V. Pandora

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«Creo que tengo el récord a la que mejor hace el ridículo delante de sus nuevos compañeros de misión»

¿Recordáis que me había imaginado a Sahar como una especie de Afrodita lista para partirme el culo? Bueno, tampoco había estado muy lejos de la realidad.

La Amazona era fuerte y atlética, de piel tostada y cabello castaño claro. Tenía rasgos árabes muy marcados y un acento raro: como si no viniera de ningún sitio en particular (lo que resultaba desconcertante). Lo más sorprendente eran sus ojos violeta que parecían cobrar vida de la propia esencia mágica de Hécate.

Mi primer pensamiento al verla fue: "Menos mal que es de los buenos".

A lo largo de mi vida no había tratado con demasiados semidioses (o por lo menos no que ellos supieran que lo eran) así que esa misión iba a ser interesante.

Lo admito, no paraba de repetirme eso en la cabeza para no empezar a correr en círculos presa del pánico.

Después de que Gabriel lograra convencer a Sahar de que viniera con nosotros al Olimpo, dijo que tenía que calibrar algo muy chungo de su poder de transporte para no acabar dentro del volcán Krakatoa en Indonesia por error. Preferí dejarlo en paz: aprecio mi vida.

Me dispuse a retirarme a un lado con la esperanza de que ninguna Amazona se me acercara a hablar (intimidaban más que mi abuela cuando no me comía todo su plato de lentejas). Sahar, por otro lado, decidió entablar una bonita conversación.

-Así que mi madre te ha encomendado a ti guardar mis poderes -comentó llegando junto a mí y apoyándose en el borde de la fuente que había en la plaza.

Antes había reaccionado muy mal cuando se había enterado de eso así que preferí no ponerme en su contra.

-Yo tampoco entiendo por qué lo ha hecho -comenté sin mirarle a los ojos aunque no estaba mintiendo-, solo soy una bruja con poder sobre los mares y nunca me han entrenado para la lucha...

-Ya, eso se ve a kilómetros -su comentario hiriente no me ofendió demasiado porque decía la verdad-. A veces los dioses toman decisiones incomprensibles en momentos críticos -detecté un deje de amargura en su voz y me atreví a levantar la vista. Su rostro era inexpresivo-. Normalmente a este tipo de misiones mandan a hijos o descendientes suyos... como Mainar y yo.

-Semidioses hechos y derechos -el tono con el que dije la frase le hizo gracia a Sahar.

-No todos, algunos no saben que tienen padres divinos hasta que no les encomiendan una misión y eso no significa que hayan heredado poderes -soltó una carcajada bastante siniestra al final de la frase.

-Supongo que ese no es tu caso -era obvio que Sahar estaba más que acostumbrada a la vida de un semidiós.

-Tuve mala suerte -el rostro de la Amazona se ensombreció de golpe.

-Heredaste poderes.

-Algo así.

Tras esa corta respuesta levantó la mirada al cielo como si esperase una señal de Zeus y suspiró.

-Un semidiós que conoce la magia que corre por sus venas puede elegir entre aprender a dominarla y usarla o ignorarla como si no existiera. En el segundo caso viviría la vida de una mortal corriente. Dejémoslo en que yo no pude elegir, ellos lo hicieron por mí -añadió señalando al cielo con el dedo y una mirada de odio y rencor.

Para los que no estéis muy metidos en este mundillo (no quiero hacerme la experta, la verdad es que yo sé entre poco y casi nada pero esto es un dato importante) los dioses son un desastre: actúan por beneficio propio sin tener en cuenta cómo puede afectar eso a los humanos.

Ya veis en qué posición me habían dejado a mí.

-Ya está -exclamó Gabriel llamando nuestra atención. El chaval estaba subido a una roca como si intentase pillar cobertura con el Olimpo-. La conexión aquí es muy mala porque técnicamente este lugar está oculto a ojos de los mortales o de quienes lo desconocen -explicó como si fuera un problema del día a día de las personas comunes.

Escuché cómo Sahar le decía a una Amazona un poco más mayor que las demás que volvería pronto y fuimos junto al guardián del inframundo.

Él nos ofreció sus manos para mantener el contacto físico y no perdernos en el viaje. Sahar la aceptó a regañadientes bajo la socarrona mirada de Gabriel.

Eché un último vistazo a la imponente isla de las Amazonas y cerré los ojos preparándome para el viaje.

Este fue aún peor que el anterior.

¿Alguna vez os habéis montado en un barco pequeño un día de tormenta mientras sufríais un ataque de ansiedad? Pues peor.

Cuando volví a sentir el suelo bajo mis pies abrí los ojos y eché todo lo que había comido. Heroico y esas cosas.

Sahar no tenía mucho mejor aspecto pero me mantuvo firme, el único que parecía estar bien era Gabriel.

-Ha sido un poco movidito pero en seguida estarás bien -aseguró ayudándome a mantenerme de pie.

La Amazona le lanzó la mirada asesina más terrorífica que había visto en mi vida.

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