. Día 23 .

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CUENTO DE HADAS.


Hace muchos años, en un reino muy lejano, existía una Rey y una Reina sin herederos. El hombre estaba preocupado porque la edad estaba acabando con él y con su amada esposa, pronto quizá morirían y dejarían el reino sin un heredero legítimo.

Desesperado, buscó soluciones por todo el mundo. Desde remedios caseros hasta magia poderosa, todo por tener hijos antes de fallecer.

Un día, se encontró con una mujer que prometía ser tan poderosa como el mejor mago que pudiera encontrar en el mundo. Convencido por sus palabras, el Rey le solicitó su ayuda.

La bruja, quien sabía de sobra que aquel hombre mendigo que la visitaba no era más que el Rey, decidió sacar partido de la situación.

— Bien, te ayudaré—dijo la bruja, todavía el Rey no había terminado de sonreír cuando la mujer dictó sus condiciones—, pero tendrás que darme algo a cambio.

— Sólo soy un pobre hombre que no tiene mucho que ofrecer.

— Y es por esa misma razón que—la mujer tomó asiento y manipuló su bola de cristal—, pasados los primeros tres años, sin haber tenido un hijo o hija, me servirás para siempre.

La mirada del Rey cambió abruptamente,  ya le habían advertido de la magia negra, que siempre es traicionera y nunca nadie debe fiarse de ella.

— Ésto es una farsa...

— Tu esposa y tú serán una pareja muy fértil, la única manera para no lograr un embarazo sería no estar juntos.

— ¿Cuál es la trampa?—el Rey sabía que había algo más detrás de todas aquellas palabras.

— ¿Ves alguna trampa?, la gente siempre me pide favores, y casi nunca los usan, tómelo como una garantía para mí de que valdrá la pena mi esfuerzo.      

El hombre dudó por unos segundos, pero después de darle vueltas al asunto, le pareció una buena idea aceptar la propuesta de la bruja. La mujer le lanzó unos polvos mientras conjuraba un hechizo, él podía sentir cómo afloraba algo en su interior.

En cuanto salió de la casa medio destruida de la mujer, salió en marcha hacia su reino, con una alegría que le llenaba el ser.

Apenas iban entrando por las murallas de la ciudad cuando notó que todos los ciudadanos estaban de luto, parecía ser algo reciente, puesto que las flores zambullidas en agua  que habían arrojado a la calle todavía seguían húmedas.

Era absolutamente toda la ciudad la que lamentaba por la perdida de una persona, pero las muertes de los ciudadanos no solían ser sopesadas tan globalmente. Sólo podía haber una razón, alguien de la nobleza muy querido había perecido.

¿Y quién de la nobleza era más querido que su propia Reina? Marchó a paso rápido en su corcel blanco hasta llegar a la entrada del castillo. No tuvo que entrar al palacio para cerciorarse de que su amada esposa estuviera a salvo, a fuera, acostada sobre mármol pulido y al centro de ramales de flores, se encontraba ella, cubierta de los mismos polvos que lo habían roseado a él primero.

Lloró días, semanas y algunos años. Puesto que pasados los tres años acordados, dejó el reino a manos de un extraño y se retiró a servir a la bruja por el resto de su vida.


     

DESAFÍOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora