Capítulo 6

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P.O.V Lena

Me dejé caer en la cama, con una sonrisita estúpida plantada en la cara. Eran las doce de la noche, y había tenido que colarme en el orfanato ya que a las diez cerraban las puertas. Ethan me había ayudado a escalar hasta la ventana de mi habitación, luego me había sonreído, dio media vuelta y se fue.

Cogí mis cascos, me los puse y, tendida boca abajo, me permití recordar el día de hoy.

Después de hacer los idiotas en la calle, nos fuimos a un bonito parque en el cual nos sentamos bajo la sombra de un árbol. Gracias a ese árbol, no se nos veía, ya que era enorme y nos tapaba por completo. Ethan se recostó sobre el tronco y yo me senté con las piernas cruzadas mirándolo. Él estaba con los ojos cerrados y, me pude dar cuenta, estaba como olfateando el aire. Así que yo lo imité. Y los olores me dejaron pasmada.

Hacía mucho tiempo, desde que recuerdo, que puedo oler más cosas que un olfato normal. Me di cuenta cuando tenía siete años, estaba ya en el orfanato y Damon y yo estábamos jugando. Bueno, él me había preparado un juego. El juego trataba de adivinar, por medio del olor, qué era. Me puso una venda en los ojos y me puso delante de las narices uno de sus calcetines de deporte. Yo empecé a chillarle y a pegarle. Él reía y yo le quería asesinar. Después de prometerme que no lo volvería hacer, volvimos a jugar.

Esta vez se puso más lejos. Y lo adiviné. Después se  puso todavía más lejos. Y lo volví a adivinar. Damon no empezó a preocuparse hasta que no escondió un trozo de chocolate fuera de la casa, escondido detrás de un cubo de basura. Yo, totalmente inocente y con una sonrisa que se comía toda mi cara le dije:

-Oh, Damon, ¡te quiero!

Y salí corriendo a por el chocolate. Cuando Damon llegó detrás de mí, vio como devoraba el chocolate y me dijo, con una sonrisa que no llegó a sus severos y fríos ojos, que nunca le contara eso a nadie. Que era un juego entre nosotros. No volvimos a hablar del tema.

Pero en fin, ahí estaba yo, con los ojos cerrados, olfateando el aire como estaba haciendo Ethan. Y sí, podía oler el pino, el césped, a los niños, las ceras, e incluso podía oler la comida que una madre hacía en dos calles más allá. Pero solo me concentré en el dulce olor que desprendía Ethan. Olía como a… lluvia y nubes. Y a hombre. Me tenía totalmente hipnotizada. O bueno, también me tenía idiotizada.

Poco a poco, muy lentamente, fui abriendo los ojos. Y él me miraba fijamente. Me sonrojé sin venir a cuento. Ahí fue cuando él se fue inclinando hacia mí y, en mi cabeza, los malditos cartelitos y las luces de neón aparecieron de nuevo, solo que ahora chillaban “ IDIOOOOTA, NO LO CONOCES. PUEDE SER UN VIOLADOR, ALÉJATE”

Y, aunque eso era lo que me decía mi cabeza, sabía perfectamente que era mentira. Pero aún así me aparté, tenía miedo a lo que me hacía sentir. Y, por decir algo, empecé a contarle lo del juego de Damon. Me quería callar, pero no podía. Y quise morirme a cada palabra que decía, ya que Ethan se quedaba más y más quieto y no apartaba su mirada de mí. Al final, dije

-Y bueno, si Damon se entera de que te lo he contado, posiblemente me matará, ya que me hizo prometerle que no se lo contara a nadie.- No dijo nada, es más, se me quedó mirando aún más fijamente.- Pero bueno, sufriré las consecuencias.

Justo cuando empezaba a preocuparme de que  hubiese entrado en coma, o algo así, empezó a moverse. Compuso una sonrisa muy convincente. Casi me la hubiese creído si no llega a ser por sus ojos. Estaban serios. Seriamente mortales.

Pero aunque eso me hizo creer que escaparse del instituto no había sido tan buena idea, el día mejoró mucho. Ethan empezó a relajarse, e incluso volvió a bromear. Y a sonreír de verdad. Me invitó a comer.

Solté una carcajada cuando recordé el momento de la comida.

Ethan me dijo que fuese buscando sitio, que él compraba la comida. Fuimos a comer a un restaurante de comida rápida, a una hamburguesería. Le pedí a Ethan una hamburguesa con patatas. Él asintió y se fue. Diez minutos después aparecía con dos bandejas. Una en cada mano. Y totalmente repletas de comida. Yo le miré con los ojos abiertos. Ethan solo sonrió. Me dejó una bandeja delante de mí, con mis patatas y hamburguesa y él hizo una pirámide con su comida. Nada más y nada menos que cinco hamburguesas, dos perritos, cuatro envoltorios de patatas, tres refrescos- uno para mí- extragrandes y dos tarrinas de alitas de pollo que compartimos.

-Eh, estooo, Ethan, ¿te lo piensas comer todo?

-Sí-dijo inseguro-. ¿Por qué? ¿Es que te vas a quedar con hambre con lo que has pedido? ¿Quieres que vaya a por más?

-Eh, no, no, no, por Dios, más no. Es que, creía que eras humano- dije sonriéndole. Él también sonrió, pero en sus ojos había expresión de alarma.

-¿Y eso? ¿Por qué no debería ser humano?

-No, por nada. Solo que creía que cuando decías que tenías hambre, era un hambre normal, ya sabes, de humano. No digna de King Kon, ya me entiendes.

Él solo pudo romper a carcajadas. Yo le miré risueña, y riéndome también. Después de comer estuve enseñándole la ciudad, ya que acababa de llegar. Fuimos a una cafetería donde yo me pedí un café  y el un café y un donut. No pude dejar escapar esa oportunidad de meterme con él.

-Ethan, oye, tú es que nunca paras de comer o qué.

-Qué quieres que te diga, este cuerpo hay que mantenerlo- me dijo con una sonrisa de medio lado. Yo solté un bufido y le pegué un trago a mi café, que no es que estuviera caliente, no, es que directamente estaba hirviendo. Empecé a chillar y a hacerme aire en la lengua, intentando que el dolor se calmara. Cuando miré a Ethan, lo vi tendido en el suelo, riéndose a carcajada limpia, llorando incluso. Le dediqué una mirada fría, una patada en el culo y di media vuelta y me fui. Cuando Ethan se dio cuenta, se levantó y echó a correr hacia mí.Los demás clientes no sabían si reír o alucinar con el espectáculo. Y oí como Ethan les decía:

-Dejadla, está enamorada.

Le dirigí una mirada asesina cuando soltó aquello. Y él volvió a reirse. Yo empecé a correr otra vez. Ethan, aún riéndose, salió disparado tras mí. Solo que volvió a tropezar y acabó encima mío, otra vez. Vi que seguía riéndose. Intenté pegarle pero, viendo que no podía, le miré con odio y dije:

-Deja de reírte, estúpido.- Entonces me acordé de una situación similar de esta mañana y me di cuenta de algo-. ¡Dios! ¡Lo haces aposta, ¿verdad?!

-¿El que, querida Lena?- susurró él. Yo me inquieté de lo que mi estómago hizo cuando dijo mi nombre.

-El caerte encima mío, cafre.

Entonces él me sonrió y, con toda la simpleza del mundo, dijo:

-Tú también te has dado cuenta, ¿no?

Volví a reírme al recordar aquello. Tonto. Me metí en la cama totalmente feliz y, aunque me pesara, con una incertidumbre que me llenaba por entero. Mierda- me dije a mí misma- No serás tan estúpida como para enamorarte de él, ¿verdad?.

Tan feliz que podría morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora