2. ¡Vaya trasero!

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Está aquí. Delante mío. Esperando una respuesta de mi parte que nunca llegará.

¿Desde cuándo Alan es tan alto?

¿Desde cuándo está tan bueno?

Esas preguntas rondan en mi cabeza. Mis piernas empiezan a temblar como gelatina. Su presencia me pone feliz pero a la vez nerviosa. Es increíble el efecto que puede dar una sola persona. Tan solo con estar parada en frente de mí.

—¿Alan?—asoma la cabeza Henri sin podérselo creer—¡Que pronto has llegado!

Tío Henri me aparta a un lado como si no existiera y se lanza a dar un abrazo a Alan. Al principio, él no sabía cómo reaccionar pero luego estiro sus brazos en su dirección envolviéndolo. El abrazo duró menos de lo que esperaba.

—Envié la carta hace semanas, Henri—suelta provocando que me pusiera colorada.

Tengo que confesar que no he abierto el correo en semanas por la simple razón de la pereza, prefiero mil veces leer un libro a leer facturas. ¡No es mi culpa! Bueno sí. Lo importante es que está aquí.

—Holly...—mira Henri en mi dirección. Por poco y se rompe el cuello.

—¡Nos ha llegado hoy!—replico aunque sé que estoy mintiendo y no quiero llevarme una bronca de parte de mi tío Henri.

—¿Holly?—dice Alan incrédulo con los ojos abiertos como platos.

—Eh...sí—respondo claramente nerviosa.

No sé si me dejé llevar por el momento pero corrí a sus brazos. Tal vez es la tontería más grande de mi vida pero también es la mejor. Él envuelve sus brazos detrás de mi espalda haciendo que un escalofrío se hiciera presente en mi cuerpo. Inhalo su fragancia sin rodeos. Alan huele a dioses, no sé si será posible pero es lo único con lo que puedo comparar ese olor tan satisfactorio. Mis brazos ya no seguían temblando como antes. Me siento cómoda en sus brazos. Me siento protegida.

—Lo siento—me separo dándome cuenta de que tal vez no me recuerde.

—No, me acuerdo de ti—me da una sonrisa de medio lado que me estremece.

—¡Vamos pasa!—interrumpe Henri el momento agarrando su maleta y metiéndola a casa—Estarás en tu habitación de siempre—se gira para recordar a Alan.

Alan se limita a asentir y darse paso al interior de la casa. Decir que estaba bueno es poco. Cierro la puerta en cuanto él entra para seguirlo desde detrás. Mis hormonas no pudieron evitar bajar la vista a su trasero.

¡Vaya trasero!

Piensa mi conciencia. No se equivoca, tiene la forma perfecta. Agito mi cabeza intentando sacar esos pensamientos de adolescente que se hacían presentes la mayoría del tiempo. Es algo que no se puede evitar.

—Está todo como lo recuerdo—dice Alan con añoranza.

—No ha habido muchos cambios—miro al suelo para escaparme de esos ojos azules.

—Yo diría que sí—susurra para que solo ambos lo pudiéramos escuchar.

Este hombre pretende que me muera en este instante. ¿Acaso los chicos no saben el efecto que provocan sus palabras? Henri empieza a subir las escaleras con la maleta a cuestas. No me acordaba de que si Alan se quedaba aquí eso conllevaba dormir en la habitación de al lado.

ALAN © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora