Capítulo 20

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Eso de las cartas estaba muy bien, pero Camila quería ver a Lauren. Ya llevaba como cuatro cartas, pero quería verla y punto.
—¿No es cierto, Leo?
Pero eran como las diez de la noche y Leo, ése era el nombre provisorio del perrito, estaba dormido y lo más que hizo fue sacudir la oreja, pero quién sabe por qué.
—Tendría que ir a Orlando... ¿y si no la encuentro, Leo?
El perro seguía dormido. Camila se acercó, le hizo cosquillas en la panza y él, sin abrir los ojos, movió la cola y levantó una pata.
—Bueno, si no la encuentro... si no la encuentro... me vuelvo y listo, ¿no?
Ir sola a Orlando. Eso sí que nunca lo había hecho. ¿Le pediría permiso a sus papás? ¿Y si no la dejaban?
—De todas maneras, Leo... Oye... ¡hey!, si te duermes no puedo contarte mi plan.
—... (abrió un ojo, bostezó, estiró sus patas, movió la cola y se fue arrastrando para que lo acariciara).
—El viaje a Orlando dura 3 horas y media, ¿entiendes? (mientras lo acariciaba), o sea que puedo ir, estar una hora con Lauren, volver... y ni pasaron 10 horas, ¿entiendes?... Oye, te estoy hablando, no te duermas... o sea que es como si hubiera ido a ver películas a la casa de Dinah... podría decir que me fui a ver peliculas a casa de Dinah, ¿no? No, eso sería mentir... Oye, no te duermas. Pero el perro no le hizo caso. Y se oyó desde el cuarto de los papás.
—Camila, apaga tu luz.
Bajó al perro con cuidado, lo apoyó en el suelo. Se metió dentro de la cama. Apagó la luz. Enseguida sintió que Leo quería subirse y no alcanzaba. Lo ayudó. El perro siguió durmiendo, pero Camila ni conseguía empezar.
—(Susurrando) Oye, Leo, ¿y si la encuentro pero ella no quiere verme? Se quedó con los ojos abiertos en plena oscuridad, pensando.

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Al otro día en la escuela habló con Dinah.
—Te quiero decir un secreto: voy a ir a Orlando a ver a Lauren.
—... ¿a Orlando?
—Sí.
—¿Con tus papás?
—No.
—... ¿Tú sola?
—Sí.
—... ah ¿Y Lauren sabe?
—No.
—¿Y si no está?
—(Levantó los hombros) Me vuelvo.
—¿Y si no hay ómnibus y...
—Dinah, ya averigüé todo.
—¿Quieres que te acompañe?
Le daba vergüenza decirle que no, y sólo levantó los hombros.
—Te pido una cosa, no se lo digas a nadie, ¿prometido?
—Sí.
Tocó el timbre. La clase siguiente, No se lo digas a nadie fue lo que Dinah le dijo a Vero cuando se lo contó, porque ella había prometido eso, pero con Vero era distinto. Y Vero se lo contó a Lucy y le dijo No se lo digas a nadie. Lucy se lo contó a otros dos amigos y les dijo No se lo digan a nadie. Y todo el mundo susurraba en el grado lo que Camila iba a hacer, y todos decían no se lo digas a nadie.

Cuando llegó el jueves, ya lo sabían hasta los marcianos. Normani se acercó y le preguntó:
—Oye, Camila, para el sábado, ¿Qué vamos a hacer allá, salimos a comer o algo?
—¿¡Allá, dónde!?
—¡En Orlando, Camila! ¡¿Dónde va a ser?!
Ni le contestó, salió corriendo, furiosa, a hablar con Dinah. Ella le juró y le rejuró que no le había contado a todo el grado, sólo a Vero, y se enojó cuando Camila le recordó que ella le había prometido no contárselo a nadie. Pero no sólo lo sabían todos sino que había planes de acompañarla. Camila está que vayamos a saludar a Lauren. Eso es lo que decían.

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Esa noche del jueves Camila se acostó entre triste y enojada. Quería ir sola, no en procesión de una multitud. El viernes, antes de ir a la escuela, volvió a confirmar los horarios de los ómnibus. Miraba la hoja con cierta tristeza. El viaje ya no sería lo mismo. Cuando llegó a la escuela, como en una confabulación secreta todos se le acercaban y le preguntaban
susurrando y haciendo misterio:
—¿A qué hora salimos, Camila? ¿Dónde nos encontramos? Ella estaba hundida y triste porque su plan se había ido a pique como un barco agujereado. Pero de pronto se le ocurrió una idea, y contestó:
—A las tres, en la terminal de ómnibus. Se corrió la voz por todo el grado.

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Llegó el sábado. Camila terminó de almorzar más rápido que nunca.
—Camila, mastica la comida.
—Sí, papá.
—Sí, papá... pero te estás tragando los pedazos enteros.
Ayudó a secar los platos sin que su mamá se lo pidiera. ¿Qué le iba a decir? No quería mentir, y con un nudo en la panza, por el susto, se le ocurrió:
—... me voy a dar una vuelta.
Adentro suyo estaba atajándose de lo que podía pasar ahora. Pero su mamá dijo:
—Bueno, cuidate (y le dio un beso).
Camila respiró. Además no había mentido, sólo que era una vuelta a Orlando. Tomó su mochila vacía. Llamó al perro. Antes de llegar a la terminal revisó el dinero que había cobrado el viernes, como cinco veces. Sí, estaba todo. Alcanzaba. Sobraba. Podía ir y volver, invitar a Lauren por un helado, y todavía sobraba. Llegó a la terminal, había poca gente. Fue a la ventanilla, preguntó si se podía viajar con animales. Le dijeron que no. Ah, bueno; dijo ella como si nada. Compró su boleto del ómnibus de las dos. A las tres no salía ninguno para Orlando. Fue hasta un rincón, metió el perrito en la mochila, se acercó al ómnibus. Le dio el boleto al chofer. El perrito se movía bastante adentro de la mochila, pero nadie se dio cuenta. Se subió. Buscó un asiento, se sentó. Subió el chofer, encendió el motor. El perrito ladró. El chofer miró por el espejo. Camila sonrió y lo saludó con una mano. Él chofer puso la marcha, el ómnibus retrocedió. Luego avanzó, salieron de la terminal. Sí, señor. Ya estaba viajando. Pensó en la cara que iban a poner todos los del grado cuando llegaran a las tres.

El chofer encendió la radio para escuchar un partido, y eso ayudó porque no se escucharon un par de ladridos del perrito. El ómnibus iba casi vacío. Abrió la mochila.
—Mirá, Leo, esto es un ómnibus. Y el perro olía por todas partes, como si estuvieran pasando las noticias. Llegaron a la ruta, y Camila le iba explicando. Estos son los coches. Esto es un campo. Mirá, allá hay vacas. Y así ni se acordaba de su miedo, porque para eso había llevado al perro, para que le hiciera compañía. Mira, ése es un tractor. El ómnibus iba tranquilo, ni rápido ni lento. Oyendo el partido por la radio. Mirá, Leo, mirá todos esos pájaros. Y Leo miraba abriendo los ojos y levantando las orejas y oliendo. Aunque no podemos saber si miraba los pájaros que le señalaba Camila o el vidrio verde de la ventana del ómnibus. Para él todo era igual de nuevo, grande, distinto, y en movimiento. Para Camila también.

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Camz (Fanfic Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora