XXII. Pandora

550 82 31
                                    

«¿Sabéis esas personas a las que vuestros padres os dicen que no os acerquéis por si acaso? Mis amigos y yo somos esas personas»

—Me han dicho que vais a la Isla de la Inmortalidad —informó Silvia sin levantar la vista del mapamundi—. Conozco un lugar donde podemos conseguir un barco para mi tripulación sin perder el rumbo, está a penas a tres días de aquí.

Fruncí el ceño. A mí no me sonaba ningún sitio así cerca.
Me acerqué a la mesa para ver qué estaba señalando.

Sentía la pesada mirada violeta de Sahar sobre mí. No me atrevía a levantar la vista. Seguro que estaba muy enfadada o ya no confiaba en mí.
Gabriel, por otro lado, parecía más relajado. Me había dado cuenta de que el guardián del submundo era más capaz de asimilar este tipo de "sorpresas" que la Amazona.

—¿Pasífae? ¡Qué asco! —exclamé con repulsión al ver a qué lugar se había referido Silvia. Los dos que no eran piratas no sabían por qué lo decía a sí que me expliqué— Pasífae es como una de esas estaciones de servicio que hay en medio de la carretera en las que solo paras si tienes una urgencia muy grande porque están mugrientas y llenas de personas que dan muy mal rollo.

—¿Algo así como Isla Crisaor elevado al cuadrado? —se aventuró a preguntar Gabriel.

—Peor —solté un quejido y miré a Silvia—. Sigo sin entender por qué vas a este tipo de islas comunes teniendo otras más... normales.

Mi amiga rió, haciendo que sus ojos verde mar tomaran un brillo peligroso.

—Son muy divertidas —dijo alzando los brazos con exageración—. Hay tabernas con hombres y mujeres dispuestos a darte la mitad de sus mercancías a cambio de una noche con ellos o unas copas.

Hice como que vomitaba.
La conocida como la serpiente del Atlántico era posiblemente mi mejor amiga pero nunca iría como su cocapitana o algo por el estilo por este tipo de cosas: veía divertido hacer asuntos por los que mi yaya tendría una parada cardíaca asegurada.
Tampoco es como que a mí me hiciera tanta gracia.

—Conozco un tipo ahí, uno bastante rico —explicó Silvia retirándose la melena negra de la cara—. Tiene una gran flota. Con que una de nosotras logre "convencerlo" de que nos deje uno de sus navíos... —finalizó encogiéndose de hombros.

Crucé una mirada con Sahar por casualidad. Estaba muy seria pero la ausencia de un halo rojizo a su alrededor me consolaba.

—A ti te conoce y no creo que se fie, y Pandora al parecer es famosa —el tono de la Amazona estaba a medio camino entre el reproche y el sarcasmo pero no me sentí muy dolida: tenía derecho a estar así—. Supongo que me tocará a mí hacer el trabajo sucio —rodó los ojos exageradamente—. Supongo que puedo ser amable con él, lo suficiente como para que nos deje su barco.

Silvia dejó asomar una media sonrisa traviesa. Noté como subía el calor a mis mejillas. La conocía bien y esa sonrisa no significaba nada bueno.

—Me caes bien —murmuró quitándose el gorro de capitana y dejándolo sobre el mapamundi. Gabriel observaba en silencio y no parecía entender del todo lo que pasaba—. Como ya he dicho, el tipo es poderoso y tiene sus barcos a buen recaudo. Yo sabré reconocerlos pero tendrás que conseguir que te dé la llave que desbloquea el timón. No me importa qué navío te "preste", son todos muy buenos...

—Los tienes bien estudiados —no pude evitar comentar.

Ella me iba a responder pero se empezó a escuchar jaleo en cubierta. Parecían dos de sus marineros discutiendo.

—Voy antes de que saquen las armas —se disculpó agarrando de nuevo el sombrero y marchándose.

Genial, fantástico, maravilloso.
Me había quedado a solas con Sahar y Gabriel.
Yo podía organizarlo todo en un momento para ir a Pasífae pero me daba demasiada vergüenza hablar.

La Amazona se dio cuenta y me miró de reojo.

—No vamos a morderte. ¿Qué tenemos que hacer?

Fue muy seca pero me tranquilizó que no cargaran contra mí de primeras.

Respiré profundamente antes de colocarme a su lado para calcular rápidamente cuánto me costaría llevarles hasta la isla usando mis poderes.

—Si uso mis poderes llegaríamos de madrugada allí, lo que sería un momento perfecto para tu posible encuentro con el hombre en cuestión —fruncí el ceño con asco. Me gustaba tan poco la idea de que Sahar tuviera que hacer eso para conseguir un navío nuevo—. Siento mucho haberte metido en este jaleo, créeme que iría yo si no me fueran a reconocer...

—Yo rompí su barco, yo consigo uno nuevo —respondió ella con simplicidad—. Además, si se pasa de la raya —se crujió los puños como explicación.

—Espero que eso no llegue a ser necesario.

Gabriel nos miraba como si fuera un partido de tenis. Me sorprendía y asustaba que estuviera tan callado.
Supuse que era porque no se fiaba de Silvia y su tripulación, mucho menos de mí.
Tenía la necesidad de dar explicaciones.

—Sé que debería haberos contado antes todo esto y lo siento mucho, de verdad, pero no sabía qué ibais a pensar de mí... Aunque, ahora que lo pienso, seguro que ahora tenéis incluso peor imagen...

—Entendemos que no lo dijeras —me interrumpió Sahar y su mirada parecía casi hasta comprensiva—. Todos tenemos algún secreto que no queremos revelar y nuestra razón para no hacerlo. Aunque, en tu caso, es toda una ventaja tu pasado pirata.

—Además de una pasada —corroboró Gabriel. Su mirada se iluminó un poco al hablar—. Si tus viejos amigos pueden ayudarnos que lo hagan, yo no me voy a quejar. Y, según nos ha contado Silvia, llevamos más o menos el mismo rumbo —añadió levantando ambas cejas dos veces de manera provocadora.

No pude evitar soltar un suspiro de alivio.
Debería haber confiado más en ellos. Incluso Sahar con la personalidad tan agresiva que tenía me había entendido.

Y era cierto lo que había dicho: todos tenemos nuestros secretos.

¡Hola! Por desgracia, voy a empezar de nuevo el curso escolar y no tendré prácticamente tiempo para escribir así que a partir de ahora colgaré capítulo cada sábado (me hace tan poca gracia como a vosotros, pero matar profesores no es la solución, chicos).

Un beso, Sof.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora