Ángeles

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I

Toda su vida supuso que los camerinos donde los artistas se alistaban antes de salir eran bulliciosos y desordenados, eso debido al paso apresurado de éstos y sus ayudantes cuando se encontraban a punto de salir, pero los que tuvo en frente al pasar por la puerta de emergencia no eran así; tan solo había enormes espejos alineados en el centro del galerón, de suelos de madera, donde aquellas miserables criaturas, esclavas del deseo ajeno, se arreglaban para el deleite de sus amargos amos. Algunos jovencitos, de no más de dieciocho años, se colocaban sus trajes con calculada lentitud, la piel pálida de las incesantes sangrías, como si se aseguraran de que todo estuviera en su posición de la manera más perfecta posible. Ella misma pasó por aquello antes, lo sabía.

-¿Nombre? –Dijo una suave voz a su lado, elegante.

Llevó sus ojos color ámbar hacia aquella persona, tratando de no verse como una ajena al ajetreo; notó sus bellos rizos cobrizos casi rubios, su azulada y fría mirada, su piel pálida y sus finos labios, como si hubiesen sido delineados con un delicado cincel, vestido elegantemente en un traje color azul marino, perfectamente ceñido a su cuerpo por sastre especializado. Era un adolescente eterno disfrazado de adulto, aquel muchacho que fue el maestro de su amo, a quien siempre anheló conocer. "¿Qué fue lo que viste en él?", era lo que más deseaba preguntarle, pues se idealizó durante mucho tiempo lo que haría si lo mirase. Sin embargo su mente se mantuvo hermética ante él, pues era uno de los antiguos.

-Elisa. –Susurró levemente ella, mostrándose tan dócil como los demás que cruzaban los suelos de madera como fantasmas.

-Tu sangre... tiene un hermoso perfume. –Había dicho aquél muchacho, curioso. –Pero ya perteneces a alguien, sin duda, lo cual es una pena para tan hermosa obra si aquél que te tuviese no fuese merecedor de ello. ¿A quién le sirves, Elisa?

-Daniel. –Contestó nuevamente. No lo sabía, ¿cuánto tiempo había pasado ya? Puesto que su marca se borraría en poco tiempo, y así ella...

El adolescente se sobresaltó notoriamente al escucharla, como si se viese sorprendido por aquello. Fue completamente natural para ella su reacción.

-¿Qué pretendes viniendo aquí? –Cuestionó. Sin embargo no se escuchaba molesto.

-Despedirme.

La fina y blanca mano del Maestro se dirigió hacia el rostro de ella; Elisa cerró los ojos en ese momento, sintiendo los fríos dedos de porcelana rozar sus párpados, el puente de su nariz y sus labios, tal como si delineara una escultura de mármol. Escuchó el resoplido, sintió su aliento templado en un suspiro de frustración contenida.

-Eres lo mejor que hubiese podido conseguir... y te ha tirado como acostumbra hacerlo. No ha dejado su esencia humana después de tantos años, se aburre rápido, es incapaz de contemplar la belleza de lo efímero. Irás al final, Elisa.

Cuando ella abrió los ojos, el bello adolescente ya no se encontraba allí.

II

Escuchó aplausos, escuchó aquellas típicas risas despreocupadas, arrogantes, de quienes tienen todo el tiempo del mundo para contemplar lo "efímero"; miraba su reflejo en uno de los enormes espejos que estaban en el centro, ya habiendo terminado de arreglarse. Llevaba un vestido completamente negro, de fino encaje y velo, el corsé estrujando su respiración, descubriendo por completo sus hombros y escote marcado, de donde colgaba aquella fina cadena de plata que Daniel le había obsequiado ya bastantes años atrás. La falda caía sin vuelo entre velos cruzados. Su cabello castaño estaba atado en una cascada de rizos a su espalda con un hermoso broche largo que llevaba piedras preciosas color vino, descubriendo completamente su rostro cargado con maquillaje: sombra negra resaltando sus ojos claros, labios intensamente rojos sobre piel pálida. Parecía el cisne negro.

Cuentos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora