Capítulo 25

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Buscaron ropa abrigada y rústica, porque iban a estar sentadas en la ruta. Camila no tenía otra ropa que la puesta, así que Lauren le presto una muda limpia. El abuelo se había ido a organizar la marcha. La abuela decía:
—Organizar la marcha... si en Orlando somos dos gatos locos. ¡Pero él quiere estar ahí! ¡No se aguanta! (y se reía).
—¡Abuela, estamos haciendo demasiados sandwiches! (Lauren).
—Bueno, pero allá hay gente también, ¿no (contestó sonriendo).
Se hizo la tardecita y empezó a llegar la oscuridad sin nada que la empujara: no había luces encendidas en Orlando. Salvo el hospital, todo brillaba de oscuro. La abuela repasaba las provisiones, cuando llegó el abuelo.
—¿Hace falta algo?
—Tranquilo, guerrero (respondió la abuela guiñándole un ojo a Lauren y Camila), ya está todo. A ver chicas ayúdenme: la bolsa con los sandwiches, los termos con el café, servilletas...
—... agua (repasó Lauren).
—... agua (repitió la abuela).
—... las frazadas (dijo Camila).
—... las frazadas (repitió la abuela), las velas...
—¡Leo! (Camila).
Se rieron los cuatro y Leo debió haber entendido que estaban hablando porque él también ladró.

Finalmente llegó la noche. Con luz de estrellas y de velas. Silencio. Se oían todos los ruidos, las pisadas, el tic tac de los relojes, una mano que se apoyaba en un mantel. A las nueve fueron hasta la plaza. Había una multitud de gente: jóvenes, viejos, niños. Todos con faroles y velas en las manos. Hasta ese momento, Lauren y Camila estaban divertidas como en una aventura. Se pusieron a hablar con otros chicos. Pero cuando empezó la marcha y se formó la columna de gente que, a paso lento, bamboleando sus velas y sus faroles, se encaminó hacia la salida de la ciudad, Lauren y Camila sintieron que estaban en algo grande.

Los de la ruta los recibieron con gritos, aplausos, toques de tambor, y ellos respondían, también, con gritos, silbidos, levantando las velas y los faroles. Camila miró a Lauren. Nunca en mi vida viví algo así, le dijo ella con los ojos. Yo tampoco, respondió ella con su mirada.
Los huelguistas se adelantaron y se fundieron en abrazos y gritos invencibles. Eran lo más grande, lo más grande del mundo.

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La multitud se acercó a las llamas, se hizo una rueda con faroles y velas. Se acomodaron juntos, familias y amigos. Gritaban y hablaban en voz alta o se reían. Leo ladraba a unos perros que ni le hacían caso, y se asustó cuando uno se acercó a olerlo. Como a la hora llegó un periodista y sacó fotos. Más tarde todavía, una radio entrevistó al intendente, que estaba con su familia. Algunos ya habían empezado a cenar. Lauren y Camila mordieron sus sandwiches como si fueran los primeros de sus vidas. El abuelo destapó su botella y le ofreció a un viejo amigo, que también llevaba la suya. La abuela acomodó más sandwiches encima del mantel.
Fueron pasando las horas, y poco a poco iban llegando más periodistas; los de la televisión, no. Leo mordía un hueso. Lauren y Camila ya se habían hecho varios amigos y los dejaron acomodar el fuego con los palos.

—¿No tienen sueño, ustedes? (les preguntó la abuela, cuando las vio pasar).
—No, nada.
Respondió Lauren, y siguieron camino. El abuelo ya estaba bastante alegre y cantaba abrazado a otros señores. La abuela comentó, divertida:
—Se hizo tenor.
—Vamos a caminar (dijo Lauren a Camila).
Fueron hasta la barrera de gomas quemándose. Se acercaron tres chicos a invitarlos a caminar. Partieron los cinco hasta la entrada de un camino entre dos campos, lejos de las luces. Lauren se acordó de la vez que fueron al cementerio viejo y se lo contó a los demás, agregando la historia de la abuela. Discutieron sobre si ese hombre podía vivir todavía o no, hasta que los demás medio se asustaron y se fueron.

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La noche era tan oscura y limpia y cargada de estrellas, que no sólo se veía el cielo, sino que se sentía el espacio. Con sus soles, cometas y planetas invisibles. Y que la Tierra es un astronauta flotando.
—Parece un cielo dibujado por Vero (dijo Camila susurrando).
—Es cierto... ¿viste allá? (Lauren).
—¿Qué cosa?
—Ésa que parece una estrella, pero se mueve.
—... no, no me doy cuenta cuál... (Camila, inclinándose hacia Lauren, para ver lo que ella veía).
—... ésa (inclinó su cabeza hacia Camila, sin dejar de mirar el cielo), ,ésa... ¿ves?
—Sí (Camila, sin regresar a su lugar, inclinada)... sí, es un satélite.
—Sí (sin alejarse de ella).
Se quedaron como dos ramas, apoyadas una en la otra. Calladas.
—¿Escuchas? (musitó Camila).
—... ¿qué cosa?
—... (Camila hizo una seña con la mano, abarcándolo todo).
—... (Lauren asintió callada, con los ojos abiertos).
Era el silencio que bajaba con todos sus caballos, como juguetes de vidrio con agua adentro y era el silencio que bajaba con sus caballos, como esos juguetes de vidrio, como el silencio con sus caballos blancos y oscuros, y esos juguetes con agua adentro, que cuando se dan vuelta cae la nieve. Así caían los caballos del silencio, rodeando la luz en que flotaba la noche. Y era la noche que se caía como en esos juguetes de vidrio con agua adentro y copos blancos como de nieve que caen blancos y oscuros, y todo tan quieto y tan lento y era la noche y eran los copos y alguna mano más grande que el mundo que estaría dando vueltas su juguete de vidrio con agua adentro para ver cómo caen los copos de los caballos blancos y oscuros del silencio. Y cuando los copos llenaban el campo, la mano daba vuelta al juguete y subían; y era la mano que otra vez daba vuelta al juguete de vidrio con agua adentro para que los copos suban con los caballos del silencio y la luz blanca de la Luna que mira al gigante que juega para que Camila y Lauren vuelvan a ver cómo caen los copos blancos y oscuros y es la cabeza de Lauren que apenas se cansa, que se cansa un poco y descansa apenas descansa de que se cansa un poco en el hombro de Camila, y es el hombro de Camila que como dos ramas apoyadas una en la otra descansa un poco, apenas, en la cabeza de Lauren. Y los copos volvieron a bajar y los rodearon de espirales blancos en el blanco o negros en el negro, y Camila pasó su brazo por el hombro de Lauren. Y ella, como si hubiera esperado ese gesto desde toda la vida, desde que era bebé y estaba como esos juguetes de vidrio con agua adentro, que cuando se dan vuelta cae la nieve, se aflojó en el brazo de Camila. Mirando los copos blancos de los caballos del silencio del cielo dibujado por Vero se quedaron un millón de para siempres. Cuatro millones de ondulomil de mil millones de infinitos.
Camila quiso mirarla, corrió su brazo y levantó despacio su cabeza. Se dio vuelta hacia ella. Lauren también quiso mirarla. Se quedaron. Ojos muy cerca de los ojos de cascabelito lindo. Muy cerca de la nariz que está cerca de la nariz de los ojos de cascabelito cascabelito lindo. No fue que Lauren se acercó, sino que algo profundo y
sencillo se le aflojó adentro. Camila se inclinó hacia adelante y cerró los ojos. Lauren cerró los ojos y se inclinó. Camila sintió, delicadamente, los labios de Lauren con sus labios. Primero Camila sintió, delicadamente, los labios de Lauren con sus labios. Luego, Camila sintió a Lauren con sus labios, y Lauren sintió a Camila con los suyos. Y eso, era el primer beso que se daban.

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Camz (Fanfic Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora