XXXIII. Pandora

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«"Tierra trágame" es mi juego favorito»

Me había despertado antes de lo normal al sentir la presencia del foco de poder.

Silvia y Fobos que habían estado de guardia me habían ayudado a echar el ancla y me había ofrecido para bajar a hacer reconocimiento de la isla.
Parecía muy tranquila así que no debía tener ningún problema en hacerlo yo sola.

Debí de despertar a Rai al hacer mucho ruido cambiándome de ropa porque salió de su camarote con cara de sueño y la camisa amarilla peor puesta de lo normal.

—¿Tan temprano y ya estás danzando?

—Me ha despertado el sol así que voy a ver cómo está la isla, ¿quieres venir? —le propuse con una sonrisa. Sería como en los viejos tiempos, cuando navegábamos juntos.

Dejamos a Silvia y a Fobos durmiendo y avisé a Skandar de que haríamos una vuelta de reconocimiento para que no se asustaran al ver que no estábamos.

Fuimos en bote hasta la playa.
El cielo estaba tan despejado que el reflejo de la luz del Sol en la clara arena me molestaba.
El faro estaba en la otra punta de la isla, un poco más de media hora andando.

Al principio del camino fuimos empujándonos, intentando que el otro cayera al agua. Por supuesto, yo no lo conseguí pero él me dejó empapada.

—No has cambiado nada, Pandita —bromeó ayudándome a levantarme. Sus ojos marrones rojizos habían adquirido un brillo peligroso.

Pegué un pequeño salto al ponerme de pie. Me recoloqué toda la ropa llena de arena rápidamente y seguimos con nuestro camino.

—Solo han pasado dos años, no puede ser para tanto —dije sacudiendo el sombrero.

—Te fuiste de repente, y creo que sé por qué, lo más lógico sería que hubieras cambiado —abrí los ojos como platos. ¿Sabía lo que había pasado? Eso no era posible...

—¿Po-por qué crees que me fui? —me temblaba la voz y las manos. No podía saberlo, solamente yo lo sabía y no se lo había dicho a nadie.

Rai miró al cielo y luego a mí, como si buscara las palabras adecuadas o tratara de ordenar sus especulaciones.

—No sé nada de tus padres ni de tu hermana desde hace dos años...

Tragué saliva. No lo sabía exactamente pero tenía una idea bastante acertada.
Mordí mi labio intentando contener las lágrimas.

Rai lo vio, cogió mi mano entre las suyas y la besó.

—No sé qué ocurrió pero estoy seguro de que tu victoria tuvo... un alto precio. Demasiado alto diría yo —soltó un suspiro amargo. Entrelazó nuestros dedos y seguimos caminando mientras él acariciaba con el pulgar mi mano—. Ese pirata se cargó tu familia que, de una manera distinta, también fue la mía...

—No es lo que tú crees —le corté. Tenía razón en una cosa: el dolor que sentíamos era parecido, pero aún así se equivocaba—. Fue culpa mía, al intentar hundir su barco yo-yo...

Me solté de su mano y abracé mis propios hombros mirando al cielo.
No era capaz de decirlo en voz alta, solo de pensarlo se me formaba un nudo en la garganta.

Rai me rodeó con sus brazos, apretándome contra su pecho.
Y ahí María Magdalena habría tenido envidia del numerito que monté.
Ni siquiera le había contado bien lo que había pasado y ya sentía que me superaba la situación.

—Durante dos años los mares han sido un lugar más seguro gracias a ti... —intentó consolarme sin mucho éxito.

—Mira para qué —espeté algo enfadada—, el Demonio Negro ha vuelto, todo ese sacrificio fue en vano.

En ese precio instante descubrí que las cosas que te hacen daño por dentro, cuando las dejas salir aunque sea poco a poco, duelen menos. Porque ves que hay gente que comparte tu dolor o quiere ayudarte a sobrellevarlo.

—Ese pirata lo va a pagar con su sangre y la de su asquerosa tripulación —me aseguró Rai. No podía verle el rostro pero sabía que estaba enfadado por su tono de voz.

No dije nada. Esperé hasta que logré calmarme y me separé de él.
Le cogí una mano y seguimos nuestro camino.
No era que se me hubiera pasado tan rápido el disgusto, era simplemente que no quería molestarle con mis problemas y que no quería arriesgarme a que descubriera la verdad.

Él no dijo nada hasta que llegamos al faro y yo sabía por qué. Había estado dos años especulando sobre qué me había pasado a mí y a mi familia. Conociéndole, se había puesto en lo peor y había intentado asimilar eso como la verdad para no llevarse ninguna desilusión. Al verme, una pequeña esperanza había crecido en él pero yo le acaba de confirmar que aunque yo estaba bien, mis padres y mi hermana... no.

En núcleo de poder en el faro brillaba con tanta fuerza que tuve que entrecerrar los ojos para poder ver algo.
La magia que desprendía no me resultaba familiar, no era hostil pero tampoco conocida para mí.
Esperaba que Sahar despertara pronto y viniera, no creía ser yo capaz de apagar sola ese foco de poder.

Llegamos junto al faro y nos escondimos en su sombra.
Tenía una base de hormigón de un metro de alto donde Rai se sentó. Yo me quedé de pie paseando de un lado a otro.

—Imagino que cuando acabéis la misión... Volverás a España —comentó apoyando los codos en las rodillas y la cabeza en sus manos.

Dejé de pasearme y le miré de reojo.
Con su cabello granate desordenado era tentador decirle que no, que me quedaría.

—Supongo —fue sin embargo mi respuesta. Me puse delante de él, haciendo que irguiera la espalda—. Quiero... dejar ya del todo este jaleo de vida, la piratería —me miró a los ojos, impasible, como si me pidiera que siguiera hablando—. Pero no quiero dejaros ni a Silvia, ni a Skandar, ni a ti...

Levanté una mano para acariciar su mejilla y el cogió con suavidad mis caderas. Me tensé en el acto.
Hacía mucho tiempo que no me ponían una mano encima.

—Ya decidirás qué haces cuando llegue el momento —murmuró alternando la mirada de mis ojos a mi boca—. De momento, aprovecha.

Se inclinó hacia delante, juntando nuestros labios.

Aquí viene un momento ultra patético.

Puede que me pusiera un pelín nerviosa así de repente y puede que causara que una ola más grande de lo normal nos diera una buena ducha.

En conclusión, me moría de vergüenza. Menos mal que llegaron Sahar y los demás a sacarme de ese lío...

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora