XVII. Pandora

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«No se os ocurra ponerme a mí para controlar velocidades o acabáis en Marte»

En efecto, el pez había intentado hacer sus prácticas de cirugía con Sahar.

—Santa madre de la papaya y de todos los pecadores —sí, cuando estoy nerviosa suelto unos juramentos muy creativos.

—Si nadie va a desmayarse agradecería que me ayudaseis a curar esto —pidió Sahar con una sonrisa forzada.

Yo había estado bastante ausente hasta el momento. Los recuerdos que me había mostrado el foco de poder... No podía ni debía seguir reprimiéndolos, tenía que aceptarlos aunque no me hicieran gracia.

Aún así, me subió la energía al ver que mi compañera se estaba desangrando.

Llevamos a Sahar a la bodega y la sentamos de mala manera encima de un barril con comida.

Me puse a rebuscar entre las provisiones: estaba segura de que había visto unas botellas de alcohol en alguna parte.

—Aquí —exclamé triunfante levantando una botella de vodka. Me acerqué con ella hasta la Amazona. Mis compañeros me miraban como si estuviera loca.

—¿Pretendes que me beba eso para olvidarme del dolor? —preguntó Sahar y creo que iba en serio porque agarró la botella y le pegó un trago a palo seco.

Ahí fui yo la que se quedó impactada.

La Amazona aparentaba unos diecinueve años pero eso no podía ser sano para nadie.

—Quítate la blusa que se vea bien la herida mientras busco otra botella, para desinfectarla —recalqué esta última parte.

Sahar se quitó la parte de arriba a regañadientes. Me sorprendió que Gabriel no comentara nada, estaba serio y se limitaba a ayudar en lo que podía.

—¿Qué clase de pez hacer esto? —Sahar parecía confundida aunque cuando formuló la pregunta ya llevaba un cuarto de la botella bebida.

La herida era muy rara. Se trataba de un corte limpio y recto pero era tan ancho y profundo que habría pasado por un agujero alargado.
Era bastante asqueroso, también.

Gabriel tenía agua del Río de las Almas, del submundo. Servía para ayudar a curar heridas más rápido pero antes había que desinfectarla y tratarla lo mejor posible.

—Era una barracuda —informé sin dejar de verter vodka en la herida abierta—, no sabía que habitasen estas costas pero atacan así a los humanos en las zonas de pesca. Estoy estudiando biología marina, por si lo dudábais —la razón de que conociera bien a ese pez era otra, pero mi carrera ayudaba.

—Era más feo que los cayos del Zeus —dijo Sahar antes de soltar una risita.
Ya llevaba media botella. Bebía más rápido de lo que esperaba.

Me preocupaba que Sahar conociera los cayos de Zeus pero me preocupaba más que se desangrara.

Gabriel fue a buscar el agua del Río de las Almas y tela limpia para cubrir la herida.
Fobos estaba a mi lado y seguía muy alterado.

—No, yo sentía muy cerca algo que provocaba terror —murmuró rascándose la barbilla—. Y aún lo siento, está por aquí.

—¿Qué?

No tenía ni idea de que hablaba. Probablemente se trataba de la razón por la cual me habían sacado del foco de poder y de la isla tan rápido.
Les agradecía lo primero porque no iba a ser capaz de aguantar ver el recuerdo completo, me estaba superando.

Me di una torta mentalmente y volví a centrarme en curar a Sahar. Ella se lo estaba pasando demasiado bien. Creo que nunca la he vuelto a ver tan contenta.
Aunque a veces se quejaba de que le escocía la herida. Mi yaya dice que lo que escuece cura así que yo ahí seguía.

Fobos iba a explicarme qué había sentido antes pero Gabriel volvió con el agua y la tela limpia.

Vacié la botella de vodka en su herida justo antes de que ella se acabara la suya y la tirase a un lado.

El guardián del submundo le puso unas gotas del agua del Río de las Almas y rodeamos su abdomen cuidadosamente con las telas para sujetarlo todo bien.

—Ahora, ¿qué hacemos con ella? —pregunté. No sabía cómo funcionaba el cuerpo de las Amazonas, pero lo más probable era que al día siguiente tuviera una resaca importante. De hecho, no estaba segura de cómo seguía consciente.

—Matadme —pidió ella sonriente y se empezó a reír.

La subimos a cubierta para que le diera el aire, sentándola contra una de las paredes del Reina Hipólita.

Ahí fue cuando Fobos prosiguió con su explicación.

—El Demonio Negro —dijo muy serio, con el ceño fruncido—, estaba aquí. Está aquí —se corrigió.

Las cuatro neuronas que me quedaban vivas se conectaron e hice una mueca de terror.

—La barracuda es el animal aliado con el Demonio Negro —recordé dándome una palmada en la frente—. Ese ataque no ha sido casualidad —apunté señalando a Sahar que estaba cantando en el suelo.

Hubo unos segundos de silencio en los cuales asimilamos la situación.

—¡Tenemos que salir de aquí ya! —exclamó Fobos.

A veces puedo ser muy impulsiva y esta fue una de esas veces.
Usé mis poderes para controlar los mares y mover el barco. Pero me pasé de velocidad.
Íbamos tan rápido que nos tuvimos que agarrar como pudimos a los mástiles para no salir volando.

—¡Somos Marc Bárquez! —exclamó Sahar emocionada y acto seguido se desmayó.

La Amazona acababa de hacer un juego de palabras absolutamente horrible. Cuánto daño hace el alcohol.

—¿Cómo sabe quién es Marc Márquez? —pregunté a gritos para que se me escuchara.

—A las Amazonas les gusta Moto GP —informó Gabriel, también a gritos. Eso no me lo esperaba—. ¿Alguien sabe dónde estamos yendo?

Pregunta importante.
¿Vosotros lo sabéis? Porque yo, no.

Frené de golpe y casi salimos despedidos sobre la proa del navío.

—Es una buena pregunta —respondí intentando no entrar mucho en pánico—. Estamos lejos del Demonio Negro, eso seguro.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora