1. Soy Alan

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Me encontraba revisando el correo. Es algo que hacía todos los días porque a mi tío Henri no le gustaba abrir los sobres. No me preguntes el porqué. Apoyada en el respaldo de la cama comencé a leer la parte superior de cada sobre para saber el destinatario. Aparecían facturas más que nombres. Me erguí de inmediato cuando uno de los sobres destacó de entre los demás. En este sí ponía un nombre.

De Alan.

Leí aquel nombre escrito de forma cursiva en un sobre rectangular un tanto desgastado. Lo acaricié con cuidado y temor a que desapareciera de mis manos. Pellizqué uno de mis brazos con la duda de que esto fuera un sueño, sin embargo, todo seguía igual y en su sitio.

Hacía años que ese nombre no se pronunciaba. El anhelo y el recuerdo me consumían sin poder dejar de releer lo que en el sobre ponía. Indecisa por abrirlo o no, deslicé uno de mis dedos para abrirlo y saqué la carta que contenía en su interior. Mis dedos temblorosos tocaban el papel y mis ojos no podían evitar leer la carta.

Estaré por ahí dentro de poco.

Solo esas palabras bastaron para que me diera un mini infarto. Exactamente diez años atrás un niño con pocos dientes se fue de mi vida abandonándome, si así se le puede llamar. Nunca supe el motivo de su partida. Ese niño era también conocido como mi crush, con tan solo seis años yo ya tuve mi primer crush. No tenía malos gustos con respecto a chicos, simplemente porque no conocía otro chico que no fuera él. Alan no era un chico muy travieso, al contrario, era muy tranquilo y a mí eso me daba curiosidad. Despertaba algo en mí.

Salté de mi cama alborotando algunos de mis peluches y corrí escaleras abajo con emoción invadiendo mi cuerpo. Nunca había estado más feliz. En uno de los sillones, mi tío Henri descansaba leyendo tranquilo el periódico que traía un chico a primera hora de la mañana, como de costumbre. Al escuchar mis pasos el giró la vista captando mi atención y dejando a un lado la lectura matutina.

—Es Alan—dije con la garganta seca. No sé en qué momento se me secó cual desierto.

Esas palabras golpearon sus oídos e instintivamente se apresuró hasta llegar a mi lado. Sus gestos expresaban tanta felicidad como darle un juguete a un niño.

—¿Cómo dices?—soltó sin creérselo del todo pensando que sería una broma.

—Una carta—me limité a decir aún temblando para entregarle el sobre que había abierto hace unos segundos.

—¡Oh Dios mío!—se quitó sus gafas alzándolas en el aire, tal vez por asombro o impresión—¡No puedo creerlo!

A millas se veía que la noticia era algo que nos afectaba drásticamente. No era mala, era lo mejor que podíamos escuchar a estas alturas. Era como cuando sacabas la nota más alta de clase, era como satisfacción y alivio. Satisfacción por lo que vemos y alivio por no encontrar la decepción. Al fin, Alan estaría con nosotros después de tanto tiempo.

—¿Cuándo vendrá?—preguntó con cierto nerviosismo. Estaba en estado de shock.

—No lo sé, ¿no lo pone?—formulé otra pregunta con confusión.

Se supone que cuando una persona envía una carta de ese tipo, pone en qué momento llegará, por simple educación, pero no. No ponía absolutamente nada. Solo esas simples palabras.

Alan vivía con nosotros. Un día cualquiera llegó y ocupó una de las habitaciones de invitados. Formulé millones de preguntas que eran contestadas con "es un amigo de la familia"  o cosas por el estilo. Al principio, puede decirse que lo acosaba secretamente. Pocas veces salía de su habitación y cuando lo hacía era para comer, ducharse y poco más. En alguna ocasión dejaba su puerta abierta y yo no desaprovechaba el momento para asomar mi—entonces—pequeña cabeza. Su cabello era negro como la noche y sus ojos tenían un color azul que causaba efecto inmediato en mí. No recuerdo mucho como era pero algunos flashback venían a mi cabeza. Y otro día, como vino, se fue, así sin más.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por el ruidoso timbre que azotó mis oídos. Henri aún se encontraba en trance por la noticia y estaba parado con la carta en sus manos haciendo caso omiso a lo que acababa de ocurrir. Tomé la iniciativa y fui a abrir la puerta como alma que se lleva el diablo. Una de mis costumbres extrañas es que cuando escucho el timbre automáticamente se convierte en mi prioridad principal abrir la puerta.

Rodé el pomo de la puerta de madera desgastada y rayos de sol nublaron mi visión. Bajé la mirada hasta que mi vista se acostumbrara a la luz del exterior. Volví a  levantarla y ahí me quedé.

Perpleja.

Esa es la palabra que define cómo estoy en este momento. Un chico de al menos un metro ochenta me estaba observando de arriba a abajo. Su cabello estaba acomodado en un tupé, era negro, más oscuro que la misma noche, este le daba un toque misterioso y escalofriante. Sus ojos eran azules, estos eran más claros, transmitían tranquilidad y a la vez no. Un sentimiento extraño recorrió mi cuerpo expandiéndose.

Desvié mi mirada a su cuello, en él yacía un tatuaje con tinta de un solo color. Negro. Este tenía forma de calavera siniestra que se ve en películas o en la festividad de Halloween. Sus labios, ¿qué decir de sus labios? Definían la perfección, ni mil operaciones podrían dejar unos labios tan perfectos como los de él. Su labio inferior estaba más relleno que el superior, este aunque fuera más delgado formaba la parte de arriba de un corazón. Podía quedarme mirándolos una eternidad.

Indagué más y me fijé en su vestimenta. Una camiseta blanca se ajustaba a su cuerpo destacando las partes que toda chica quiere ver. Una chaqueta vaquera bastante grande tapaba esta para solo ver lo que él quería que se viera. Sus pantalones eran holgados y también vaqueros, aunque estos fueran holgados me dejaban ver cómo sus músculos se tensaban.

Dejé de observarlo detenidamente cuando me di cuenta de lo que llevaba en ambas manos. En una de ellas una maleta de gran tamaño se hacía ver formando un gran bulto y en la otra sostenía con cuidado un cigarro que estaba por terminarse. Instintivamente mi cara expresó una mueca de asco, yo odiaba cualquier tipo de cigarro, no importaba si este era electrónico o no.

—¿Quién es?—cuestionó Henri desde dentro. Supongo que ya habría salido de su estado severo de shock.

—¿Quién eres?—pregunté sin poder evitar mirar su cigarro cada dos por tres.

Ese cigarro me ponía nerviosa y él lo notó. Jugueteó un poco más moviendo el cigarro. Lo colocó sobre sus labios y dio una última calada para después deshacerse de él pisoteándolo en el suelo mientras la pequeña llama se apagaba y este quedaba aplastado por sus enormes pies cubiertos por botines de color negro.

Soltó el humo que contenía en su boca justo en mi cara, lo que provocó que tosiera y lo mirara con desaprobación. Una pequeña sonrisa apareció en sus perfectos labios, sin mostrar sus dientes. Pareció darse cuenta de mi impaciencia y se dignó a contestar a mi pregunta. Abrió su boca y la cerró tragándose sus palabras, pero la volvió a abrir nuevamente.

—Soy Alan—se presentó dejándome sin palabras.

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¡Hola!

A partir de aquí no me hago cargo de cada uno de los sentimientos que os hará sentir esta historia.

Rabia, amor, furia, dolor....

¡No me pueden culpar por nada de eso desde ahora!

Hasta el próximo capítulo❤️

ALAN © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora