsqueda.
Era increíble apreciar la poderosa muestra de arquitectura que la propia naturaleza había creado. El paraje era una auténtica cueva, amurallada por los macizos troncos de los árboles y acorazada por sus brazos.
No podía evitar el presentimiento de que estaba cayendo directo en la trampa de un enemigo, pero no tenía suficiente tiempo para ponerme a meditar. Lo mejor era actuar y huir antes que la amabilidad de Apolo llegara a su límite.
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Cupido por una vez
Teen FictionCuando Elizabeth Sagarra descubre que el hombre del cual estaba profundamente enamorada se ha convertido en su nuevo cuñado, se aferra a su mejor y más tóxico amigo; el alcohol. Perdida en sus adicciones, ofende a gritos al dios griego del amor, qui...