Una semana después
Joey, como de costumbre, se dedicaba a observar todo lo que ocurría en el sótano, a la espera de lo peor. Le habían estado aplicando una inyección diaria de quién sabe qué y temía que en cualquier momento aquellos dementes entraran al lugar y le amputaran alguna parte del cuerpo, tal y como hicieron con casi todos los demás cautivos antes de llevárselos de ahí.
El niño no tenía ni la menor idea del tiempo que llevaba encerrado, y así como desaparecían a algunas personas, cada pocas horas traían nuevas víctimas para ocupar los lugares de las anteriores. Era un ciclo que no terminaba nunca; y a juzgar por la buena organización que tenían sus captores, llevaban un tiempo considerable llevándolo a cabo.
De repente, el sonido de unos pasos bajando por las escaleras rompió el silencio que reinaba en la estancia, y casi de inmediato, todos los prisioneros intentaron esconderse en las esquinas de sus jaulas.
Las pisadas se detuvieron por breves instantes para dar paso al sonido metálico de una cerradura siendo forzada, y con el corazón latiendo al doble de la velocidad normal, Joey vio cómo la puerta se abría lentamente.
Sin embargo, lejos de ser uno de aquellos doctores malvados, esta vez se trataba de una chica de baja estatura, largo cabello negro y bonita silueta.
La chica contempló la escena con una expresión de desagrado en su rostro y avanzó por el sótano, recorriendo cada rincón con la mirada. Fue entonces cuando, gracias a su descuido, tropezó con la jaula adyacente a la del niño y pareció reconocer a su ocupante. Esta última también parecía reconocerla, por lo que hizo acopio de todas sus fuerzas y gateó en su dirección.
—¿Larissa? —exclamó la chica, una vez que pudo observar bien a la prisionera.
El silencio volvió a invadir el sótano, hasta que Larissa decidió responder.
—¿Valentine? —colocó sus manos sobre los barrotes de la jaula—. ¿Eres tú?
Debido a la escasa iluminación el niño apenas podía ver sus rasgos, aunque a pesar de ello, notó que su vecina tenía una silueta delgada y femenina, además de un largo cabello negro que le llegaba a media espalda y terminaba en un mechón rojo. Vestía una camiseta desgarrada que apenas le cubría el torso y un gastado pantalón oscuro con las rodillas rotas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Valentine, sin obtener ninguna respuesta de su parte.
De un momento a otro, Larissa retrocedió horrorizada, gateó hacia una esquina de la jaula y trató de pasar desapercibida. En seguida, todos los demás hicieron lo mismo.
—Allí viene —masculló Larissa, sin apartar la mirada de la puerta—. Siento su presencia.
—¿Quién? ¿A quién te refieres?
—Eso no importa, solo huye —sacudió la cabeza—. Si él te ve, terminarás como nosotros.
Aquellas palabras bastaron para que Valentine dejara de hacer preguntas y optara por prestarle atención al consejo de la prisionera. Se dio media vuelta, e inmediatamente salió corriendo por donde había venido.
Después de que hubieron transcurrido algunos minutos, volvieron a sonar algunos pasos afuera de la habitación, seguidos por el ruido de una cerradura siendo abierta con brusquedad.
—Perdóname, Elena, te juro que nunca quise esto —la voz de uno de los sujetos retumbó por el lugar.
La única bombilla del lugar se encendió, cubriendo todo con un tétrico tono amarillento. En seguida, los prisioneros se acurrucaron contra los rincones de sus jaulas para evitar que los vieran y Joey se limitó a ocultar el rostro entre las rodillas.
Al cabo de unos instantes, la silueta de un hombre robusto y de baja estatura entró con el cuerpo inconsciente de Valentine sobre sus hombros.
—Nunca quise llegar a esto, Evey —sollozó él, abriendo la puerta de una jaula cercana a Joey; y a diferencia de lo habitual, depositó a la chica en el suelo con cuidado de no lastimarla.
Acto seguido, puso un enorme candado para evitar cualquier intento de escape y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Qué miras, maldita Igmis? —gruñó, dirigiendo su atención hacia la jaula de Larissa—. ¿Quieres ser la siguiente?
—Tú solo deja de llorar y sácame de aquí —espetó ella, aferrándose con fuerza a los barrotes.
—¿Crees que puedes hablarme así, zorra? —el sujeto se alejó unos pasos, tomó un delgado tubo metálico con la punta en forma de aguja y lo introdujo entre las rejas para apuñalar a la chica repetidas veces—. Vamos, repite lo que dijiste.
La prisionera dejó escapar alaridos de dolor, y aunque consiguió evadir gran parte de los ataques, poco a poco sus movimientos se volvieron más torpes haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al piso sobre su hombro izquierdo.
—Me envenenaste —balbuceó, tratando de cubrirse el pecho con los brazos.
—Por supuesto que no, si quisiera matarte ya estarías muerta —el hombre le dirigió una mirada de tristeza a la chica que acababa de encerrar, suspiró y salió del sótano.
Larissa se retorcía de dolor, intentando gatear de vuelta hacia un rincón de la jaula. Sin embargo, su cuerpo sufría fuertes y repentinos espasmos cada vez que hacía algún avance considerable.
—¿Estás bien? —le preguntó Joey, atreviéndose a hablar por primera vez desde que lo habían encerrado.
—¿Acaso te parece que lo estoy? —la voz de la chica estaba cargada de rabia, impotencia y agonía.
—Lo siento, pensé que...
—Estoy segura de que ese bastardo me envenenó —lo interrumpió antes de que terminara la frase.
El niño se limitó a observar en silencio mientras ella seguía luchando por no perder la consciencia.
—¿Ahora qué? —atacó Larissa.
—Eso no era veneno —respondió él, señalando en dirección a la camilla—. Utilizó una mezcla de esos calmantes para drogarte.
De repente, la chica fijó sus brillantes ojos verdes en Joey, y sin explicación alguna, se echó a reír, ante la expresión confusa de los demás prisioneros.
—¿Estás...? —el niño estuvo a punto de repetir la primera pregunta, pero supo que solamente obtendría una mala respuesta de su parte—. ¿De qué te ríes?
—De todo esto, de esos imbéciles con complejo de cirujanos, de que durante el tiempo que llevo aquí nadie haya sido capaz de encontrarme, y por supuesto... —dejó escapar una carcajada, para luego continuar—: De Eve —su mirada se posó en la nueva prisionera, quien permanecía acostada sobre el suelo metálico de su jaula—. No puedo creer que...
La frase quedó incompleta cuando, víctima de la medicación, Larissa perdió el conocimiento.
Canción: In Waves
Banda: Trivium
ESTÁS LEYENDO
Joey
FantasyPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...