Capítulo 25

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Emily Johnson

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Emily Johnson.


Pasándome las manos por la cara, me quedé inmóvil debajo del chorro de agua caliente mientras observaba los azulejos con la mirada perdida. Apenas había entrado en la casa de Carolina, me encerré en el baño y, temblando en la ducha, fue como si un balde de agua fría cayera sobre mí al darme cuenta de lo que había hecho.

Ceder.

Había decidido ceder a aquello que durante mucho tiempo me había prohibido. Ceder al deseo, al miedo de perderlo, a la posibilidad de verlo nuevamente en brazos de otra mujer. Creer en sus engañosos sentimientos, que aunque fueran verdaderos, me sonaban a puras mentiras. Pero preferí ceder. Ceder a lo que mi corazón quería sin pensarlo bien.

En ese momento, todo se mezcló. La pena que sentía junto con las ganas de abrazarlo y tenerlo cerca me confundió.

Ahora, la silueta de Samantha me perseguía. Sentada en la tina del baño, preferí llenarla hasta el borde y, cerrando los ojos, intenté inútilmente calmarme. Llevando las rodillas al pecho, poco a poco deslicé la espalda por la tina hasta sumergirme por completo, tratando de dejar de pensar. Pero mis oídos, aunque ya no escuchaban el sonido del agua al caer, se imaginaron la cantidad de groserías e insultos que Samantha me diría en cuanto se enterara de que alguna vez me dejé llevar con su padre.

Faltándome el aire, salí jadeante de allí, dejando atrás el baño lleno de vapor y mis pensamientos enredados, asegurándome de cerrar la puerta suavemente para no despertar a Carolina, que dormía plácidamente en su cama. La tenue luz de la lámpara de noche iluminaba su rostro sereno, y por un momento, la envidia me recorrió. ¿Cómo podía dormir tan tranquila mientras yo me sentía atrapada en un agujero negro de puras emociones confusas?

Cada paso que daba para salir de la habitación me parecía más pesado que el anterior, como si el peso de mis decisiones me aplastara poco a poco. Logré salir al pasillo sin hacer ruido y me apoyé contra la pared, tratando de calmar mi respiración desbocada.

La casa de Carolina estaba en silencio, un silencio que se sentía opresivo. Caminé lentamente hacia la sala, mientras escuchaba como mis pasos resonaban en el suelo de madera. Deteniéndome a observar una de las tantas fotografías de Carolina y su tía que se hallaban colgadas en la pared, me pregunté cómo había llegado a este punto, cómo había permitido que todo se complicara tanto.

Los recuerdos de los momentos compartidos con él se mezclaban con la culpa y la confusión. Había sido un torbellino de emociones, desde la primera vez que nuestras miradas se encontraron hasta el momento en que cedí a mis deseos. Ahora, la culpa me corroía por dentro, sabiendo que había traicionado a mi mejor amiga y a mí misma.

Sentada en el sofá, intenté ordenar mis pensamientos. La silueta de Samantha me perseguía una y otra vez, y el miedo a su reacción me paralizaba. ¿Qué diría si se enterara?

El Padre De Mi Mejor Amiga ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora