III. Sahar

1K 108 78
                                    

«¿De verdad tengo que hacer esto de poner un título ingenioso?»

Ser una amazona no es fácil. Te entrenan desde pequeña para proteger inocentes, ya sean criaturas mágicas o no. Muchas veces eso hace que te enfrentes a cosas que preferirías no conocer.

Nos criamos en una isla en el Mediterráneo, camuflada de los ojos humanos. Es una gran extensión de colinas verdes y montañas donde están también todos los edificios y recursos que necesitamos.

A diferencia de mis demás hermanas, yo no elegí crecer como una de ellas. Tuve la mala suerte de ser hija de Hécate, diosa de la magia, y nieta de Ares, dios de la guerra. Era una niña inestable y peligrosa así que los dioses decidieron por mí y me mandaron formar como una amazona.

No es solo un entrenamiento físico; me enseñaron más o menos a controlar mis poderes y aprendí ciencias y humanidades. Solo hay una cosa que no me han sabido enseñar en todos los años que llevo con ellas: a controlar mi carácter.

Estaba en medio de una pelea todos contra uno (en la que, por supuesto, yo era ese "uno"). Dos compañeras se acercaban desde el frente montadas a caballo, apuntándome con sus arcos. Tiré de las cintas de cuero que apretaban mi armadura al pecho para que quedara más ceñida.

Esperaron hasta estar casi a mi altura para disparar. Me agaché para esquivar sus flechas y ellas pasaron por mi lado. Me giré y logré agarrar a una de ellas del carcaj y tirarla al suelo. La otra bajó de un salto de su caballo y se colocó junto a tres amazonas más que iban a por mí.

Las dos primeras vinieron corriendo con los escudos por delante para arrollarme. Me opuse con el hombro a una. Fue un golpe doloroso pero logré tirarla. Al darme la vuelta le pegué una patada a la otra en la parte alta de la espalda, haciéndola caer. La siguiente intentó pegarme un puñetazo en la cara pero la detuve y reduje con facilidad.

-¡Alto! -ordenó en ese momento Diana, la amazona superior encargada de supervisar mi entrenamiento- Sahar, puedes hacerlo mejor -me recriminó, lanzándome una espada que agarré por el mango.

Respondí con un gruñido. Como yo era "más fuerte" y "más peligrosa" siempre me exigía mucho más esfuerzo que a las otras.

-Duelo armado, uno contra uno -indicó dándole otra espada a la compañera contra la que iba a luchar.

Puse la posición de defensa y respiré hondo. Era muy temprano para cabrearme ya.

La amazona me atacó con la espada en alto. Detuve su golpe y nos hice girar con intención de que se le cayera el arma pero la sostuvo con firmeza. Blandió su espada a la altura de mi garganta y tuve suerte de echarme atrás.

-¡Eh! -exclamé ya enfadada. Podría haberme hecho mucho daño.

-¡Sahar! -gritó de nuevo Diana- ¡Céntrate!

Apreté la empuñadura de mi arma con furia y asentí. A veces se pasaba demasiado.

Ataqué a la otra amazona pero fue rápida, interceptó mi golpe y con un rápido movimiento de muñeca hizo que mi espada saliera volando. Me sorprendí a mí misma por ser desarmada con una técnica tan sencilla y no me di cuenta cuando la otra chica me pegó una patada en el pecho, tirándome al suelo.

Fue a rematar y yo levanté un brazo como gesto instintivo de defensa. Hubo un destello de luz violácea y un ruido de explosión fuerte. La amazona contra la que estaba peleando y varias más que había cerca salieron despedidas hacia atrás.

Ni siquiera me había tocado.

Calmé mi respiración al observar a quienes me rodeaban. Las compañeras afectadas estaban siendo atendidas por otras y Diana me miraba con los ojos muy abiertos y las manos cubriéndole la boca, tapando un gesto de horror.

"Otra vez, no, por favor" pensé bajando la mirada al brazo que había usado.

¿Por qué no podía dejar de hacerle daño a la gente? Tal vez mi vida estuviera destinada a ello.

-Sahar -me llamó Diana, viniendo apresuradamente a mi lado. Por la expresión que tenía supe que no sabía qué pensar al respecto de lo que acababa de ocurrir-. Por todos los dioses, ¿qué ha sido eso?

Revisé el campo de batalla. Mis compañeras Amazonas no parecían estar gravemente heridas pero aún así me había llevado un susto terrible.

-No lo sé, ni siquiera estaba pensando en usar la magia -admití confundida. No era la primera vez que me ocurría algo de ese estilo y mi entrenadora lo recordaba bien, pero esta vez había sido diferente.

-Eso no me consuela precisamente...

Diana no pudo acabar la frase: otra Amazona se acercó corriendo a nuestra posición.

-Un semidiós y una bruja han aparecido en la isla, preguntan por Sahar Abdala -añadió con mirada inquisidora.

-Justo en el mejor momento -ironicé con resignación, siguiendo a mi compañera de vuelta a la ciudadela. Allí vivíamos, era un conjunto de grandes edificios de piedra donde estaban nuestras casas, escuelas... Si vas sola por ahí lo más probable es que te pierdas o que alguna te lance una flecha. Si eres un intruso date por muerto.

Hablando de intrusos, ¿qué hacían dos en nuestra isla? Mejor dicho, ¿cómo habían conseguido llegar aquí? Y, ¿por qué no podían dejarme tranquilita de una vez?

-¿Han dado algún nombre, aparte del mío? -le pregunté a la Amazona que me acompañaba.

Ella me respondió con un gesto negativo.

-Se han negado a hablar hasta tenerte delante.

Bajamos las calles hasta llegar a la Plaza Mayor donde había una gran fuente de piedra adornada con ornamentos florales. De pequeña me gustaba bañarme ahí, pero nunca me dejaban.

De pie junto a la fuente había un grupo de cinco Amazonas armadas con lanzas y dos personas más. Podía ver el rostro de una de ellas: una chica pálida de ojos verde mar y pelo corto fucsia retirado por una bandana negra hacia atrás. Intuí que era la bruja que habían mencionado.

Eso significaba que el chico que había de espaldas a mí era el semidiós. Solo podía ver su ropa negra y su abundante y desordenada cabellera rubia brillante.

Una de las Amazonas que estaban con ellos nos señaló, haciendo que ambos se girasen a mirarme.

-No me fastidies... -murmuré con tono amargo al reconocer al semidiós.

Sus ojos negros como pozos y su sonrisa socarrona lo delataban: Gabriel Mainar, descendiente de Hades, pesado olímpico.

-Hola, preciosa -me saludó levantando las cejas. Solté un gruñido y rodé los ojos a modo de respuesta al llegar a su lado.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora