Teresa era... singular, a falta de una palabra más decente.
La gente solía decir que ella era de aquellas mujeres que les había sucedido "algo importante" que les hacía cambiar por completo su manera de ser y su misma fisionomía; aquella alta morena, de vistosos ojos color miel, había pasado de una conservadora maestra de secundaria, recta y estricta, a una especie de... modelo de fisicoculturismo.
-Pero, ¿en solo dos meses pudo alcanzar ese físico? –Había cuestionado en un susurro un atento padre de familia, uno de los tantos que no solía pasar desapercibido cualquier cambio en su monótona vida.
Sus siempre planchados trajes sastre que utilizaba como uniforme de la escuela habían cambiado a pantalones justos sobre su torneada cadera y blusas entalladas cuyos botones amenazaban con salir despedidos ante el prominente pecho (el hecho era que parecían ser los mismos trajes sastres, y que ella misma era la que había crecido de alguna manera), y su largo cabello oscuro caía hasta media espalda en una cascada de rizos marcados cuando antes lo llevaba pulcramente atado. Llevaba el mismo carácter firme, duro, estricto, pero, en cierta manera, se había vuelto sumamente seductor para los padres de familia que asistían a las juntas vespertinas.
¿Cómo? A raíz de un accidente, decían.
II
Teresa Cons estaba más que consciente del cambio tanto físico como mental que había ocurrido tan bruscamente, ya que le costó ocultarlo en su momento; en sí jamás hubiese creído la situación en la que todo había sucedido, si alguien más se la hubiese contado lo habría enviado inmediatamente a hacerse un examen toxicológico. Sin embargo, la situación en la que ahora estaba envuelta ahora solo servía para afianzarle con mayor fuerza en su cabeza que aquello era real, que no era producto de alguna imaginación suya o que estaba pasando por una enfermedad mental.
-Teresa. –Pronunció aquél hombre, con voz intencionalmente grave.
Estaba sentada en el suelo frío, con las manos, su pecho y su rostro salpicado de sangre; alrededor de ella se encontraban varios cuerpos dispersos, ensangrentados pero aun gimoteando en señal de que seguían vivos, sufriendo de una agonía indescriptible que ni siquiera los Militantes podían calmar. Frente a ella, con las pulcras botas color negro manchadas de la misma sangre, se encontraba parado aquél muchacho de severa mirada dorada, el corto cabello platinado revuelto por el ajetreo pasado, ceñido en aquél traje tan oscuro como la noche. Su carácter frío trataba de imponerse tal como debía ser en un líder como él, pero ella sabía que era porque no podía soltar sus emociones tan fácilmente como... él...
-No están muertos. –Pronunció ella. Sin embargo, no era capaz de contener tan bien sus emociones como aquél imponente líder. –Solo les he mostrado que ya no podrán hacer lo que deseen. Que no van a matar más. –Sus ojos, que en ese momento eran de un color gris azulado, se volvieron nítidos entre la oscuridad de la noche.
-No fue por venganza, entonces.
Teresa levantó la vista, y una sonrisa maliciosa apareció en sus labios rojizos por la sangre; su aspecto se vería terrorífico para cualquier otra persona que la mirase, envuelta entre cuerpos mutilados sobre un suelo sucio de un galerón abandonado que servía como almacén. Sin embargo, el joven frente a ella, a pesar del porte formal y severo que desprendía, tuvo un destello de nerviosismo que le fue casi imposible de ocultar.
-Pagarán caro aquellos que fueron capaces de hacerle tanto daño a Jaziel. –Entrecerró la mirada, agresiva, invasiva, seductora. –Y se darán cuenta de que ya no serán capaces de hacer lo que ellos deseen con los antropos, ni con nadie más.
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Cuentos de la luna
General Fiction[Completa.] Una serie de cuentos entrelazados acerca de los personajes que habitan entre la oscuridad y la luz, que caminan entre nosotros como una persona más e influyen mucho más en nuestras vidas más de lo que creemos.