Presente:
Me paso una mano por el cabello, intentando que tome algo de forma, aunque esto no hace más que terminar de despeinarme. Suspiro con fastidio, acomodo la cámara en su trípode, y luego de verificar que todo esté en perfecto orden, empiezo a filmar.
—Mi nombre es Jonathan Sykes, pero prefiero que me digan Joey —comienzo a hablar sin mucha convicción—. Tengo diecinueve años y... —resoplo, sin siquiera completar la frase.
Lleno mis pulmones de aire, y tras unos segundos pensándolo bien, opto por continuar con el vídeo.
—Quizá nadie vea esto y simplemente esté hablando solo, pero supongo que en este punto de mi vida eso es lo de menos —esbozo una pequeña sonrisa—. Y es que antes de acabar con todo necesito desahogarme, contarle mi historia a alguien, o en este caso, a una cámara de vídeo.
La luz roja titila para indicar que sigo siendo filmado.
—Hoy en día la gente se toma a la ligera el concepto de ser diferente, y por muy genial que lo hagan parecer, pocas veces es igual de bueno en la teoría que en la práctica.
Escondo las manos en los bolsillos de mi sudadera gris.
—No sé qué demonios soy y probablemente nunca lo sepa. Después de todo, no creo que exista una persona capaz de explicarlo sin usar adjetivos como "único", ''raro'', "peculiar", o de plano "fenómeno" —vuelvo a tomar aire—. Lo sé sin siquiera preguntar, porque soy capaz de leer mentes como si de un libro se tratara.
Unos segundos de silencio invaden la estancia.
—Si piensas que esto se trata de magia, brujería o ese tipo de patrañas, te equivocas por completo. Basta con concentrarme un momento para saber con lujos y detalles lo que pasa por la cabeza de alguien; aunque por lo general prefiero evitarlo, suelo toparme con imágenes algo... olvídalo.
Me quito la sudadera de un tirón y la arrojo a un lado de la estancia. Acto seguido, observo en la pantalla de la cámara cómo mis ojos se tornan amarillos y un par de enormes alas negras sale de mi espalda.
—Esto me acompaña desde que era niño, y aún no estoy seguro de si considerarlo una maldición o una bendición —trago saliva—. En todo caso, me inclinaría a decir que es un cincuenta-cincuenta.
Aprieto la mandíbula y cierro los puños.
—Como sea, creo que ya he dado muchos rodeos, así que es hora de ir al grano...
Mis padres fueron asesinados durante un viaje a Alberta, Canadá; cuando tan solo contaba con algunas semanas de vida. Y a pesar de que mis recuerdos acerca de ellos son nulos, Charlotte, quien estuvo a cargo del orfanato hasta el día de su muerte, solía decirme que mi madre era una mujer joven y hermosa, con ojos azules, al igual que los míos. Por supuesto, para un niño cuyo mayor deseo es contar con una familia amorosa, o al menos conocer sus orígenes, esa descripción no bastó para satisfacer mi curiosidad.
En fin, como les decía, pasé prácticamente toda mi vida recluido en un orfanato, y puesto que apenas era un bebé cuando perdí a mis padres, no contaba con ningún tipo de identificación o documento legal. En otras palabras, no existo para el gobierno, lo que complicó muchísimo que me adoptaran. Y la verdad es que puedo entender sus motivos, ¿para qué adoptar un niño indocumentado cuando simplemente podían llevarse a uno que diera menos complicaciones? Es cruel, sí, pero no puedo culparlos por pensar de esa manera.
Si bien la vida en aquel lugar no era del todo mala, varias veces sentí cómo me invadía la envidia al ver que poco a poco los demás niños eran adoptados. Sin embargo, con el pasar del tiempo me fui acostumbrando, y en vez de llorar o molestarme por eso, simplemente dejé de sentir.
Día tras día pude observar la misma escena donde alguno de mis compañeros conseguía llamar la atención de alguien, y al cabo de unas horas, ya estaba de camino a una nueva vida. Una vida llena de esperanza, donde podría crecer rodeado por algo más que paredes frías y niños con miedo a quedarse solos. Una vida que, a medida que fui creciendo, supe que jamás tendría.
Recuerdo que pasaba casi todas las tardes caminando por los pasillos de aquel enorme edificio de concreto en busca de un rincón silencioso para poder leer. O en otras ocasiones me dedicaba a hacerle preguntas a Charlotte, quien cuando no se hallaba llena de tareas, respondía a todas y cada una de ellas con suma paciencia. O cuando sentía que mi mundo se venía abajo, amaba subirme al tejado y contemplar el cielo durante varias horas seguidas.
Jamás entendí el motivo, pero siento que estando en las alturas nada puede hacerme daño, y que cuando el tinte rojizo del atardecer termine de cubrir la ciudad, las cosas van a mejorar.
También solía salir al pequeño patio trasero del lugar, buscaba el árbol más frondoso y trepaba con sigilo hacia la rama más alta. Una vez allí, confirmaba que el follaje me ocultara de los demás y me perdía escribiendo, o simplemente leyendo mi poemario preferido: "Versos en el Exilio".
Por lo demás, mis primeros diez años de existencia no tuvieron acontecimientos importantes ni dignos de destacar. Incluso podría decirse que no hubo nada interesante que contar hasta el momento en el que empecé a desarrollar mis poderes. A partir de allí, mi mundo sufrió un cambio radical.
Canción: Child of Burning Time
Banda: Slipknot
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Joey
FantasyPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...