Capítulo 18

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Camila sintió que ése era el peor día de su vida. Llegó a la librería tan triste, que Simon se dio cuenta y la trató con cuidado.
—Hoy no hay mucho trabajo, Camila ¿no quieres volver a tu casa?
—... (negó con la cabeza).
—... Ajá.
Dijo Simon, que estaba muy contento porque por fin tenía noticias de su hija: había recibido una carta de ella. Eso lo ponía de un ánimo simpático y generoso, hasta se había afeitado.
—... Ajá (repitió).
Camila seguía ordenando unas carpetas.
—... Ajá... Ajá (repitió Simon)
—... (eso ya sonaba un poco raro)... ajá ¿qué?
—No, ajá nada, ajá... ¡AJÁ!, nomás.
—... mmm...
—Sí... ajá y mmm.
—(Camila también tosió) Cof... cof... sí, ajá.
—(Sonriendo)... ajá... ajá y cof, cof (tosió más fuerte).
—¡Cof! ¡Cof! (Camila tosió aun más fuerte y agarrándose la panza).
Simon hizo que se agarraba del mostrador y como que se caía de la tos tan fuerte que tenía. Y terminaron tosiendo los dos al mismo tiempo. Casi a los gritos. ¡COF! ¡COF!
Pasó una señora enfrente del negocio. ¿Estaban locos esos dos tosiendo a los gritos? Su reacción les dio un ataque de risa.
—Mirá, mirá (dijo Simon, enjugándose las lágrimas, y sacó un sobre).
—¿Qué es?
—¡Una carta de mi hija! Desde que se fue no tenía noticias, ¡y me escribió seis hojas!
—¿Y está bien?
—Muchachita loca, sí que está bien; dice que ya le ofrecieron un trabajo, y que no le mande dinero, que quiere arreglarse sola. ¡Orgullosa como el padre! ¡Dime tú, Camila, el trabajo que hacen pasar los hijos a los padres!
—(Regresó a su seriedad) Los papás también dan mucho trabajo.
—¿Puedo preguntar qué pasó? Si no es indiscreción, claro.
Camila le contó que Lauren se había ido y que ella llegó a su casa y que la pasta y que ella no tenía hambre y que se pelearon con su mamá, y cómo ella no se daba cuenta, ¿eh?
—¿Tu mamá sabía qué te había pasado?
—... (negó con la cabeza).
—¿Y entonces, cómo podía adivinarlo?
—Ellos tampoco me cuentan todas sus cosas.
—No, no, no... tienes razón. No siempre se puede hablar todo... ¿y ya te llamó esa chica... Lauren?
—No, si esto pasó anoche.
—Ah, claro, claro... ¿y cómo vas a hacer?
Camila levantó los hombros.
—Ajá... ¿dónde dices que la mandaron?
—A Orlando.
—Ah, bueno, eso no es tanto problema.
—¿Por qué no?
—Hay pocos kilómetros a Orlando.
—Sí, pero igual es otra ciudad.
—Pero van ómnibus a cada rato.
—¿Y qué? ¡Seguro que no me dejan ir!
—Tan cerquita... ¿qué peligro puede haber?
—... (se quedó pensando: ¿Ir sola?, podía pedirle a Dinah que la acompañara).
—Puedes escribirle también, ¿no?
—¡Uf! ¡Con lo que tarda el correo!
—No, yo decía sin correo; pero, claro, no querrás escribirle me imagino.
—... no, no; pero dígame: ¿cómo sin correo?
—No, yo decía... pero, claro, es sólo una ocurrencia mía, ¿no? Como ésta es una librería y en Orlando también hay librerías...
—... ¿¿¡¡y!!?? ¿¡Eso qué tiene que ver!?
—No, yo decía, nomás... como el proveedor es el mismo y va de ciudad en ciudad... pero, claro, tú no querrás escribirle y te entiendo.
—Pero si yo le pido no me va a hacer caso o me va a decir que sí, y después capaz que tira la carta.
—¡Ey! ¿Qué te piensas que no voy a ayudarte?
—... (Camila sintió que estaba trabajando en el mejor lugar del mundo con el mejor amigo del mundo).
—No tendrías que estar enojada con Lauren, digo, pero si me meto en lo que no me importa mejor me callo.
—¿…?
—... (hacía que miraba esos papeles).
—No, está bien, dígame.
—Imaginate, sus papás se están separando, la llevan a otra ciudad. Tú estás enojada porque ella se fue sin avisar; pero es ella la que precisa que los amigos no la abandonen ahora... ¿no te parece? Camila sintió que tenía razón. Ella se había ofendido como si ella lo hubiera abandonado y ni se le había ocurrido que la estaba necesitando... bueno, no a ella sola, ¿no?, pero a todos.

—Mirá, Camila, hoy no hay mucho trabajo, ¿por qué no aprovechas y le compras una flor a tu mamá y haces las paces?
Camila sintió un chorro de cohete adentro suyo. Había un montón de cosas que podía hacer. Mejor ponía manos a la obra. Le dio las gracias a Simon, que era el más bueno de la galaxia; dio un salto y con toda la energía de sus tennis salió corriendo a la vereda. Se subió de un salto a la bicicleta y fue a buscar un puesto de flores. Llegarle con flores a su mamá. Esa idea sí que estaba buena. A lo mejor ella estaba otra vez con la pasta y justo llegaba ella con las flores, y su mamá estaba pensando en ella y que le quería preparar pasta y justo llegaba ella con las flores y ella estaba
haciendo la pasta con su papá. Eso estaría perfecto. Podía comprarle flores a Simon también, para que se las mandara a su hija. Y al de educación física y a Alexa, pero de ésas de los velorios. Buenísimo. Se dio cuenta de que pasaba cerca de la terminal de ómnibus. ¿Y si averiguaba a qué hora salían ómnibus para Orlando? Total, era para saber nomás. Otra vez sintió esa electricidad rara de las aventuras. ¿Y si Dinah no podía acompañarla? No iba a poder ir. A menos que fuera sola. ¿Ir sola? Se bajó de la bicicleta y entró a la terminal. Sintió su olor especial, como a cigarrillo y nafta; pero también a café y a un lugar que está abierto todo el día, todo el año. No entraba por nada que lo hubieran mandado sus papás ni nada del trabajo. Pero fue a la ventanilla. Preguntó, lo atendieron amablemente, le dieron todos los horarios, y hasta le prestaron una pluma y papel. Se subió a la bicicleta. Iba a comprar las flores; pero de pronto se le atravesó un perrito. Por poco lo pisa. Y no era que se había cruzado de casualidad: había salido al encuentro de Camila. Le ladraba y le movía la cola, saltaba al lado de su bicicleta.

—Ey, perro, ¿de dónde nos conocemos?
Le ladraba jugando, no paraba de saltar, de repente corría y daba vueltas en círculo.
Pasó una mujer con una bolsa de las compras y Camila le preguntó:
—¿Es suyo, señora?
—No, desde ayer que está dando vueltas por acá.
—¿Desde ayer?
—Sí... no sé de quién será, lo deben haber llevado a perder (dijo la señora y retomó su camino).
¿O sea que no es de nadie?, pensó Camila, mientras le acariciaba la cabeza. El perrito era apenas más grande que las dos manos juntas; pero era muy inquieto, como si fueran dos perritos juntos. Hacía que se escapaba para que Camila lo persiguiera, y como ella se quedaba en su lugar, regresaba a provocarla. Camila dejó la bicicleta en el suelo y lo corrió. Era tan chiquito que en dos pasos lo pasaba. Sobre todo, tenía que cuidarse de no pisarlo, porque se metía entre las piernas a cada rato. Camila lo alcanzó y el perrito se tiró panza arriba para que le hiciera mimos. Movía la cola y parecia muy contento.

—Oye, ¿y tú de dónde me conoces, eh?
Le preguntó Camila, mientras le rascaba la panza y sentía que no podía dejarlo en la calle. Tampoco podía llevarlo a su casa, porque su mamá le haría un escándalo. Se
despidió haciéndole un mimo en la cabeza. Se subió a la bicicleta y siguió. Pero el perrito se ponía a correr a su lado. Sus patas eran tan cortitas que por cada vuelta de rueda de la bicicleta de Camila, para él era como cruzar el mundo, por lo menos.
—¡Ey! ¡Andate a tu casa que no te puedo llevar!
Pero el perrito entendía perro y no humano, y por eso seguía corriendo con mucho esfuerzo, al lado de la bicicleta. Camila pedaleó más fuerte, el perrito la quiso alcanzar; pero no sabía correr o se tropezó en sus propias patas o con un átomo o quién sabe; la cosa es que se cayó y dio un aullido de dolor. Camila saltó de la bicicleta y fue a ver si se había lastimado. El perrito creyó que le venía a pegar y se encogió dando pequeños aullidos.
—No, no, amigo, ¿no ves que no te hago nada? (le decía Camila rascándole el lomo)... ¿Tu quieres venir conmigo? (lo acariciaba), ¿sabes cuál es el problema?... mirá, resulta que a mí me gusta una chica y se fue a vivir a Orlando... (lo rascaba), ¿Tú eres un sabueso? (le tocó el hocico), ¿tienes buen olfato?
—... (el perrito ladró jugando).
—¿Ah sí? ¿Tienes muy muy buen olfato, verdad? ¿Y me ayudarías a encontrar a Lauren? ¿Puedes oler de aquí a Orlando? (le acariciaba la cabeza) ¿No es cierto que sí, que tú puedes oler a muchos kilómetros?

Sin pensarlo más, lo tomó cuidadosamente con un brazo y, manejando con una sola mano, lo llevó en bicicleta hasta su casa. Encima de ellos pasó el avión fumigador.
—¡Mirá, lo vamos a alcanzar!
Dijo Camila y pedaleó más fuerte. El perrito iba con la lengua afuera, feliz de sentir el viento en la cara. ¿Por qué será que eso les gusta tanto? Llegaron.
—¡Mamá! ¡Te iba comprar flores y mira lo que te encontré!

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Camz (Fanfic Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora