EDMOND Y LEE VIII

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Una noche, sus padres decidieron salir a cenar para celebrar su aniversario de casados, así que Edmond y Lee se quedaron solos en su casa.

Ambos, se encontraban cada quien, en su habitación, haciendo sus tareas y pasando el tiempo, todo iba tan bien hasta que de pronto un trueno seguido de un relámpago retumba, provocando que la casa y la cuadra entera se quedaran sin luz. No pasan unos cuantos segundos cuando una lluvia inminente aparece y golpea el techo, las ventanas y las paredes de la casa. Otro trueno y relámpago hacen su aparición.

Lee pega un grito agudo y salta de su cama, corriendo hacia la habitación de su hermano, pero casi se hecha llorar al no encontrarlo ahí.

—¿Edmond? —pregunta la chica con voz aguda y estrangulada.

—¿Sí? —la voz de él a sus espaldas provoca que ella grite y brinque del susto.

Lee da media vuelta y retrocede un par de pasos.

Edmond está de pie frente a ella, sin ninguna expresión en su rostro. Está tan serio que hasta se podría decir que esa situación le aburre. Lee suelta un suspiro de alivio; estaba tan aliviada de saber que no estaba sola, de saber que él no se había ido y la había dejado sola, de saber que estaba bien.

Edmond, al ver que ella solo soltaba un suspiro decidió hablar:

—Fui por velas —dice en un susurro lo bastante alto como para que su voz se escuche por sobre encima de la lluvia potente. Le muestra el montón de velas que su madre ponía en la equina de la alacena, junto con una caja de cerillos.

Lee no dice ni hace nada, solo mira las manos de su hermano, de pronto el alivio la embargó tanto que hasta sus ojos se llenaron de lágrimas, apretó tanto los labios que hasta se lastimó. Cuando levantó la vista y vio como él ni siquiera se había movido y seguía viendo el rostro de Lee. Este, al percatarse de la cara de ella, el rostro de él se descompuso.

—¿Lee? —preguntó con su voz derrochando preocupación.

Sin embargo, ella ya no lo escuchaba, los flashazos de su vida regresaban a golpes y empujones a pesar de que ella intentaba retenerlos. Se abrazó a su misma entre asustada y aliviada. Retrocedió muchos pasos hasta que su espalda golpeó la pared contraria a la puerta de la salida. Cerro los ojos con fuerza y sollozó con fuerza mientras se abrazaba sus piernas y escondía el rostro entre las rodillas.

Edmond ya completamente aterrado por el acto desconocido de su hermana. Casi dejó caer las velas al suelo y corre al lado de Lee. Hacía tanto tiempo que ella no lloraba, que no sollozaba de esa manera.

En el tiempo que ellos eran encerrados, Edmond volvió a agarrar un tic de ansiedad al escuchar a Lee llorar. El sonido se le había quedado tan grabado en su mente y lo torturaba de tal manera que la necesidad que el sentía por llorar era tan grande, pero no quería llorar porque tuviera miedo o impotencia, sino porque sentía que Lee se desahogaba con más rapidez, aunque en realidad eran imaginaciones suyas, y claro, el llorar a él también le ayudaba, se deshacía del tic de ansiedad que era rascarse constantemente. Ese tic lo había tenido desde que era un niño, justo antes de que su madre muriera. Nunca se supo con exactitud cómo es que había iniciado, pero él si lo sabía, pero jamás lo había dicho. El tic consistía en que él se rascara las muñecas internas hasta el punto que la zona rascada se volviera primero en una zona rosada, después roja y al final los rasguños y las marcas comenzaran a abrirse hasta sacar sangre en pocas cantidades.

Edmond, sin darse cuenta estaba en cuclillas frente a Lee y se había subido ambas mangas de su camiseta de manga larga, y ya estaba rascándose con intensidad mientras lloraba en silencio.

—¿Lee? —pregunta el con voz estrangulada.

Él contiene el aliento mientras baja la cabeza y mira entre borrones gracias a las lágrimas como sus muñecas ya no son rosas sino rojas y ya no tardan en sangrar. El dolor que el siente es intenso, pero no puede parar, le es imposible.

Cuando sus pulmones piden aliento, suelta el que tenía en sus pulmones y al tomar sale un sollozo desgarrador, muerde sus labios para callarlos, pero le es imposible porque la necesidad de llorar lo está consumiendo. El vuelve a sollozar con más fuerza y más fuerza.

Lee aun llorando detiene sus sollozos y levanta la vista hasta toparse con la coronilla de Edmond. Su cabeza está gacha y ahora está de rodillas. Sus hombros se convulsionan. Su llanto parece más un lamento y su mano derecha se mueve con frenesí. Se ven como gotas de lágrimas caen y golpean el suelo de la habitación.

—Edmond —lo llama Lee, pero él parece no escuchar—. Edmond —repite ella levantando la voz.

El chico sigue perdido en sí mismo, así que Lee asustada se incorpora un poco, toma entre sus manos el rostro escondido de Edmond y la levanta. Cuando él la mira un sollozo sale de nuevo, provocando que su aliento golpee el rostro de Lee. Su aliento tenía olor a gomitas de dulces.

—¿Edmond? —pregunta con lágrimas en sus ojos. Ella se estaba aterrado con ver esa escena.

Cuando Lee baja la cabeza y ve como la muñeca de él ya se encuentra ensangrentada, suelta un gritillo absurdo, suelta el rostro de Ed y toma sus manos, separándolas.

—¡¿Qué haces?! —grita mirando de nuevo hacia arriba. Pero él sigue llorando y sollozando—. Edmond, por favor, para —le suplica. Pero no escucha.

Edmond se suelta del agarre de Lee y comienza rascarse nuevamente pero ahora la muñeca ilesa. Lee lo toma de nuevo, pero de un fácil movimiento se libera y prosigue.

—Te lo suplico Edmond —solloza Lee.

Ed no deja de rascarse ni de llorar, pero sí de sollozar, la mira con detenimiento, como ella entraba en pánico y lloraba de nuevo. Las lágrimas que salía de sus pequeños ojos eran impresionantes. Sus ojos estaban ligeramente rojos y la zona de alrededor estaba ligeramente roja, su nariz pálida.

Edmond detuvo sus manos abruptamente, miró fijamente a Lee que seguía llorando. Dejó él de llorar y la observo, vio como las lágrimas de ella seguía saliendo ahora en muy pocas cantidades, apenas eran unas lágrimas solitarias, pero lloraba.

En ese momento el pecho de Edmond se contrajo en un dolor agudo y se dio cuenta de algo. Era la primera vez que hacía llorar a Lee, jamás lo había hecho. Ambos sabían que no eran los hermanos que más se querían, no solían tratarse bien, si apenas se dirigían la palabra después de ser encerrados, pero Ed jamás había hecho llorar a Lee. Su padre jamás le pidió que la tratara bien, que fuera amable con ella, que fuera educado, y su madre jamás le había pedido que no molestara a su hija, en realidad ellos apenas se volteaban a ver cuando era necesario, y solo se decían un sí o un no, jamás habían llorado juntos, jamás había compartido miedo, ansiedad y desesperación... aunque en verdad si lo habían hecho, pero no se habían dado cuenta, y comenzó cuando fueron encerrados juntos, cuando Lee lloraba ella estaba tan absorta en su propio sufrimiento que no se había percatado que Edmond lloraba en silencio y se lastimaba a sí mismo, mientras que él entraba en estado de trance al escuchar a su hermana llorar que no se daba cuenta de sus acciones, pero esa fue la primera vez que ambos estaban conscientes, tanto de sí mismos como del otro.

A Edmond le temblaban las manos y el cuerpo, pero no lo impidió, solo veía como ella seguía llorando. Su corazón se estremeció de dolor y él sin pensarlo siquiera abrió los brazos, rodeo con estos a Lee y la acercó hacía él. Ambos se quedaron en silencio, pegado cuerpo contra cuerpo, escuchando sus entrecortadas respiraciones.

Con la otra mano la coloca en el sedoso cabello de ella y comienza a acariciarlo con lentitud.

Leeestá de piedra, pero no dura. Conforme pasan los segundos ella comienza aperder el miedo y con sus pequeños y delgados brazos rodea el delgado cuerpo desu hermano y así se quedan por un rato.    

CARA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora