XXXIV. Pandora

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«He recuperado todas las clases de educación física perdidas subiendo a ese maldito faro»

—Se llama Isla Tortuga, ¡como la de las películas! —exclamó Gabriel emocionado.

Osea que ya estaba, ya sabíamos dónde teníamos que ir en último lugar. Vaya, era mucho más sencillo de lo que habría imaginado.

—Esa isla es propiedad de uno de mis hermanos, Escirón, y... con la fama de bandido que tiene —explicó Sahar echando los ojos hacia atrás como si se avergonzara de estar emparentada con él.

—Entonces debemos estar preparados para una emboscada cuando lleguemos —observó Rai. Había algo en su voz diferente, como... decepción.

Sahar asintió.

—Pero eso no es todo. La isla en cuestión está a cuatro días de aquí y de camino tendremos que hacer una parada importante.

Skandar sacó el colgante de esmeralda que había pertenecido a su hermana y empezó a hacerlo girar alrededor de sus dedos.

—En el mapamundi aparece un aviso por aguas infestadas de sirenas demonio y... necesito tres escamas de una de ellas —finalizó la frase como quien dice que tiene que robar al presidente de los Estados Unidos su papel de váter.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Nunca había tenido que lidiar con sirenas demonio pero con ese nombre no podían ser nada bueno.

Las sirenas normales cantaban desde las rocas de archipiélagos para atraer hacia allí a los marineros y hacer que sus barcos naufragasen. Sin embargo, escuchar su canto sin enloquecer te volvía una persona más sabia.

Las sirenas demonio... No, no tenía ni idea de cómo funcionaban pero intuía que Skandar, sí.

—Tendremos que capturar una para conseguir sus escamas —hice el comentario más obvio de la historia pero fue lo único sensato que pasó por mi cabeza.

—Ese es el problema —Skandar hinchó las aletas de la nariz mientras se rascaba la nuca, con vergüenza—. Hay que lograr capturar una sin que nos maten y solo es posible verlas de noche. Además, si alguno de nosotros cae en los encantos de una de estas sirenas y lo arrastran al agua, está muerto. Lo devorarán.

Me lo quedé mirando con la boca entreabierta. Creo que una mosca salvaje aprovechó para hacer una incursión por mi esófago pero yo estaba muy ocupada teniendo miedo como para hacer algo al respecto.

—De manera que tenemos que pensar muy a conciencia quién baja y quién no —apuntó Sahar con seriedad. Respiró profundamente, apretando los dientes—. Tienen que personas que estén seguras de que no van a sucumbir —alternó la mirado entre todos nosotros y tuve la sensación de que se detenía unos segundos más conmigo. Igual era simplemente cosa mía, que estaba ya paranoica perdida.

Se hizo el silencio. Iba a ser algo muy peligroso y, aunque sabía que mis compañeros darían su vida en la misión, esto era diferente.
La misión era como ir al instituto: tenías que hacerlo sí o sí, y debías arriesgarte a no dormir para ir a los exámenes. Conseguir las escamas era más como esa extraescolar a la que te apuntas y que a veces te destroza más por dentro que el propio instituto.
Vamos, digo yo, que nunca he ido a una extraescolar.

Antes de que pudiéramos seguir discutiendo el tema, le faro sobre nosotros se iluminó (algo desconcertante puesto a que era de día).

Casi se me había olvidado que se trataba de un foco de poder y que igual sería buena idea desactivarlo y todo.

Sahar les pidió que intentaran organizarse un poco para lo de las sirenas y me hizo una seña para que la siguiera a la parte alta del faro.

La puerta oxidada de metal estaba cerrada y la Amazona tuvo que embestirla para que se abriera.
Por dentro estaba todo echo de cemento y era muy feo. Es que de verdad, ni me voy a molestar en describirlo, no merece la pena. Eran escaleras grises feas en espiral. Punto.

—Va a ser complicado cuadrarnos para bajar a por las escamas —murmuró Sahar, que llevaba la delantera pues solo cabíamos una detrás de la otra.

—Yo puedo bajar —ella paró en seco y se dio la vuelta con una ceja levantada de manera irónica. Por unos segundos me hizo dudar de mi propia palabra pero agité la cabeza—. Si las sirenas intentan algo probablemente ni siquiera me enteraré —bromeé, haciendo que ella siguiera subiendo.

—Tú, yo y ¿quién más? ¿Gabriel y Silvia? —parecía que la hija de Hécate estaba de buen humor. Tal vez tener a la vista el fin de la misión le alegraba.

—Gabriel querrá bajar puesto que es nuestro protector en teoría —Sahar respondió con un resoplo cuyo significado era claro: "No necesito un protector"—. Y aún contamos con Skandar, Rai y Fobos, ¡Fobos es un dios! Algo podremos hacer...

Intentaba sonar positiva pero en realidad estaba más que cagada. Sahar lo sabía, no intentaba actuar delante de ella, más bien intentaba autoconvencerme.

Nos quedamos en silencio unos segundos hasta que Sahar lo rompió.

—Silvia me ha dado a entender que tenía que hablar contigo de algo importante.

Recordando nuestra última charla se me hizo un nudo en la garganta. ¿Qué le ocurría?

—Imagino que no te habrá dado ninguna pista de qué se trata —me aventuré a imaginar. Me paré a recuperar el aliento—. Oye, ¿cómo de alto es este faro? Se me está haciendo eterno.

Un escalofrío pareció recorrer a la Amazona, que también se detuvo.

—Ya queda poco, la luz por aquí es más fuerte. Y no, no me ha dado ninguna pista pero parecía casi... preocupada.

Con esas palabras terminaron de encenderse todas las alarmas que había en mí.
¿Silvia preocupada? Tenía que ocurrir algo importante, pero que no me lo hubiera comentado desde el principio me hacía dudar: ella siempre había confiado muchísimo en mí para todo, era como su confesionario...

—Ya estamos —anunció Sahar, subiendo un último escalón. Se quedó de pie arriba, con las manos en las caderas en un gesto cansado—. Espero que este foco de poder no venga con sorpresita como el anterior.

—Yo también lo espero, no estoy preparado para ver "mis recuerdos más humillantes, el TOP 10", "quince atrocidades que has cometido en HD" o "Sharknado, la saga completa" otra vez —la Amazona no entendió del todo mi broma pero aún así sonrió y agachó la cabeza negando mientras yo acababa de subir. Me asfixiaba, por favor, ¿no podían poner un ascensor, unas escaleras mecánicas o algo así? No, por supuesto que no.

Las horribles escaleras llevaban a una cúpula, también horrible, abierta al exterior con vidrieras rotas rectangulares para que la luz del foco pudiera salir. En cuanto a este, parecía una bola de luz blanca del tamaño de una pelota de playa. Daba mucho menos mal rollo que el de Isla Acantilado. De hecho, no sabía qué particularidad tenía pero no me asustaba en exceso.

Sahar se acercó un par de pasos y levantó la mano como si fuera a tocarlo. El foco se deformó como si la Amazona fuera un imán y estuvo a punto de rozarla pero ella se apartó rápido, por si acaso.

—Ni siquiera desprende calor —observó con asombro, dando una vuelta a su alrededor—, toda su energía la emite en forma de luz. No parece peligroso.

¿Era la primera vez que Sahar no desconfiaba de algo o lo estaba alucinando? Me pellizqué en la mano para comprobar que, efectivamente, no lo estaba soñando.

La chicas de rasgos árabes clavó sus ojos violeta en los míos a modo de señal y ambos metimos las manos en el foco.

Fue como tirarse al agua desde demasiada altura. Sentí que me ahogaba durante unos segundos y lo veía todo tan borroso que ni siquiera podía distinguir a Sahar a mi lado.

La sensación se fue tan rápido como había venido y me encontré desorientada y mareada en un sitio muy ruidoso y desconocido.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora