XVI. Sahar

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«No estoy de humor»

En mi segundo recuerdo me encontraba en la sala del trono de un castillo.
Pero no era un castillo cualquiera. El inframundo lo comparten Hades (dios de la muerte) y una bruja, por aquel entonces llamada Aradia (bruja de los muertos, por si lo dudábais).

Ambos tienen castillos en sus respectivas zonas.
Por desgracia, yo me encontraba en el castillo de Aradia. Esa bruja pero que cualquier monstruo al que me había enfrentado en toda mi vida como Amazona.

Yo estaba tirada en el suelo de la sala del trono, dolorida, llena de magulladuras y moratones por la paliza que acababa de recibir.
Aparentaba unos catorce años.

Frente a mí, la bruja de ojos rojos como la sangre se reía con maldad.

—¿Creías que no me daría cuenta de lo que tramabas? —preguntó sacudiendo su largo vestido gris, raído y viejo.

Yo hice esfuerzos por ponerme de pie pero caí de nuevo al suelo.

Aradia extendió un brazo y agarrado del cuello por ella apareció ahí un chico.
Dioses, hacía tanto que había intentado olvidarle y aún así su rostro me resultaba casi tan familiar como el mío. Tal vez por la cantidad de veces que lo había visto en sueños justo después de que todo ocurriera.

El chico de cabello negro desordenado e hipnotizantes ojos dorados clavó su mirada en la mía.
Intentaba ser tranquilizador pero yo no lo estaba en absoluto.

—Volveremos a vernos, te lo prometo —dijo con un hilo de voz.

Me habría gustado creerle pero sabía que no era verdad.

—Valientes palabras —le otorgó Aradia apretando cada vez más la mano alrededor de su cuello—, permíteme dudarlas.

Finalmente los ojos de él se pusieron en blanco y cayó muerto al suelo.

—Kal —murmuré su nombre tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir.

Sentía un peso en el corazón que estaba por hundirme. Pero no podía permitirlo. Tenía que domar al foco de poder y si dejaba que mis recuerdos me superasen no iba a poder.

Concentré todas mis energías en reprimir la tristeza y el enfado que ver eso recuerdos me hacía sentir.
Era como intentar meter en un cajón de una mesilla de noche un castillo hinchable.

"Aunque sea por el equipo" pensé. Pandora, Gabriel y Fobos también dependían de mí. No podía fallarles en esto.

Todo volvió a ser blanco y salí despedida hacia atrás.
Cuando mi vista se acostumbró a la poca luz que había me di cuenta de que el foco de poder era apenas del tamaño de una pelota de playa. Y de que Pandora era la única que aún tenía la mano metida en él.

Fobos estaba cerca oteando el horizonte con preocupación y Mainar me ayudó a levantarme. Estaba tan afectada por lo que acababa de ver que ni siquiera me quejé.

Aunque él tampoco dijo nada. La verdad era que de repente estaba muy serio. No sabía cuál era su peor recuerdo pero no podía ser bueno si le había borrado a Gabriel Mainar la sonrisa de la cara.

Le iba a preguntar qué le pasaba, pero Fobos se adelantó a hablar.

—Algo no va bien —informó acercándose con el ceño fruncido—. Percibo que se está acercando una oleada de terror y me preocupa que mis sospechas sean ciertas.

—¿El Demonio Negro? —pregunté. Lo que me faltaba. Después de lo que acababa de pasar lo que menos me apetecía era enfrentarme a un pirata terrible que ha vuelto de entre los muertos.

Fobos no respondió. Había vuelto a girarse para mirar al mar.

Ni Gabriel ni yo veíamos nada sobre las aguas, de hecho intercambiamos una mirada encogiéndonos de hombros, pero Fobos estaba cada vez más nervioso.

Pandora seguía enganchada a la bola de fuego y eso no es que fuera tampoco muy tranquilizador.

—Pandora, si puedes oírme —comentó Mainar acercándose un poco a la bruja—, nos vendría bien que te dieras un poco de prisa o a Fobos le va a dar un ataque.

En respuesta a ella le dio un pequeño espasmo y se empezaron escuchar truenos a lo lejos.

Fobos empezó a agitar los brazos en el aire frenéticamente como si intentara espantar mosquitos.

—Tenemos que salir de aquí ¡ya! Esta demasiado cerca —urgió volviéndose hacia nosotros con cara de pánico. Y que un dios del pánico ponga cara de pánico, no es bueno.

Gabriel agarró a Pandora del hombro.

—Bueno, espero que estuviera ya por terminar —murmuró antes de alejarla del foco de poder de un tirón—. Vamos, deja ya la droga que estamos en peligro.

Seguía estando serio pero por lo menos bromeaba.

A la bruja le costó unos segundos en reaccionar y darse cuenta de que teníamos que irnos y rápido.
El foco de poder, por suerte, se mantuvo estable en un tamaño pequeño. No estaba apagado pero habíamos reducido su energía.

Prácticamente arrastramos a Pandora hasta en borde del acantilado por el que habíamos subido.

Propuse saltar: eran unos cincuenta metros de caída pero con los poderes de la bruja podíamos asegurar una caída limpia. La razón de Fobos para no hacerlo me dio escalofríos:

—Las aguas están ocupadas, no nos pertenecen, tenemos que llegar al barco cuanto antes.

Así que descendimos por la pared de piedra de mala manera hasta llegar todos al bote porque esta vez yo no estaba brillando.

El mar estaba muy agitado y la tormenta se acercaba a nosotros.
Pandora parecía ausente, supongo que recuperándose del recuerdo que acababa de ver.

Mainar y yo estábamos remando con todas nuestras fuerzas mientras Fobos revisaba el agua todo el rato.

—Se está acercando, puedo sentirlo, lo tenemos aquí —murmuraba.

Cuando estábamos a escasos metros de barcos algo largo y afilado saltó del agua e impactó con fuerza contra mi abdomen. De no ser por mi propia fuerza bruta y por Gabriel, habría caído al agua del golpe.

Me costó unos segundos darme cuenta de que sobre mi regazo había un pez enorme y muy feo chapoteando y moviéndose.
Era el que me había golpeado. No sé por qué eso me cabreó muchísimo.

—¿Pero tú de qué vas? —le increpé al pez sin soltar los remos—¿Te crees que puedes ir saltando encima de la gente así porque sí? Pedazo de imbécil.

—Sahar —me llamó Gabriel algo alarmado—, ¿eres consciente de que estás insultando a un pez?

—¿Tú eres consciente de que por desgracia sigues respirando? —fue mi amable respuesta.

Mainar me miró con cara de póker antes de agitar la cabeza y seguir remando. El pez continuaba agitándose sobre mí.

—Oye, Sahar, no es por alarmarte, pero estas sangrando —indicó Pandora, señalando el lugar donde el dichoso pez me había golpeado.

Yo seguí remando con todas mis fuerzas.

—¡Qué me da igual! Vamos a llegar al barco como que me llamo Sahar Abdala —exclamé enfadada. Cuando por fin llegamos agarré al pez y le dije— Tienes suerte de que no me estampe yo contra ti —antes de lanzarlo de nuevo al agua. Qué feo era...

Fobos, que hasta el momento había observado la surrealista escena atónito, aseguró el bote para subirlo.
Cuando bajamos me di cuenta de que el bendito pez me había hecho un buen boquete en el abdomen.

Antorchas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora