Capítulo 13

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La bicicleta de Lucy, vieja y emparchada, iba en silencio, como debe hacer toda bicicleta o caballo que tampoco va dándole conversación al jinete. En cambio, la de Camila, recién pasadita y todo por la misma maldita bicicletería, engrasada y aceitada hasta chorrear el estúpido aceite, seguía haciendo cuic cuic. Era la única que hacía
ruido. Camila estaba furiosa.

—Camila, ¿no le diste de comer? (Dinah).
Todas se reían, Lucy, en otro planeta como siempre, interrumpió:
—Yo sé un chiste.
—¿A ver? (dijo Camila para desviar la atención).
Lucy empezó a contar de un niño que tenía que comprar un sandwich de jamón y al que, antes de llegar a comprarlo, le pasaba de todo. Pero realmente de todo, porque llegaron al límite de la ciudad y al chico del cuento de Lucy le seguían pasando cosas y todavía no podía comprar su sandwich. Empezaba un camino de tierra. Camila ya quería que terminara el chiste. Una cosa era que Lucy la salvara de la broma de Dinah y otra cosa era que acaparara toda la atención.

—¿Vamos al cementerio viejo? (propuso Dinah).
—No (dijo Lauren, enseguida).
—... (Camila se sorprendió, ¿le dará vergüenza de cuando fuimos juntas?).
—Oigan que les sigo contando (Lucy).
—Esperate que tenemos que decidir a donde vamos.
—Yo conozco un monte que queda por acá; pero no me acuerdo bien del camino (Vero).
—Vamos a ése y lo buscamos (Dinah).
—Oigan, les sigo contando (Lucy).

Llevaban media hora pedaleando y el chico del cuento de Lucy no podía comprar el famoso sandwich de jamón porque tenía que ayudar a una viejita a que cruzara la calle, después porque pasaba un carro de bomberos, después porque le robaban la bicicleta, tenía que ir a hacer la denuncia, la encontraban; pero después se la pedía prestada un viejito. Y así mil cosas y nunca llegaba a comprar el maldito sandwich de
jamón. Nunca habían oído un chiste tan largo. Camila estaba furiosa con la estúpida de Lucy, con las estúpidas de las demás que no paraban de reírse del estúpido chiste de la estúpida Lucy, con el estúpido niño del estúpido chiste. Hasta con el estúpido sandwich del chiste. ¿Cuándo iba a parar de hablar e iba a dejar hablar a las demás?

—¡Dale, Lucy! ¿¡Y qué pasó!? (decía Lauren desesperada y divertida).
—¡Sí, basta Lucy, hablemos de otra cosa! (aprovechó Camila).
—No, Camila, dejala que siga (de nuevo Lauren).
—... (¿quién la entiende?, pensó Camila).
—Sí, esperen, todavía falta, porque, cuando estaba por llegar al negocio, se le cruzó un perro con una manchita blanca...
—¡Termina el maldito cuento! (gritaba Dinah, muerta de risa).

Seguían pedaleando y riéndose ya no porque importara el cuento, sino porque no acababa nunca; y porque Lucy jamás había hablado tanto. Se le habrá destapado algún caño en la cabeza, pensaba Camila, pero con ganas de volverlo a tapar. Trataba de que se le ocurriera algo gracioso, para hacerlas reír ella también; pero ni podía pensar, porque Lucy no paraba de hablar, las demás, de reírse y su bicicleta, de hacer cuic cuic.

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Más se alejaban de la ciudad y más divertidas eran las cosas que se le ocurrían a Lucy para alargar el chiste. Camila notó que Lauren se reía despreocupada. Cuando llegaron estaba seria, por eso que le había contado Vero, que sus papás estaban con problemas. Pero ahora era la misma de siempre, alegre y con una risa maravillosa.

Lucy inventaba más y más cosas, y eso las hacía pedalear más lento. En un momento tuvieron que detenerse porque Lauren casi se caía de la risa.
—Oigan, me parece que no es por acá (interrumpió Vero, todas frenaron).
—¿No era que sabías? (preguntó Dinah).
—Pero les dije que no me acordaba tanto.
—¿Y ahora? (Lauren).
—Si quieren nos quedamos y les termino de contar (Lucy).
—¡Nada que ver, es feo este lugar! (Lauren y Vero).
—Sigamos, seguro que es cerca (dijo Camila, tratando de tener iniciativa en algo).
—¿Y si nos perdemos peor? (Lauren).
—Creo que sé cuál es (Camila).
—... (Dinah se dio cuenta de que estaba mintiendo y que lo decía para alardear delante de todas).
—Vamos (insistió Camila, rogando que se le ocurriera algo).
—Les sigo contando (dijo Lucy).
Todas se rieron. Hasta la bicicleta de Camila, que hacía cuic cuic. Pero ella no; quería regresar, mandarlas a todas al diablo, ir a devolver el libro a la biblioteca. Juró que no le leería un solo poema a Lauren, si de todas maneras con cualquier chiste estúpido se olvidaba de sus problemas.

—¡Lucy, tu chiste no tiene final (Lauren simuló enojo, pero sonaba encantada).
—Sí, tiene; falta poco.
Siguieron pedaleando y riéndose. Todas menos Camila que, disimuladamente, trataba de ver si por el camino que iban aparecía algún monte. Pero nada. Por suerte Lucy seguía distrayéndolas con su chiste.
—¿Falta mucho? (preguntó Lauren).
—No (contestó Camila, intentando parecer segura).
—¿No será que estás inventando? (dijo Dinah para hacerse la graciosa).
—¡Claro que sé! (Camila, muy molesta).
—No te enojes, era un chiste nomás (Dinah, haciendo un gesto de discúlpame).
Lo cierto es que ese comentario fue la gota que colmó el vaso, porque, aunque todas iban oyendo y riéndose con el chiste, ya querían llegar. Camila no veía nada por ninguna parte, y ni tenía idea por dónde estaban.

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Por no quedarse callada y mostrarse segura dijo:
—Cuando llegamos a la esquina de ese campo, hay que doblar a la derecha.
—¡Ay, qué bueno! (dijo Lauren).
—Sí, ya tengo hambre, quería llegar (Vero).
Para qué habré dicho eso, pensó Camila, ¿qué iba a hacer cuando dieran vuelta y no hubiera nada? Quería que la tierra la tragara. Pero que primero tragara a Lucy que, de repente, resulta que era graciosa. Así, de la noche a la mañana, la muy idiota. No se puede ser graciosa de golpe. Ella siempre contaba chistes, entonces estaba bien que fuera graciosa. Pero esta idiota ni siquiera silbaba y ahora resulta que era graciosísima y Lauren estaba feliz con las idioteces que decía. Se le hizo que Lucy era la chica más mentirosa, hipócrita, estúpida que había conocido nunca. Y Lauren era bastante idiota si se reía de estos chistes tontos. Y el bicicletero también era un tarado porque ni siquiera sabía aceitar bien una bicicleta.

Ya estaban llegando a la esquina del campo. Y la más sorprendida de todas fue Camila, porque a unos quinientos metros de ese cruce de caminos había un monte grande y hermoso. Las demás se pusieron a aplaudirla, Dinah se bajó de su bicicleta y la abrazó; pero Camila seguía con la boca abierta: no podía creer su buena suerte. ¿Seré adivina?, pensó.
Pero Lucy no le dio mucho tiempo de disfrutar su éxito porque siguió con su maldito chiste de dos años de duración. El monte era verdaderamente hermoso, con árboles altos y hojas en el suelo. Encontraron un claro en el que dejaron las bicicletas y sacaron sus cosas.

—Bueno, Lucy, ¿cómo termina tu chiste? (Dinah).
—Sí, en serio, Lucy (Lauren).
—Ya termino: entonces el niño por fin llegó al negocio, pidió un sandwich de jamón, el señor se metió, tardó como una hora, salió y se lo dio y el niño lo agarró sin mirarlo y, cuando llegó a la casa, su mamá lo abrió... y, ¿saben que había adentro de los panes?
—¡No, ¿qué...?! (Vero)
—... jamón.
—¿...? (sorpresa en todas).
—... ¿cómo? (preguntó Dinah, que creyó haberse perdido alguna parte).
—Jamón.
—... (se miraron desconcertadas).
—... ¿jamón? (repitió Lauren).
—... sí, jamón.
—... ¿¡ése es el final del chiste!? (Dinah).
—... (Lucy asentía muy divertida de haberlas engañado).
Entonces Dinah se tiró encima suyo, la hizo caer y hacía como si le pegara de verdad. Lucy se reía a carcajadas, ni se defendía. Lauren y Vero se agarraban la cabeza y medio se reían y gritaban porque no podían creer que el chiste fuera tan malo y tan largo.
Camila, silenciosamente, dio las gracias de que por lo menos hubiera terminado. Abrió su mochila y se encontró con que el papel en el que su mamá había envuelto los sandwiches se había abierto durante el viaje, y el libro del poeta se había manchado de mayonesa en la tapa. No era mucho, lo suficiente como para que sintiera que de verdad
tenía ganas de regresarse ya. Y no lo iba a hacer; pero sólo por vergüenza con las demás.

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Jajaja pobre Camz :(

Camz (Fanfic Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora