I. Pandora

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«Cortocircuito cerebral detectado, por favor, reinicie el dispositivo llamado Pandora la exploradora»

Mejor hacer esto de tirón así que no me voy a andar con muchos rodeos... Espero.

Había empezado mi primer año de universidad como una persona normal. Bueno, como una bruja normal que se camufla entre las personas, pero eso no era mayor problema.

Vivía con mi yaya y su perro en un pueblo costero de Asturias, en España.
Me despertaba temprano para ir a la universidad con el objetivo de ser bióloga marina sin morir en el intento.
Sacaba a pasear a Alfa, el perro de mi yaya. Madre mía os estoy soltando un rollo terrible, como veis no era nada muy interesante.

Un año antes de que todo ocurriera decidí cortarme el pelo, rapándolo bastante por todas partes menos por el flequillo, que caía sobre mi ojo izquierdo. Además lo llevaba teñido de un tono entre el rosa fuerte y el fucsia que me recordaba mi condición de bruja. Y que volvía loca a mi yaya, que lo odiaba.

Mis poderes fueron lo único sobrenatural que me permití conservar.
Mis ojos verde mar eran una clara identificación de en qué magia estaba especializada: magia marina y acuática.
Sí, puede que esa fuera una de las razones de que quisiera estudiar biología marina, lo admito.

Pero no estáis aquí para que os haga un tutorial de estética para adolescentes estresadas.
Estáis aquí por lo otro.

Empezaré por aquella mañana.

Eran principios de junio, no recuerdo muy bien la fecha concreta porque normalmente no sé en qué día vivo.
Me desperté como todos los días por Alfa ladrando cuando mi yaya volvía con el pan recién hecho y las magdalenas.

Me vestí con unos vaqueros rotos y un top negro de tirantes y bajé a desayunar.
Necesitaba una taza de café para despejarme. Como acostumbraba a pasarme, pesadillas de mi vida pasada acudían a mí cuando más débil era: cuando dormía.

-Si pudiera crear un bloqueo en tu mente -comentó mi yaya con el ceño fruncido. Ella sabía lo que me pasaba, y siempre había intentado ayudarme, pero ni su magia ni la mía podían hacer nada al respecto.

Fui a la universidad andando puesto a que no se encontraba muy lejos de mi casa. Por el camino empecé a sentir un agudo dolor de cabeza que atribuí a mi cansancio.

Cada clase fue peor que la anterior. Me encontraba con menos fuerzas y mi nivel de concentración era cada vez más bajo. ¿Qué me estaba pasando?

En uno de los descansos intenté comer algo para ver si me recuperaba, pero no tenía hambre. Nunca había sido una persona comedora, pero aquello era extraño.

No fue hasta la última hora cuando descubrí más o menos lo que ocurría.

En medio de clase se me nubló la vista.
Pensé que se trataba de un bajón de azúcar aunque la voz femenina que empezó a resonar en mi cabeza decía otra cosa:

-Me han atrapado, te entrego mis poderes. Ven a buscarme y protégelos en el nombre de Hécate, diosa de la magia.

Pensé que me había vuelto loca o que tenía una esquizofrenia grave que aún no había salido a la luz.

Puede que no fuera lo más raro que me había pasado en toda mi vida, pero no era normal, eso desde luego.

Ni siquiera me dio tiempo a pensar que mi subconsciente me estaba vacilando. Sentí que me faltaba el aire y un calor interno indescriptible, como si vertieran lava ardiendo dentro de mí. Sí, esa es la mejor comparación porque el calor era similar y mis posibilidades de morir, también.

Perdí el conocimiento en medio de clase. Patético.

Al despertar estaba de vuelta en casa, tumbada en mi cama.
Durante unos breves y felices segundos pensé que lo había soñado. Entonces vi al chico rubio vestido de negro en la esquina de mi habitación mirándome como si fuera lo más divertido del mundo.

Me incorporé un poco y retrocedí en mi cama como acto reflejo.
¿Un extraño en mi casa? No, muchas gracias.

-¡Yaya! -grité pidiendo ayuda.

Ya sé lo que estaréis pensando: "Caray, Pandora, eso no es muy valiente por tu parte".
Bueno, no podré excusas, el valor nunca ha sido mi punto fuerte.

Mi abuela apareció por la puerta. No parecía muy alarmada, de hecho, miró al chico con gesto cansado y se acercó a medirme la temperatura.
Me puso una mano en la frente. Ese no es el método de medición más exacto pero a ella le sirve.
Alfa entró agitando la cola en mi habitación y se sentó a mi lado.

-Eres Pandora López, ¿no? -preguntó el chico, acercándose un par de pasos. Yo me encogí más en mi cama. ¿Acaso no podía estarse quieto y dejarme en paz?

La respuesta es un claro y evidente "no".

Mi yaya vio el recelo y el miedo en mi mirada y respondió por mí.

-Es ella. Tú eres el guardián de Hades, si estoy bien informada.

Que ella supiera algo como eso no me sorprendió: conocía casi todos los secretos del mundo mágico.

El chico asintió hinchando el pecho con orgullo. Debía tener unos dieciocho años y le rodeaba un aura oscura que combinaba muy poco con su brillante y largo pelo rubio.

-He venido aquí enviado por los dioses -anunció como si hubiera ensayado mil veces lo que estaba diciendo-. Hécate, la diosa de la magia, ha sido secuestrada y parece que te ha escogido a ti para guardar sus poderes y guiarnos en una búsqueda para liberarla.

Aquello acabó con las pocas esperanzas que me quedaban de que la voz en mi cabeza hubieran sido alucinaciones.

-Vale, creo que voy a vomitar -dije con un gesto de alarma, abriendo mucho los ojos.

Mi yaya me puso dos dedos en el cuello y las nauseas cesaron de golpe.

-Los dioses vuelven a necesitar la ayuda de la familia López, por lo que parece -comentó haciendo que Alfa se bajara de la cama para poder hacerme no-se-qué contra el mareo. La magia curativa no es mi punto fuerte.

El chico enarcó una ceja, sus ojos negros como el infierno parecían estar evaluándome.

-Ellos siempre nos han necesitado a los mortales -añadió apartando por fin la vista.

Hubo unos segundos de incómodo silencio en los que yo me planteé cuánto me costaría dejar fuera de juego al chaval, huir del país, cambiar de identidad y empezar una nueva vida como vendedora ilegal de cabras. No, el chico parecía entrenado para luchar, no era un buen plan.

Resignada me di cuenta de que iba a tener que aceptar lo quisiera o no, así que decidí que era buena idea informarme un poco de la misión. Aquí la pregunta más inteligente que logré formular con todo el miedo que sentía:

-Pero, osea, a ver, ¿¡qué demonios!?

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora