Teresa II

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I

Se quedó petrificada, contemplando a aquél muchacho tan curioso, idéntico a Gabriel el activista, sobre todo a la lentitud calculada con la que él había fruncido el ceño mientras la miraba, como si le hubiese causado molestia o quizá repulsión; dio un paso en reversa, temerosa, aunque no percibía alguna muestra de agresión u hostilidad por parte de él.

-Tú... tú no eres Gabriel. –Dijo, no sin sentir cierta vergüenza.

-¿Quién eres? –Cuestionó él con severidad.

Sonaba como Gabriel, pero no era él. Su aroma, aunque dulce, era completamente distinto.

-Soy... Teresa. –Susurró ella, pero no se mostró intimidada por él.

-¿Por qué estas siguiendo a Gabriel, lican?

-Conversaba con él. –Notó que su ceño se fruncía con mayor notoriedad, inclinándose un poco hacia un lado. –No sucedía nada más hostil. ¿Cómo supiste que soy...?

-¡Espera, Raziel!

Se sintió atrapada en una especie de caricatura, donde todo lo que estaba ocurriendo era un chiste y pronto habría una multitud riéndose a coro como en los programas de comedia que su padre solía ver a media tarde; frente a ella estaba aquél joven, con vestimenta no tan formal como creía, acompañado de Gabriel, el muchacho activista que había conocido antes durante la fiesta. Idénticos completamente, en estatura, complexión y facciones, a excepción de su corte de cabello y los gestos que había en sus rostros.

-Curioso pensamiento. –Dijo el severo platinado.

-No le hagas daño. –Había susurrado Gabriel, ya con el smoking algo desaliñado, aunque ella lo estaba escuchando con nítida claridad. –Ella no es como los licanos que conocemos. Baja tu espalda.

Tuvo una punzada de temor. ¿Espada, había dicho?

-¿Qué significa eso, Gabriel?

-No pertenece a ningún clan, no fue transformada como el resto de los licanos... ¿por qué crees que no se nos ha abalanzado a atacarnos?

-No he indagado en ello, pero si es extraño.

-¡Lo sé! Por eso me llama la atención, quiere decir que el comportamiento agresivo no es en realidad tan instintivo como creíamos.

-Hey, puedo escucharlos. –Se quejó Teresa, torciendo los labios un poco. –No es como que tenga interés en ser objeto de estudio suyo.

Ambos se miraron. El de cabello corto les dio parcialmente la espalda, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando hacia algún punto lejano, mientras Gabriel bajaba aquella escalinata con prisa para quedar frente a ella, sonriéndole a manera de disculpa.

-No, no, las personas jamás deben ser objeto de estudio. –Dijo de manera conciliadora, interrumpiendo la visión de ella hacia el otro platinado. –Disculpa el susto, él es mi hermano Miguel, y, bueno, es que es bastante precavido cuando salimos de noche.

"Miguel". Juraba que...

-Son idénticos. –Dijo, cortando de tajo sus propios pensamientos.

-Sólo físicamente. Escucha, Teresa. –Extendió la blanca mano hacia ella. –Debes disculpar nuestra hostilidad, no estamos acostumbrados a dialogar con licanos, normalmente nos atacan de forma precipitada y pocas son las ocasiones en las que logramos salir impunes.

-¿Hay más como yo?

Miguel los miró entonces de reojo, notándose algo sorprendido; su mirada dorada era tan intensa que podía sentirla en ella aun sin verlo, algo que la ponía un poco nerviosa y, de cierta forma, alerta.

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