¿A eso le llaman trabajar?

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   Severus corrió lo más rápido que le fue posible hasta el salón de música, donde al entrar, tiró a Lucius de un golpe con la puerta, lanzándolo contra unos instrumentos mal acomodados, que no se contuvieron de caer estrepitosamente. Tom volteó sobresaltado por el estruendo y a los leones casi se les para el corazón. El estruendo que provocó el instrumento causó un sobresalto en todos los presentes de ese salón. Sirius — quién ya se había repuesto de los dolores en tan solo 15 minutos—  soltó un insulto por el susto, James chilló de una forma no muy masculina, y se aferró al violín en sus manos.

— Ay— se limitó a musitar el rubio, aún tirado en el suelo y aplastado por la puerta. Severus se asomó ante la queja de dolor y aparta la puerta para que Lucius pudiera salir— ¿Por qué tenías que entrar así? — se queja el rubio mientras se levanta con pesadez.

— ¿Quién te manda a ponerte frente a una puerta?— responde el azabache para luego voltear hacia los leones— ¿Qué hacen ellos dos aquí?— preguntó Severus, casi venenoso, al mirar a Sirius y James.

— A falta de mejor imaginación Mcgonagall les dio el mismo castigo que Dumbledore a nosotros— respondió Lucius mirando al dúo dorado, que le devolvieron la mirada con fastidio y se atrevieron a mostrarles su dedo groseramente al rubio— Idiotas — murmura.

— De acuerdo— respondió Severus virando los ojos, para luego barrer con la mirada a los leones desdeñosamente.

— ¿Qué te pasó, Snivellius? — río Sirius— Cualquiera diría que te perseguía una bestia — se burló Sirius, a lo que Severus lo ignoró olímpicamente dándole la espalda para voltear hacia sus amigos.

— Luc, cuando acaben el castigo irán al cuarto ¿Verdad?— preguntó con su acostumbrado desinterés, mientras que Lucius dejaba la lustrada tuba junto a las otras 6 que habían en una esquina para ponerle atención. 

— Claro, no hay otro lugar— dijo Lucius mientras se volvía a arremangar las mangas de su chaqueta de cuero para evitar esos roces constantes con su piel que tanto lo molestaban.

— Si, la verdad es que hoy no me dan ganas de volver a casa, me quedo aquí — comentó Tom con una mueca de disgusto.

— ¿Casa? — se burla del término tan banal para describir las mansiones que tenían esos dos criminales a quienes llamaba orgullosamente amigos, pero decidió no decir más que eso ante el encogimiento de hombros de los mafiosos— Bien, como quieran— se encoge de hombros el azabache— Solo era para avisarles que está vez me quedo hasta tarde con la luz encendida, así que no quería que se quejaran de que sus preciosas personas no pudieran dormir sus 20 horas acosrumbradas— Se mofa cínico— Si no me encuentran en el cuarto estoy en el campus ¿Si? — Avisa, sus compañeros lo miran y asienten, sin dejar de trabajar— Tengo que decirles algo importante— aclaró Severus, y antes de abandonar el salón echó una mirada de odio al dúo de oro que los miraron de reojo cuando percibieron que Severus se iría.

   Ajenos a la conversación de los Mortifagos — porque realmente no les interesaba de que hablaran, sin mencionar que no se oía mucho desde tan lejos — James y Sirius tenían una conversación diferente, y poco producente para cualquier cosa. No era importante, pero estar en silencio los aburría, y no era como si Sirius hubiera traído su teléfono para poner música. Por qué sí, James tenía su teléfono pero no datos móviles ni música descargada. Para ser un amante es irónico que no tenga música que escuchar.

— James — el miope levanta la mirada hacia su amigo— ¿Y Remus?—  preguntó Sirius. Potter se encoge de hombros con serenidad, como si el motivo fuera sencillo.

— Como Lunático no participó en la pelea a él no le tocó ningún castigo, tampoco a Regulus— explicó el de ojos avellana, mientras pasaba un trapo semi-húmedo a la trompeta hasta dejarla brillante.

¡Batalla de bandas Rock! (Harry Potter) (YAOI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora