XI. Sahar

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«Por favor, que alguien me saque de aquí»

Tengo el sueño ligero y cuando entró un poco de luz en mi camarote me desperté.

Ventajas: siempre puedo reaccionar a tiempo ante amenazas.
Desventajas: duermo menos que Papá Noel la noche de Navidad.

Puede que esa sea una de las razones por las cuales suelo aguantar pocas tonterías, ahora que lo pienso.

Tal y como había predecido Pandora, entorno a mediodía divisamos Isla Crisaor a lo lejos.

La bruja parecía en su salsa. Controlaba bastante bien el barco y se orientaba en los mares. Igual no era tan inútil como yo había pensado en un inicio.

—No bajéis con objetos de valor, y llevad las armas a la vista —recomendó Pandora guardando un trabuco de aspecto viejo en su funda, que le colgaba del cinto—. Ya os dije que esa isla está llena de piratas, asesinos, ladrones y toda la escoria de los mares que podáis imaginar —su voz tenía un tono diferente al habitual, más confiado—, si alguien os ataca o lo intenta defendeos con todo lo que tengáis porque si nos ven como un blanco fácil los demás se nos echarán encima.

Estuve a punto de responder "sí, mi capitán" por puro instinto.

—No creo que sea seguro dejar aquí el barco —comentó Gabriel, frunciendo el ceño. El guardián del inframundo conservaba su daga negra como el carbón (se supone que sirve para ejecutar almas, pero no estoy segura) y llevaba también una espada que había en el barco.

Pandora abrió los ojos como platos, como si se acabara de percatar de un detalle importante.
Pasó nerviosa una mano por su flequillo fucsia y se aclaró la garganta.

—Tienes razón, y si me ven a mí... con estas pintas —añadió rápidamente señalando su pelo— seguro que van a por nosotros.

—Bajamos Gabriel y yo, que hemos descansado esta noche. Vosotros cuidad el barco —propuse agarrando el mango de las dos cimitarras que llevaba colgadas de la cintura.

Cuando Gabriel me miró de reojo fui consciente de lo que acababa de proponer.
Iba a quejarme pero en cuanto me di cuenta ya estábamos en tierra.

—Os odio —murmuré con cara de mal humor.

—Ya es tarde, cariño —Gabriel se encogió de hombros y empezó a caminar hacia las calles llenas de gente que solo me transmitían desconfianza.

Solté un gruñido y le seguí.

Los edificios tenían un aspecto bastante lamentable aunque no sé qué me esperaba de una isla de piratas, la verdad.

Lo que me sorprendió desde el principio era que todo el mundo iba de un lado a otro frenéticamente. Parecían abejas que acaban de perder a su reina.

—Algo va mal —comenté, cogiendo a Gabriel del brazo para que caminara a mi altura—. Fíjate, todos están cuchicheando y parecen casi asustados.

El guardián del Hades examinó el panorama a su alrededor.
Los barcos del puerto estaban siendo cargados rápidamente y abandonaban la isla, había marineros corriendo de una taberna a otra llevando algún mensaje que no podía escuchar.

Sin mediar palabra me dirigí a una de esas tabernas. Ahí podríamos enterarnos de qué estaba pasando.
Con algo de suerte estarían alterados por un foco de poder activo y eso nos daría alguna pista pero, como había dicho Pandora, había que hacer las preguntas adecuadas.

Dentro parecía aquello más un circo de los horrores que otra cosa. Varios se estaban pegando, había un par de piratas inconscientes en el suelo (no sé si por la pelea o por un exceso de alcohol), mucha gente gritando, el tabernero cargando su trabuco y una mujer estrangulando con el brazo una botella de ron.

Maravillosa estampa.

—Me gustaría hacer una foto a esto y ponerla en una postal para dársela a mis padres a modo de recuerdo —dijo Gabriel, y me temo que no era una broma—. "Mirad, papá y mamá, que vacaciones más guays me he pegado por el Atlántico".

Resistí el impulso de pegarle una colleja y me dirigí a la barra como si fuera a pedir algo. Estaba todo más asqueroso que la cueva de un cíclope en la que estuve una vez (mal recuerdo, preferiría olvidarlo, gracias).

—No me suenan vuestras caras —informó el tabernero acercándose—, ¿forasteros? Puedo serviros un vaso de agua —inquirió con un deje de superioridad. Qué asco.

—Y yo a ti un guantazo pero estamos aquí de paso y no es cuestión —respondí con la sonrisa más falsa que fui capaz de poner.

Gabriel se dio una palmada en la frente.

—Empezamos bien —murmuró negando con la cabeza—. De todos modos, parece que todo está bastante descontrolado aquí.

El tabernero alternó la mirada entre nosotros dos, finalmente se centró en Gabriel quien, al parecer, era más amigable.

—Los mares están revueltos estos días y eso se ve aquí —comentó frunciendo el ceño—. Últimamente me han llegado noticias del hundimiento de tres navíos diferentes cerca de este lugar, unos de ellos era bastante poderoso.

Abrí los ojos como platos y miré a Gabriel.

—Por Hades, ¿qué ha pasado?

El hombre me escuchó y negó con la cabeza mientras se alejaba un poco para servirle otra copa a un pirata que ya iba muy borracho. No parecía sorprendido porque hubiera jurado en el nombre de un dios griego, supongo que los piratas y el mundo mágico van de la mano.

—He escuchado rumores, hablan de que un pirata ha vuelto a los mares —terminó de servir y volvió a nuestro lado—. No sé si creerlos porque ese hombre se suponía que estaba criando malvas en el fondo del mar, pero cuando se trata de él puedes esperar cualquier cosa...

—¿Cuál es su nombre? —pregunté nerviosa. Si ese tabernero tenía algo de información, la quería toda.

—El Demonio Negro —vaya, ese nombre daba de todo menos buena espina—. Se suponía que hace dos años la capitana del Bruja Circe había hundido su barco con toda la tripulación y él dentro, pero igual no fue eso lo que ocurrió —finalizó el hombre encogiéndose de hombros.

—No todos los muertos permanecen así para siempre —la observación de Gabriel hizo que me diera un escalofrío. Era cierta y que un descendiente de Hades la pronunciara...

—¿A qué te refieres? —el tabernero parecía confundido e interesado a partes iguales.

—Puedes traer a una persona de entre los muertos, no es imposible, pero tiene que haber una fuente de poder enorme para que eso ocurra —terminó la frase casi en un susurro—. Los focos de poder... —añadió mirando al suelo y luego a mí.

La activación de la focos de poder podía haber traído a ese pirata a la vida y eso solo significaba una cosa: teníamos problemas.

—He oído eso antes, lo de los focos de poder —comentó el tabernero—. Cerca de aquí está Isla Acantilado, ahí sé que ha habido mucha actividad mágica últimamente, pensaba que igual era culpa de alguna de las brujas de los mares que rondan la zona pero tal vez sea lo que comentáis.

Intercambié una mirada con Gabriel. Teníamos que ir a la isla de acantilado que decía. Con respecto a lo de las brujas de los mares, yo conocía a una de una misión hacía unos años pero seguro que Pandora controlaba más el tema que yo.

—¿Cómo se llama la isla? —pregunté dispuesta a marcharnos ya.

—Ya os lo he dicho: Isla Acantilado —no me podía creer que tuviera un nombre tan cutre—. Escucha, los piratas no son famosos ni por su originalidad ni por su inteligencia.

—No, si ya me he dado cuenta, desde luego —murmuré cogiendo a Gabriel del brazo para irnos.

Quería salir de allí antes de que la mujer que antes estaba estrangulando la botella de ron con el brazo decidiera estrellársela en la cabeza a uno de los hombres inconscientes y comenzara otra pelea.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora