El infierno personal de Elisa y Daniel

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Aquellos seres ante ella eran sumamente hermosos, y, de una manera quizá instintiva, sabía que eran incapaces de hacerles daño; dos de ellos se encontraban bostezando de cansancio quizá, algo extraño después de todo el caos que ellos decían haber tenido entre sus conversaciones, pero era obvio que estaban luchando por mantenerse despiertos. Militantes, se hacían llamar.

-No fue suficiente para matarlos. -Pronunciaba uno de ellos, que se veía un poco más despierto, aunque sumamente agotado. -Pero sí para retirar su sello de sangre por al menos veinticuatro horas. Son lo que eran en un inicio, humanos, hasta mañana al menos.

No, ese sujeto no era como ellos. Había algo especial en él, pero no era un Militante.

-Elisa, ¿cierto? -Cuestionó suavemente aquél bonito platinado, el cual se había identificado como Jaziel. -Lo más prudente es retirarnos del lugar, tan pronto lleguemos con los demás podremos explicarte mejor lo que sucede contigo.

-Por favor, permítanme quedarme esta noche aquí. -Susurró Elisa, un poco agotada. Aquél negro vestido le daba pesadez. -Sé que no correré peligro por lo que han estado hablando, y... quiero despedirme de él.

El Militante miró a su hermano gemelo como si buscara su aprobación; aquél muchacho, en apariencia severo, se quedó en silencio durante unos momentos, y por un instante fue perceptible que ellos podían compartir sus pensamientos tal como lo hacían Daniel y ella cuando bebía su sangre en gotas. Acabó asintiendo con la cabeza varias veces, sosteniendo con firmeza a una mujer inconsciente de larga melena rizada, aunque no se miraba en apariencia bastante convencido. Elisa sonrió, agradecida.

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Fue muy fácil encontrarlo en esa enorme casa, pues sus pensamientos eran demasiado ruidosos y acelerados para ella; pronto subió por las alfombradas y amplias escalinatas, de forma cuidadosa ya que la penumbra la hacía ver mucho menos de lo normal, tratando de apreciar con torpeza el camino que tenía de forma ascendente hacia lo que parecía ser un ático, una puerta abierta escondida como una pared aterciopelada. Había luz tenue en la habitación, como la de velas.

-Daniel. -Lo llamó ella.

Estaba de pie frente a un enorme ventanal con la cortina oscura completamente abierta, dejando ver la densa oscuridad de la madrugada; se miraba demasiado humano, podía percibir su respiración calma, su piel rosada por la sangre que corría por sus venas, su cabello rubio oscuro, brillante... lo único que no había cambiado era el color púrpura de sus ojos.

-Los Sabios olvidan su nombre cuando son convertidos, ¿sabes? -Dijo, mientras se alzaba la manga izquierda de su camisa guinda, que estaba algo rota por el confrontamiento anterior. Fueron nítidas las letras pintadas en negro sobre el antebrazo. -Me hice tatuar el mío cuando Maestro me convirtió aquella noche, no quería perder mi identidad para ser parte de una comuna.

-No lo sabía.

-El... Militante dijo que sería veinticuatro horas en las que sería un humano, después de eso... -Se giró un poco para verla, en un gesto demasiado suave para ser él. -Volveré a la inmundicia de lo eterno, y no te volvería a ver, ya que ellos... ustedes, tienen a alguien asignado en su vida.

La idea la aterró de pronto, notando en ella lo factible que era. Sin pensarlo, acabó abrazándose a él en un suave impulso, notando su calor corporal y su respiración viva... pero el amor que sentía por él ya no era tan intenso, era como si se desvaneciera de forma gradual.

-No, no quiero eso. -Pronunció Elisa, dolida, aferrándose a él como si quisiera tomar de él lo que había perdido. -Tanto tiempo, ¿para acabar de esta manera?

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