XXI. Pandora

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«Podéis insultarme en los comentarios si queréis, yo lo entenderé»

Madre mía, madre mía, madre mía.
Si es que debería haber intentado dejar inconsciente a Gabriel la primera vez que lo vi en vez de dejar que me metiera en semejante embrollo.

De absolutamente todos los piratas que hay en el mundo tenía que ir a toparme primero con Rai (que por suerte me había dejado ir sin destaparme) y con Silvia (que no es tan buena en eso de guardar secretos).

Ganas de tirarme al mar a ver si me ahogaba no me faltaban, os lo aseguro.

Qué horror... A saber qué pensarán ahora Sahar, Fobos y Gabriel de mí.
Los piratas no tienen buena reputación (a ver, no os voy a mentir, y con razón no la tienen). Seguro que estaban muy decepcionados conmigo o decidían dejarme fuera de la misión. Ahora que lo pienso, eso último no es tan mala idea.

No, no. Además Silvia me había presentado como la antigua capitana del Bruja Circe, lo que les había dado a entender que fui yo quien derrotó al Demonio Negro. Es verdad que eso ocurrió pero perdí demasiadas cosas al enfrentarme a él y preferiría no repetirlo, gracias por vuestra comprensión.
Quiero decir, mi enfrentamiento contra él fue la razón por la cual me retiré...

Mientras Silvia ayudaba a su tripulación a llegar al Reina Hipólita fui a mi camarote seguida de Skandar para ayudarle a buscar un sitio en el que guardar a Adolf, su pez koi, mientras encontrábamos un nuevo barco para ellos.

Skandar era también un viejo amigo.
Se trataba de un chico libanés de piel morena, pelo corto (para ser un pirata) negro, al igual que sus ojos.
Se había unido a la piratería después de la muerte de su hermana pequeña: Zoe.
Ella era una cazadora, son un tipo de guerreros asociados a un animal. Se pueden transformar en él y tienen algunas de sus habilidades. La chica había muerto durante una guerra que tuvieron estos cazadores contra una bruja del submundo.

Despejé la mesa de mi camarote para dejar espacio para la pecera de Adolf.

—La última vez que te vi no llevabas un pez incorporado —comenté sonriente. En el fondo, había echado de menos tanto a Silvia como a Skandar.

Él me devolvió la sonrisa. Llevaba un chaleco azul viejo que dejaba a la vista gran parte de su pecho, cubierto por alguna que otra cicatriz.

—La última vez que te vi eras rubia —bromeó. Sí, no os lo había dicho, pero mi pelo en realidad es rubio. ¡Sorpresa! Tampoco es como que tenga pensado dejarlo al natural hasta dentro de mucho tiempo—. Pero sin duda una pirata de pelo corto fucsia es difícil de olvidar.

Skandar no me preguntó en ningún momento por qué había dejado la piratería o por qué había vuelto de repente. Era discreto y no se metía donde no le llamaban, por eso me caía tan bien.

—¿Habéis estado por Japón? —pregunté. Los peces koi eran de allí así que era eso o un contrabando.

Skandar asintió.

—Necesito sus bigotes para... una cosa, pero ya de paso me lo quedo como mascota —explicó. Hay muchas leyendas sobre la utilidad mágica de los koi, así que me interesé, como buena bruja que soy.

—¿Puedo saber qué cosa es esa?

Él me miró unos segundos no muy seguro pero luego chasqueó la lengua y sonrió.

—Por las barbas de Poseidón, eres tú, claro que te lo puedo contar —se acercó a la pecera y dio varios golpecitos haciendo que Adolf se girara a mirarle—. He encontrado un... ¿hechizo? Algo así, que me permitiría hablar con mi hermana, Zoe.

Me quedé bastante sorprendida. Estaba hablando de invocar a un muerto para hablar con él. Peores ideas había escuchado a lo largo de mi vida.

—E intuyo que necesitarás varias cosas y ayuda —conviné dándole a entender que si me necesitaba iba a apoyarle en eso.

—Bigotes de un pez koi, fruta estrella, aguas de la inmortalidad, algo relacionado con el muerto... —rebuscó en el bolsillo de sus anchos pantalones marrones. De ahí sacó un colgante de una esmeralda y una cadena de plata. Intuí que se trataba de un colgante que había pertenecido a Zoe—. Aún me quedan bastantes cosas por encontrar pero no pienso rendirme, necesito hablar con ella una vez más.

Siempre había pensado que Skandar era demasiado sentimental para ser un pirata. Aunque tampoco soy la más indicada para hablar del tema, la verdad, es más fácil emocionarme que hacer enfadar a Sahar.
Que, por cierto, no la había visto muy contenta antes. Tenía miedo de hablar con ella.

—¿Estáis ahora tras algún objeto más que necesitéis? —pregunté delvolviéndome a la realidad.

—Vamos de camino a la Isla de la Inmortalidad donde, evidentemente, están las aguas de la inmortalidad —explicó e hizo una mueca al darse cuenta de lo tonta que había sonado su aclaración—. Se encuentra cerca de Irlanda, es una isla así con aspecto bastante divino...

Me di una palmada en la frente. ¿Cómo no me podía haber dado cuenta antes?

—Esa isla es un foco de poder, vamos para allá nosotros también —recordé algo contenta porque iba a tener a mis viejos amigos a mi lado durante un tiempo—. Bueno, si conseguimos que el barco no se parta en dos.

Estaban reparándolo con la tripulación de Silvia y esperaba que ellos ya hubieran descargado todo lo necesario de su navío porque yo ya había dejado de invocar a los mares para mantenerlo a flote, que me estaba cansando.

Skandar y yo fuimos a cubierta a ver si podíamos ayudar en algo pero parecían tenerlo todo más o menos controlado.
Bueno, Fobos, no. El pobre dios intentaba entender algo de lo que le decían dos marineros y se estaba volviendo loco porque sus acentos eran terribles de descifrar.

—Pero qué decís de un delfín conduciendo un Ferrari —se quejó llevándose las manos a la cabeza.

Skandar lo miraba divertido. Negó con la cabeza antes de acercarse a ayudarle.

Yo busqué con la mirada a Silvia.  Sabía que les debía explicaciones a los demás pero preferiría que ella estuviera presente, por si acaso.

Para mi sorpresa, la encontré con Sahar y Gabriel en el camarote del capitán. Y nadie estaba intentando matar a nadie. Aquello era sorprendente.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora