. Día 2 .

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ABRE UN LIBRO AL AZAR Y ELIGE UNA LINEA. USA ESA LINEA COMO EL COMIENZO DE TU HISTORIA Y CONTINUA ESCRIBIENDO. ESCRIBE LO PRIMERO QUE SE TE VENGA A LA MENTE Y NO LO REVISES.

  — Pues qué ocupado he estado últimamente—dijo con amargo sarcasmo—. ¿De dónde habré sacado tiempo para matar a tanga gente?     

En sus ojos claros relucía un azul tan puro, y una emoción, un rencor temible. No era la primera vez que se le acusaba de delitos ajenos, y su juzgado lo sabía, lo querían muerto.

  — Silencio en la corte—un golpe seco con su pequeño martillo fue suficiente para calmar a la multitud que observaba el juicio.

— Su señoría, el acusado en cuestión no ha negado el crimen—la molesta pelirroja aclamó con voz chillona mientras apuntaba a su primo con descaro.

— ¿Y acaso lo he aceptado?—el odio que sentía por su propia sangre no hacía más que incrementar.

La sala volvió a encontrarse en medio de gorjeos y gritos de la gente. El juzgado intentaba retomar el control perdido, pero era inútil. 

Cassel sentía la sangre hervir, aquellas personas compartían su ADN, pero era lo único que les unía. Todos querían ver muertos a todos, menos a uno mismo; prácticamente ése era el dicho de los Maehr, desaste de todo el que puedas y quédate con todo. Pues ya no quedaba nada, y el último que quedara, lograría conservar como máximo unas cuantas monedas de cobre.

Pero así eran los Maehr, codiciosos hasta con una migaja de pan.

  — Retomemos el juicio señores—su padre volvió a sonar el pequeño martillo, quería terminar de una vez por todas. ¿Pero quién no? Tenían uno de esos literalmente dos veces por semana; y así se iban librando de uno por uno.

Pero Cassel no, juicio con juicio aprendía a zafarse del destino cruel que le deseaba su propia familia.

El silencio volvió a apoderarse de la sala. Cassel volvió a acomodarse en el incómodo asiento del enjuiciado, era una silla vieja y astillada de tantas veces que sentaban a un Maehr en ella, ¿pero qué importaba?, muchas veces era lo último que uno sentía antes de ser mandado a la horca por tu madre, tu padre, o un hermano o hermana.

Las cadenas comenzaban a irritar la piel de Cassel, de tantas veces que era enjuiciado conocía ya bastante bien la sensación de aquel metal roñoso y oxidado sobre su piel.

A veces podía durar días sin quitárselas, ¿quién sabía cuándo volvería a ser enjuiciado?, después de todo, los juicios y las horcas eran para los Maehr como un encuentro familiar en el parque.

Pero Cassel planeaba cambiar eso, si lograba salvarse de las próximas condenas, al menos hasta que quedaran sólo unos pocos Maehr, podría quitar la costumbre de matar entre parientes.

Sólo tenía que zafarse una vez más.

— ¿Cómo encuentra el jurado al acusado?

La maldita pelirroja se levantó con una sonrisa pegada al pecoso rostro. Sus ojos azules taladraban con la mirada a Cassel, mientras le susurraba entre dientes que había cometido un grave error al comerse la última rebanada de pastel.

— Culpable, mándenlo a la horca.   



DESAFÍOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora