11. Por eso eres el favorito

3.9K 319 155
                                    

En un ágil movimiento Alan ya no estaba sujetándome entre sus brazos. Él estaba presentándole a Hudson su gancho derecho. Tengo que decir que este es bastante bueno. Me llevo una de mis manos ensangrentadas a mi boca con asombro y la primera tontería que hago es intentar apartar al par de inquilinos que además son hermanastros. Como si fuera poco. Mi sudadera blanca ahora estaba negra de suciedad. El cabello de Alan vuela con el aire. Mis brazos se interponen entre los dos pero es como si fuera invisible. Hudson iba a recibir de nuevo otro golpe, sin embargo, este es impedido por mi mejilla. Ahí es cuando Alan para de golpearlo.

—¡Mierda!—grita Alan cargándome en sus brazos dejando a un Hudson malherido atrás. Me pregunto el porqué no le habría devuelto los golpes, era como si fuera una estatua.

—Eres un idiota—me quejo acariciando mi mejilla. Definitivamente, su gancho derecho era algo de otro mundo.

—Lo siento, ratoncita—se lamenta llevándome al interior de la casa.

Mi cuerpo y el suyo botan mientras Alan trota por las escaleras de la entrada. Un leve empujón con su pierna hace que la puerta se abra y visualice a dos personas. Henri y una señora. La señora lleva el cabello rojizo con ondas cayendo por sus hombros y encima de este lleva un sombrero bastante llamativo de color rosa con unas diminutas flores adornándolo. Maquillaje tapa sus imperfecciones. Sus labios están pintados con un color rojo carmín. Sus ojos son verdes como los del chico que habíamos dejado en la calle, Hudson. Una chispa hace que mi cabeza vuelva a funcionar, esta señora debe ser la madre de Hudson. Henri parece darse cuenta del problema con mi mejilla y deja de hablar con la señora para escanearme hasta captar la herida.

—¿Qué le pasó?—dice Henri horrorizado. Siento que quiere cargarme pero su edad y mi peso no compensan muy bien.

—Yo...la golpeé sin querer—se excusa—el golpe iba para Hudson lo juro—eso no parece tranquilizar a Henri y a la señora de entre nosotros tampoco.

—¡Mi pequeño Hudson!—da un bote tapándose la boca con una mano y saliendo preocupada por la puerta.

Creo que lo que va a ver próximamente no le va a gustar para nada.

Ya lo creo.

Añade Lindsey.

—No aprenderás nunca, Alan—niega con desaprobación Henri llegando con un botiquín.

¿Cuándo se había ido?

Alan deja que mi cuerpo se desplome con lentitud sobre el sofá anticuado. Creo que no se ha dado cuenta aún de que no me duele el cuerpo, sino la mejilla. Me empiezo a erguir en el sofá y el rostro de Alan pasa de preocupación a una de horror. Le doy una mirada tranquilizadora para que sepa que puedo yo sola. Santa madre me han golpeado en la mejilla, no me ha atropellado un coche. Henri desinfecta algunas heridas y no puedo parar de soltar gemidos de dolor. El dolor es insoportable. Para cuando ya me había terminado un nuevo paciente llegaba. Hudson está definitivamente mucho peor que yo. Su madre lo carga en vano porque Hudson viene prácticamente sin necesidad de su ayuda. Su paso es firme y toma asiento a mi lado. De cerca no está tan mal como aparenta, unos cuantos moretones yacen en su rostro y de su nariz se desliza sangre.

—Estuviste bien hermanastro favorito—suelta Hudson con una sonrisa ladeada.

—Soy tu único hermanastro—rueda Alan los ojos parado delante de ambos.

—Por eso eres el favorito—se ríe Hudson como si nada le doliera.

—Suficiente—ordena Henri.

ALAN © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora