EDMOND Y LEE VI

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Ya había pasado casi un mes desde que los niños eran encerrados en el cuarto del conserje, y solo pocas veces se habían dirigido la palabra por su propia voluntad, ese día no fue la excepción.

En ese tiempo, los chicos comenzaron a acostumbrarse, y ser encerrados se fue volviendo parte de su rutina, algo que obvio ya lo tenían provisto, así que trataban de prepararse para no aburrirse unas cuantas horas en silencio. Y como se volvió rutina Lee había dejado su increíble adicción por colorear, y Edmond había dejado de ser grosero y maleducado con Lee, ya no renegaba de su presencia o hacía comentarios mordaces, pero sin dirigirse directamente a ella, ya que la tenía que ver de forma obligatoria.

Una noche, mientras los chicos se preparaban para el día siguiente que sería viernes, Lee arreglaba su mochila, veía que podría llevarse para las horas "libres" había decidido llamarlo, así que miro su habitación con detenimiento, viendo sus libros sobre plantas (algo que le había regalado su padre en navidad –algo que no encontró divertido ni gratificante) vió sus montañas de cuadernos de colorear que ahora le parecían aburridos, sus muñecas (que ahora son demasiado infantiles –pensó) luego vió en la parte superior, casi en la última estantería de un librero enorme estaba una casetera portátil, algo que hace bastante tiempo había dejado de usar ya que sus padres habían fomentado el uso de la Radio y se había instalado una regla que cada domingo, después de ir a la iglesia se reunirían en la sala de estar a escuchar las noticias y a opinar al respecto... pero como es de esperarse, solo los padres hablaban. Con el paso del tiempo, el padre tuvo que trabajar también los domingos en el hospital así que poco a poco esa costumbre desapareció, y Lee no volvió a usare el Casetera. Lee se acerca al librero y con dificultad lo toma, lo admira un momento y una pequeña parte de su pasado regresa, recuerda cuando justo llegó a ese hogar, recordó que cuando su madre la llegó ella tenía ese Casetera portátil y lo estaba utilizando, escuchaba música a todo volumen y se negaba a aceptar la realidad.

Lee recordó donde había guardado los Casetes de música, tomó la caja que se encontraba refundido en una esquina de su Closet, la abrió y encontró una caja repleta de ellos. Sonrió nostálgica y comenzó a leer los títulos, pero solo encontraba música Pop y de orquesta. Lee pensó en llevárselo y escucharlos estando encerrada, pero por un momento Edmond vino a su mente, se preguntó que si a él le gustaba este tipo de música, y si tal vez no le gustaba y le decía algo nada educado. Lee miró la caja una vez más antes de cerrarla y con temor encaminarse a la habitación de su hermano.

La habitación de él se encontraba abierta, algo común ya que tenían prohibido tener las puertas cerradas durante el día, a menos que fuera de noche.

Lee, temerosa asomó la cabeza y vió a su hermano recostado en el suelo haciendo algo, seguramente la tarea que había olvidado hacer, o una tarea que había quedado pendiente y no tuvo tiempo de terminarla. Ella abrió su boca para decir algo, pero simplemente se quedó ahí, callada y con media cabeza asomada, mirando al chico concentrado; y por un momento ella se acobardó, escondió su rostro y se quedó ahí, siguió sin moverse. El nerviosismo había hecho que se acobardara de hablar con él. Ella no tenía miedo... o por lo menos no del todo, se encontraba nerviosa por el hecho de dirigirle la palabra de manera casual estando fuera del colegio.



Y Edmond también lo estaba, sabía de la presencia de su hermana, la había visto asomar la cabeza, incluso la había escuchado, había escuchado sus pasos, no solo los pasos que iban dirigidos de la habitación de ella a la de él, sino escuchaba los pasos que se escucharon todo ese tiempo en la habitación de Lee. En esos últimos día, Edmond se encontraba extrañamente al pendiente de cada movimiento que hacía ella, las leves pisadas de Lee parecían resonar y ser más llamativas que todas las demás, era absurdo y él lo sabía, pero había algo que la hacía resaltar de alguna forma.

Era extraño que Edmond pensara de esa forma si ni siquiera se hablaban con frecuencia, ni siquiera cuando se encontraban a solas, pero había Lee era diferente desde el día que cuidó de él, el día que ella casi muere congelada (que realmente no iba a morir) pero ese día para Edmond, Lee era diferente.

Los minutos pasaron y él seguía al pendiente el apenas audible sonido del respirar de Lee, ninguno de los dos dijo nada hasta que al final él tuvo el valor de hablar y dijo:

—¿Se te ofrece algo, Lee? —preguntó de manera mordaz sin querer hacerlo con esa intención.

Edmond se maldijo tanto mental como de forma audible, maldiciéndose de nuevo por haber soltado una palabrota de nuevo y en voz alta, y volvió a maldecir ya que Lee lo había escuchado.


 

Lee volvió a asomar la cabeza con temor, Edmond se había sentado, tenía las piernas cruzadas, su mirada (como siempre) era dura y amenazadora, parecía que estaba molesto por algo que ella ni cuenta se había dado. Edmond miraba fijamente la puerta, intimidándola aún más.

—Yo... —se atrevió a hablar, pero al momento se quedó muda.

—Tú... —la presionó Edmond.

Balbuceo con torpeza, pareciendo que Edmond se impacientaba y molestaba cada vez más.

Tomó aire con fuerza y se obligó a permanecer firme.

—Yo encontré un Casetera portátil que tenía guardado y... —se le fue la voz. Carraspeó una vez y prosiguió—. Y creí que tal vez te... te gustaría llevar algún Casete... de música claro —le tembló hasta las piernas—. Claro, si gustas —prosiguió diciendo.

El silencio que se instaló después puso de los nervios a Lee, Edmond simplemente se quedó ahí, mirándola, sin decir ni hacer expresión alguna. Pasaron los segundos que parecieron eternos y al final digo:

—Claro —y con esa simple respuesta prosiguió con lo que él hacía, ignorando de nuevo de Lee.

Y así, de esa forma tan simple fue todo lo que se dirigieron ese día.

CARA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora