Capítulo 24

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Camila abrió los ojos. Vio una pared que nunca había visto. Se sintió rara despertando en un cuarto en el que había pasado su primera noche fuera de casa. Se acordó de todo lo que viajaba el papá de Dinah. ¿Será así despertarse en distintos hoteles? La luz daba en las cortinas encendidas y se oían ruidos afuera. Eran los abuelos que hablaban en voz baja para no despertarla. Lauren ya no estaba en la cama, la noche anterior las dos estaban tensas durmiendo en el mismo lugar y estaban lo más lejos la una de la otra que les era posible. ¿Será que iba a poder volver hoy, como decía el abuelo? ¿Será así despertarse en hoteles? No, no debía ser así, porque Leo venía caminando por su espalda, moviendo la cola. Cerró los ojos para hacerse la dormida, y enseguida sintió el hocico olfateándole la oreja. Se hundió en las sábanas.
—Leo, por la oreja no se sabe si la gente está despierta. Leo ladró.
—Ah, ¿ya estás despierta? Arriba, vamos, a desayunar (dijo detrás de la puerta el abuelo).
Camila fue a la cocina, la radio estaba puesta muy bajita, y daba las noticias. Saludó a los abuelos con un beso, a Lauren, le dijo hola.
—Parece que va para largo, eh... (le comentó el abuelo, señalando la radio), yo no sé, no digo que no tengan razón, pero hacer este lío... dejar a la ciudad incomunicada, es una locura.

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Después de desayunar, Camila y Lauren salieron a caminar con Leo, que ya se creía de Orlando. Se les adelantaba y ladraba, pero no porque hubiera visto un perro, sino así, por las dudas. Entrenaba el músculo de ser valiente. Ellas evitaban lo que se habían dicho en la terminal. Por suerte se encontraron con la señora Hortencia, que cargaba un bolso y caminaba con dificultad. Se le acercaron.
—¡Hola, la parejita! ¿Cómo les va?
—... (¿la parejita?, pensó Camila, la vieja enloqueció otra vez).
—¡Hola, Hortencia! (saludó Lauren contenta), ¿te ayudamos?
—Ay, sí, qué amores que son.
Les dio la bolsa y, como era su costumbre, no paró de hablarles. Les contó que su hija es empleada de la azucarera, y su yerno también.
—O sea que si se quedan sin trabajo es un desastre, un desastre, tiene dos hijitos... ay, yo no sé.
Les llevaba sandwiches y frutas. Camila se sorprendió. Ella se había imaginado que los de la huelga eran peligrosos, y resulta que aquí estaban acompañando a la señora Hortencia, con su paso rengo, a llevarle frutas a su hija. Se imaginó ella misma en una huelga, pidiéndole a su mamá que le llevara sandwiches de tomate. Sus preferidos.
En dirección de la ruta se veía una espesa columna de humo. Tan densa que subía con esfuerzo. A medida que se acercaban se veía la hilera de gomas quemándose, cruzada sobre la ruta. Ya no había autos a los dos lados, pero sí un revuelo de gente. A Camila le hizo acordar una pintura, uno de esos cuadros de la revolución. Lleno de héroes y próceres después de alguna batalla de cuando se fabricó la patria, como puso Mani en un examen. Sólo que éste era más pobre, y no había tanta gente, ni soldados, ni una bandera; ni nadie miraba al cielo y acá quemaban gomas, había perros jugando, y el avión pasaba fumigando un campo cercano. Bueno, no; nada que ver con un cuadro de la revolución, pero hacía acordar a uno.
Leo iba escondido tras los pasos de Camila, que terminó por alzarlo con su mano libre.
La señora Hortencia seguía avanzando como un barco roto y constante.
Unos tipos se habían quitado las camisas y se las habían atado en la cabeza. Tenían palos largos y estaban acomodando las gomas para que se quemaran mejor. Otros dos conversaban y se pasaban una botella de vino, sin parar de hablar; tomaban del pico. Unos chicos corrían alrededor de una señora que los retaba, sin que le hicieran caso, y ella seguía hablando con uno que también estaba con el torso desnudo: era muy panzón, levantaba los hombros a cada rato y movía los brazos para cada palabra que decía.
Finalmente se acercó una muchacha joven y le dio un beso a Hortencia. Ésa era la hija, estaba embarazada. Apoyaron el bolso en el suelo. Uno vino a darle un beso a Hortencia. Era el marido de la hija. Otro de los sin camisa, no era oficinista, hasta descalzo estaba. Tenía las manos sucias de carbón.

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De pronto se oyó una sirena que pedía paso; una ambulancia se acercaba a toda velocidad. Se abandonaron las conversaciones. Los niños dejaron de jugar. A pocos metros la ambulancia hizo chirriar sus gomas con una frenada. El chofer se asomó por la ventanilla.
—¡Dejen pasar! ¡Es una emergencia!
Los de la barrera se apuraron a correr las gomas. El chofer se puso nervioso e hizo sonar la sirena. Camila pensó que no había que hacer eso, ya estaban corriendo todo, ¿para qué la sirena? Se le hizo sospechoso. Ella había visto muchas ambulancias en el hospital donde trabajaba su papá, pero a ésta nunca. Se escabulló entre el grupo y consiguió mirar a través de los vidrios. Había alguien acostado sobre la camilla. Eso lo había visto muchas veces; pero éste tenía los zapatos puestos, que asomaban por debajo de la sábana. El que parecía médico transpiraba nervioso. El chofer volvió a hacer sonar la sirena. Camila quiso advertirle al yerno de Hortencia; pero éste la tomó y la alejó de la ambulancia, que pasó por el espacio que le abrieron.
—Es que...
—Espera.
—... había algo raro...
—Después, querida (la calló el yerno, y se fue a regresar las gomas a su lugar).
La señora Hortencia les dijo que mejor se fueran a casa, porque ahí los ánimos estaban un poco caldeados. Se alejaron caminando. Camila bajó a Leo y le dijo a Lauren:
—El médico tenía el estetoscopio roto.
—¿Qué? (preguntó extrañada).
—El médico que estaba con el paciente, tenía el estetoscopio colgando del cuello.
—Así lo usan, ¿no?
—Sí, pero estaba roto... le faltaba la cosa esa que apoyan para oír: terminaba en el tubito nomás.
—¿Se le habrá roto en el apuro?
—No creo, y el paciente iba con los zapatos puestos.
—¡Ay, Camila! ¡Mira en lo que te fijaste en medio de todo eso!

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En la tarde Camila llamó a sus padres. Antes de la cena encendieron el televisor. Mientras iban cambiando de canales, Camila alcanzó a ver algo y dijo:
—¡Ése! ¡Vuelva a ése, Michael!
—No, no, no... yo tengo mi programa.
—¡Por favor, Michael! ¡Lauren, estaba la ambulancia que vimos hoy! (Camila).
—... (el abuelo buscó el canal).
—¡Lauren! ¡Mira la ambulancia! (exclamó Camila).
—¡Es cierto! ¡Es la que vimos! (gritó ella).
Explicaron agitadamente a los abuelos, mientras veían cómo el periodista entrevistaba a un señor de saco.
—¡Es el gerente de la azucarera! (exclamó el abuelo, que dio un salto y subió el volumen).
—... hoy tuve que escapar, literalmente, escapar escondido...
—¡Viste, Lauren, que no era un paciente de verdad! (Camila).
—... escondido en esta ambulancia porque mi vida corrió peligro... nos amenazaron, y no nos querían dejar pasar. ¡Imagínese! ¡A una ambulancia!
—¡Qué mentiroso! (Lauren, indignada).
—...La ciudad tendría que estar agradecida por la fuente de trabajo, en vez de alterar el orden de esta manera, y poner ellos mismos sus trabajos en peligro...
—¡Qué miserable! Quieren hacer su negocio mandando la azucarera a la quiebra, y resulta que somos nosotros los peligrosos.
Exclamó enfurecido el abuelo, y ahí las noticias pasaron a otra cosa.
—¡Viste que no era un médico de verdad!
—¡Tenías razón! (Lauren).
—¡Vamos a la ruta a avisarles! (Camila).
—¡No, no, no, ustedes se quedan acá! (el abuelo, nervioso).
—¡No, pero con ustedes, vamos con ustedes!
—¡Sí, abuelo, hay que ir! ¡Ese señor está mintiendo!
—¡Claro que está mintiendo! (el abuelo indignado).
—¡Y seguro que va a seguir mintiendo y van a cerrar la azucarera!
—Pero... ¿¡y qué podemos hacer!? Preguntó la abuela. Lauren se quedó pensando, y Camila propuso, tímidamente.
—... y, llamemos al canal.
—Eso sí.
Aprobó la abuela. El abuelo la miró muy serio, sopesando la idea. Miró a Camila, y dijo:
—Tenés razón. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
Llamó al canal, lo pasaron con Noticias, y les explicó. Le dijeron que iban a enviar unas cámaras. Eso lo tomó por sorpresa. Él sólo había llamado para desenmascarar la
mentira; pero ahora resulta que venían los de las noticias. Cambiaba la situación.
Colgó excitado.
Les pidió que buscaran los teléfonos de algunas radios, y llamó al intendente de Orlando para explicarle lo sucedido y avisarle que iba a venir la televisión. Quedaron en reunirse temprano en la mañana.
Camila alzó al perro y le dijo:
—¡Leo! ¡Va a venir la televisión! ¡Vas a tener que transformarte, urgente!

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Al otro día el intendente se reunió con el abuelo y otras personas. Decidieron que toda la ciudad debía apoyar a los de la huelga. Tenían que unirse, no podían permitir que mintieran sobre lo que sucedía acá. Además, la azucarera era de las principales fuentes de trabajo, sin ella peligraba Orlando. La radio local empezó a hacer correr la noticia, una camioneta con un gran parlante encima, también; y el abuelo, cuando llegó a casa, contó:
—A partir del mediodía se va a hacer un cierre simbólico de todos los negocios, o sea que si hace falta algo de comida, hay que apurarse.
La abuela asentía con la cabeza, orgullosa.
—Se está pidiendo que esta noche no se encienda ninguna luz. Vamos a hacer un apagón: en todo Orlando no tiene que haber una sola luz prendida.
—¿Velas tampoco? (preguntó Lauren).
—Velas sí (contestó sonriendo el abuelo), y a las nueve de la noche va a haber una marcha hacia la ruta, en señal de apoyo.
—¿¡Nosotros también!? (Lauren, entusiasmada).
—No, ustedes se quedan (el abuelo).
—Michael, no las vamos a dejar solas en casa... (la abuela).
—(Pensó)... no, claro.
—... que vengan con nosotros.
Camila no lo podía creer; ella había querido hacer un viaje de 10 horitas nomás, y ahora estaba como metida en un cuadro de la revolución. Se imaginó que venía un pintor y que ella miraba al cielo y sostenía una bandera, mientras Leo le mordía el tobillo al enemigo.

—Y vamos a pasar la noche allá (terminó de decir el abuelo).
—¡¡¿¿En la ruta??!! (gritaron entusiasmadas Lauren y Camila).
—... así que hay que abrigarse, niñas, no quiero resfriados.
Camila trató de acordarse, ¿había visto en una de esas pinturas a alguno resfriado? No. Muertos sí; pero resfriados no. Se acordó del cuadro que había en la preparatoria y se imaginó en medio de los próceres nacionales, las banderas, el humo y la gente mirando el cielo... y ella sonándose la nariz. Nada que ver, ni loca pensaba resfriarse.

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Camz (Fanfic Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora