XXXI. Sahar

518 80 3
                                    

«Ni una palabra o me encargaré personalmente de que no lo contéis»

Yo estaba recogiendo las redes con ayuda de Fobos cuando la bruja de los mares se levantó hacia el borde del barco. Andaba haciendo amplias eses y trastabillando. No llegó muy lejos porque chocó con la cabeza contra uno de los palos horizontales de las velas. No fue un golpe muy fuerte así que sabía que la razón de que después cayera como un muerto al suelo era otra.

Silvia, que estaba más cerca, corrió a socorrerla la primera y empezó a llamar a los demás.

Fui lo más rápido que pude con Fobos. Gabriel, Skandar y Rai no tardaron en unirse también.

Todos estaban muy alarmados, como era normal pero me pusieron nerviosa. Lo más probable era que de puro agotamiento hubiera perdido el conocimiento así que no había ningún riesgo.

El guardián del inframundo se arrodilló a su lado y le colocó una mano en el cuello.

—Está bien —confirmó, haciendo que todos soltaran un suspiro de alivio—. Se ha pasado con el uso de sus poderes pero con un poco de descanso será suficiente.

Entre Rai y Silvia la llevaron en brazos a su camarote. Solo había sido un susto, por suerte.

Nos costó varios días, durante los cuales no pudimos movernos, arreglar el Reina Hipólita. Una vez estuvo listo, continuamos nuestro camino hacia la isla del faro que había mencionado Rai en su momento.

Para los preocupados, Pandora durmió dos días seguidos pero luego estaba perfectamente.

Durante el camino pudimos conocernos un poco más.
Resulta que Lethinen tenía era conocido como Sārka porque con catorce años se había enfrentado sin ayuda a un tiburón que estaba atacando el barco de los padres de Pandora y no solo le venció, sino que le sacó un diente que llevaba de colgante.

Yo por mi parte intenté que no se interesaran demasiado por mí. Prefería quedarme sola con mi larga historia.

Skandar nos contó la historia de su hermana muerta y su deseo de hablar con ella una vez más. Me agradeció unas quinientas veces que le dejara el espejo.

En cuanto a eso... No, no pude resistirme.

La última noche, cuando la guardia estaba ya montada y los demás dormían, me venció la tentación.

Cerré la puerta de mi camarote desde dentro con llave. Y saqué la caja dorada de debajo de mi cama.

No pesaba demasiado pero emanaba un tremendo poder de ella.
La apoyé en mi regazo y accioné el pestillo que me permitía abrirla.

Aguanté la respiración por puro instinto. El Espejo de las Almas mostraba a aquella persona con la que más querías hablar y yo sabía quién era en mi caso.

Colocado sobre un pequeño cojín escarlata, parecía estar pidiéndome a gritos que lo usara.

Agarré el mango de marfil y puse el espejo a la altura de mi cara. Mi serio reflejo me devolvió la mirada violeta.

Mi piel estaba más oscura aún que la última vez que lo comprobé, al igual que mi cabello. Sin embargo, seguía teniendo los mismos rasgos árabes, herencia de mi padre, que había tenido siempre y que siempre iba a conservar.

Respiré hondo un par de veces. No estaba lista para hacer lo que iba a hacer. Aún así, fui capaz de susurrar mi petición con un nudo en la garganta.

—Muéstramelo.

Mi reflejo se difuminó y mis facciones fueron sustituidas por otras más marcadas pero, al mismo tiempo, gentiles. Las de un chico de piel pálida, ojos dorados y desordenado cabello negro.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora