VI. Pandora

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«El nuevo show del Olimpo, disponible en todos los canales de conexión mágica, ¡diversión asegurada!»

Por suerte habíamos aparecido en un lugar sin mucha gente porque sino habría sido muy patético por mi parte.

Cuando mi estómago decidió volver de sus inesperadas vacaciones por el Mediterráneo me fijé en dónde demonios estaba.

Nos encontrábamos en una especie de jardín decorado con flores de todo tipo, dos metros a nuestra izquierda se encontraba la calzada donde deberíamos haber acabado si Gabriel hubiera calculado bien la aparición. A nuestro alrededor se alzaban templos de mármol, esculturas de dioses y había todo tipo de criaturas mitológicas caminando de aquí para allá... ¡incluso me pareció divisar a Iris, diosa del arco iris!

En ese momento me di cuenta de que de verdad iba a conocer a los Olímpicos y de los nervios casi echo las gambas otra vez.

Sahar suspiró a mi lado.

-Acabemos con esto de una vez por todas -murmuró andando hasta la calzada y cruzándose de brazos allí.

Un grupo de sátiros se paró a mirarla con si pensaran a qué podía saber su armadura.

La Amazona parecía sentirse incómoda allí, lo supe por la tensión en sus hombros y cómo miraba a todos lados como un animal salvaje encerrado.

Gabriel me ayudó a llegar hasta la calzada donde le dije que podía apañarme yo sola (mentira, las probabilidades de que me cayera eran muy altas pero no quería molestarle).

-Tenemos que ir a la Sala del Trono, ¿me equivoco? -preguntó Sahar con el semblante serio y decidido. Debía orientarse bien en el lugar, por el contrario yo me habría perdido tras andar un par de metros.

-No, preciosa -corroboró el semidiós tomando la delantera por una calle entre dos templos-. Es por aquí.

Durante todo el camino estuve flipando con lo que rodeaba: era como un sueño. Lo habría apreciado más si no me hubiera encontrado también al borde de sufrir una parada cardíaca por lo nerviosa que estaba. Los dioses se iban a arrepentir muchísimo de haberme metido en esa misión cuando me vieran...

Por fin, llegamos ante un gran portón de madera bordeado por columnas blancas que se perdían entre las nubes. Casi me caigo al suelo intentando seguirlas con la mirada.

-¿Entramos sin más? -pregunté no muy segura de si debía llamar a la puerta. En respuesta esta se abrió sola dejándonos ver la Sala del Trono.

Me quedé con la boca abierta y Sahar tuvo que empujarme dentro porque me negaba a avanzar.

Los tronos estaban esculpidos también en mármol por lo que debían ser muy incómodos y se encontraban dispuestos en forma de "U". En el centro Zeus (padre de todos los dioses, ¡oh su majestad! Y todas esas movidas), a sus lados Hades y Poseidón. Los otros nueve dioses principales estaban junto a ellos.

Me apetecía desintegrarme pero hacía todo lo posible por no esconderme detrás de Sahar.

Los Olímpicos nos miraban desde sus divinos asientos como si fuéramos seres inferiores. O esa sensación tenía yo al principio, porque el primero en hablar fue Apolo y dijo:

-¡Sahar! ¿Cómo estás, pequeña? -el dios del Sol parecía muy animado y amigable para el gusto de nuestra compañera, que se dio una palmada en la frente.

Vale, por la cara de diversión que pusieron los demás dioses ahí presentes, todos conocían ya a la Amazona. Me picaba la curiosidad pero no era el momento de preguntar nada, bastante hacía yo con seguir respirando.

-Gracias por venir -anunció Zeus, haciendo que su voz retumbase por toda la gran sala y dando comienzo a lo que quisiera que iba a pasar a continuación.

-Como si tuviéramos elección -comentó Sahar por lo bajo, pero el dios de los cielos la ignoró tras dedicarle una mirada de reproche.

-Sentimos sacaros de vuestras rutinas diarias pero requerimos de vuestra ayuda -prosiguió alternando su mirada entre los tres-. Como ya os habrá contado el guardián, la diosa Hécate ha desaparecido sin dejar rastro y tememos por su... inmortal vida -añadió con una mueca al darse cuenta del poco sentido que tenía la frase.

-Zeus, por favor, sáltate la introducción incómoda y ve al grano que aquí todos tenemos cosas que hacer -Atenea le cortó todo el rollo con esa frase, pero consiguió hacer sonreír a Sahar.

El padre de los dioses cerró los ojos y respiró profundamente varias veces, como si se concentrara para no chamuscarnos a todos con un rayo.

-Intentaba ser amable por una vez -dijo algo decepcionado.

-Lo que tú digas -respondió Atenea. Aquello parecía el comienzo de la pelea disputa familiar más peligrosa del milenio. Por suerte intervinieron:

-Por favor, quiero saber qué tendríamos que hacer para buscar a Hécate antes de necesitar prótesis en las caderas -solicitó Gabriel levantado un poco las manos para llamar su atención.

Zeus asintió frotándose las sienes.

-No sabemos ni quién se ha llevado a Hécate ni a dónde pero tenemos pistas: al traspasar sus poderes a una mortal para protegerlos -explicó clavando sus ojos azul cielo en mí, haciendo que me encogiera-, ha aumentado la actividad mágica en algunas zonas y rastreando las correctas podrían llevaros hasta ella... ¡Oh, por todos los titanes! -exclamó enfurecido cuando las grandes puertas se abrieron dando paso a dos chicos prácticamente iguales.

Tenían la piel muy morena, ojos verde bosque y el cabello negro. Percibía un aura poderosa y terrorífica a su alrededor pero no sabían quiénes eran.

-Sentimos interrumpir, pero queríamos estar presentes, ya que no nos habían invitado -dijo uno de ellos al llegar a nuestra altura.

-¿Fobos y Deimos? -inquirió Sahar confundida, dando nombre a los recién llegados.

Para los que estéis tan perdidos como yo lo estaba en aquel momento, aquí viene una breve explicación.
Fobos y Deimos son los dioses menores del temor y el terror respectivamente, gemelos hijos de Ares (dios de la guerra, mejor no meterse con él). Ambos tenían la costumbre de ir con su padre a las batallas para infundir miedo a sus rivales y así ganar. Por suerte, creo que han dejado de lado ese hobbie.
Ya está, os había dicho que la explicación iba a ser pequeña.

-¿Alguien más va a entrar aquí como si fuera el apartado sorpresa de un reality show o puedo seguir? -Zeus estaba que se arrancaba las barbas lo que me resultaba gracioso e inquietante a partes iguales.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora