EDMOND Y LEE IV

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El frío le estaba calando hasta los huesos.

Sus dientes castañeaban y su cuerpo temblaba con fuerza.

Conforme pasaba el tiempo, Lee estaba cada vez más fría, sus brazos estaban helados, su nariz se congestionó y su cabeza comenzó a doler.

Miró atentamente a su hermanastro que ahora respiraba de forma tranquila y pausada.

Por un momento su cabeza divagó, preguntándose si él ya se encontraba calentito, si viviría para que sus padres no murieran junto a él; si ella sería capaz de soportar el inminente frío que la estaba consumiendo lenta y silenciosamente.

Luego de rato, en silencio y observando la pálida piel de Edmond. Una curiosidad y ansiedad la embargó, así que hizo lo que quería hacer.

Con la yema de sus dedos helados, los pasó por pasó por sus cabellos que se encontraban en su frente, alejó las puntas del cabello que picaban los ojos cerrados de Ed; sus ojos se movían levemente, avisando de que posiblemente estuviera teniendo un sueño malo o incómodo.

Con la yema de sus dedos helados, los pasó por pasó por sus cabellos que se encontraban en su frente, alejó las puntas del cabello que picaban los ojos cerrados de Ed; sus ojos se movían levemente, avisando de que posiblemente estuviera teniendo u...

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Edmond, al sentir la frialdad de Lee se removió. Movió la cabeza, queriendo alejar la frialdad que lo molestó.

La imagen, la mente y el sueño de Edmond lo estaban preocupando. Se encontraba en su casa, en su habitación para ser especifico, escuchaba a su madre que lo llamaba, así que obedeció. Llegó al lugar de donde provenía la voz de su madre, pero no fue ella a quien encontró, sino a Lee. Estaba en la oficina de su padre, un lugar que ambos tenían estrictamente prohibido a menos de que el hombre les llamara para discutir sobre algo. El caso es que Lee estaba en medio de la habitación, dándole la espalda, y Ed sabía que ella no debería estar ahí.

—Sal de ahí, sabes que a papá le molestará que entres sin su permiso —le reprochó el chico.

Sin embargo, ella no se movió ni un centímetro para salir de ahí y obedecer.

—No estoy de humor, Lee —su voz se escuchaba cada vez más enfadada —. Sal ahora.

Le ordenó, pero ella siguió en el mismo lugar.

Edmond, exasperado por su hermanastra, se adentra a la estancia, la toma del antebrazo y al hacerlo, se percata de que Lee está temblando. Su tacto se sentía frío. No frío, helado. Hace que dé un giro sobre sus talones y casi le da un infarto al ver como su piel está pálida, sus mejillas y nariz rojas y las lágrimas gordas en los ojos a punto de salir de estos.

Le preocupó que estuviera enferma, o peor, que estuviera muriendo.

Por un momento se imaginó a su madre llorosa y destrozada, no sollozando, sino gritando en un funeral de su hija de sangre, a su único soporte más grande de vida. Eso lo torturaba en lo más profundo de su corazón.

—¿Lee? —preguntó. Su tono sonaba entrecortado, preocupado por su estado. Se encontraba asustado y hasta podría llegar al extremo de aterrado.

Los temblores de ella no disminuyeron, al contrario, aumentaron en sobremanera, al punto de pensar que se convulsionaba. Poco a poco, las piernas de Lee perdieron fuerza necesaria y ella perdió el equilibrio, y, sino es porque Edmond loma en brazos ella hubiera ido directo al suelo, golpeándose.

—¡Lee! —grita aterrado por ella, sin embargo ella cierra los ojos y se deja abrazar por él, intentando mantener su cuerpo caliente.

Edmond la abraza, la sostiene entre sus brazos delgaduchos y la protege del frío imaginario pero que en verdad los estaba golpeando de forma cruel, pero intentó protegerla lo mejor que pudo en su sueño.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? —le llega la voz de su padre desde el marco de la puerta.

Edmond mira sobre su hombro y encuentra a su padre sumamente molesto, y también estaba ahí su madre, a la espada del padre, ella los miraba... decepcionada.

Pero eso era lo de menos, era lo que menos importaba en ese preciso momento, lo importante y primordial era la seguridad de ella, de su hermanastra, de su hermana Lee.

Abre los ojos de golpe, encontrándose con el rostro idéntico a como lo había soñado, solo que esta vez, ella tenía los ojos fuertemente cerrados, y no lloraba. ¡NO LLORABA! Algo que le sorprendió al chico.

Se removió de los brazos de ella y salió del lugar calentito que se había creado.

De forma inconsciente, Edmond tomó la cobija y se la colocó a Lee sobre sus hombros desnudos, y como fue capaz la envolvió con esta. La dejó a un lado y permanecieron así hasta que la puerta fue forcejeada un poco y a se abrió por completo.

Había pasado bastante tiempo, pero ellos no lo sintieron, estaban tan absortos en sus pensamientos como también en mantenerse calientes que no sintieron la pesadez del tiempo.

El primero en levantarse fue Edmond. De un brinco se puso de pie, recogió todo lo que estaba en el suelo y lo metió en la primera mochila que estaba a su alcance. Una vez a terminado, sujeta a Lee y la obliga a caminar, a pesar de que ella se encontraba helada, con las piernas temblando y que apenas podían soportar su peso.

Se subieron al automóvil y lo primero que hizo Edmond, antes de dirigirse a su hogar, fue encender la calefacción. Ambos chicos haciendo sonidos con la boca, gimiendo y alegrándose de que al fin tenían un área caliente, terminan por volver a una temperatura adecuada y a final regresan a su hogar. Al hacerlo casi gritan de felicidad de encontrar la casa sola, sin ningún rastro de sus padres.

Parecía que un pequeño rastro d suerte por fin estaba de su lado. Ambos tomaros rumbos diferentes y no volvieron a dirigirse la palabra.



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Perdón por tardar.

Sam

CARA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora