9 años antes:
Una enorme sensación de envidia recorría el cuerpo de Joey mientras observaba cómo otro de los niños era adoptado por una pareja joven que, al parecer, se encariñó con él de manera inmediata. Y por primera vez, desde que le quitaron la custodia a sus padres, este sonreía de oreja a oreja. Sus grandes y expresivos ojos azules brillaban con emoción, e incluso parecía haber perdido las ojeras que le causaban aquellas largas noches sin dormir por culpa de la tristeza.
—Volveré a visitarte —le dijo a Joey antes de partir, pero él sabía que nadie se molestaba en cumplir esa promesa. Una vez que alguien salía de aquel lugar, no regresaba.
Con lágrimas de rabia asomándose por sus ojos, Jonathan se encerró en su habitación, recostó la espalda de la pared y fue deslizándose hasta el suelo lentamente. ¿Acaso tendría que pasar el resto de su vida encerrado entre cuatro paredes y un techo a la espera de que le tuvieran lástima y lo adoptaran?
Golpeó el suelo con los puños hasta que estos empezaron a sangrar, y cuando el dolor en sus nudillos se hizo insoportable, escondió el rostro entre las rodillas.
—Estoy harto de estar solo —sollozó—. ¿Por qué no puedo tener una familia que me quiera?
Se le hizo un nudo en la garganta, cerró los párpados con todas sus fuerzas, e intentó contar hasta diez para calmarse. No obstante, lejos de lograrlo, un fuerte calor recorrió la piel de sus antebrazos, y antes de darse cuenta, estos estaban envueltos en llamas.
—¡Ayuda! —gritó, corriendo en dirección al baño—. ¡Me quemo!
Abrió la llave del lavabo a su máxima potencia y sumergió los brazos en aquel chorro de agua fría. Segundos después, una espesa nube de vapor inundó la estancia, y una vez que el fuego se apagó, Joey se vio obligado a abrir las ventanas para que entrara algo de aire fresco.
Aún asustado y con la respiración entrecortada, revisó todo su cuerpo en busca de quemaduras, aunque para su sorpresa, era como si no hubiera pasado nada.
«Quizá lo imaginé», pensó el chico, a la vez que se tocaba la piel pálida del antebrazo y comprobaba que no había sufrido daño alguno.
En ese instante, escuchó que la puerta de la habitación se abría de golpe, y a través de ella, apareció la silueta regordeta de Charlotte.
—Joey, ¿estás bien? —preguntó la mujer—. Te escuché gritar —se acercó a él y lo escrutó con la mirada.
—Lo estoy, o eso creo... —el niño entrecerró los ojos, debatiéndose entre contarle lo ocurrido o no—. Mis brazos se incendiaron, pero no me quemé.
Charlotte le dedicó una mirada tierna, besó su frente y lo miró a los ojos.
—De seguro fue otra pesadilla —dijo en tono tranquilizador.
—Pero se sintió tan real... —murmuró él—. Vi el fuego con mis propios ojos, hacía muchísimo calor y... —observó la piel intacta de sus brazos—. Tienes razón, fue un sueño.
—A veces los sueños son tan intensos que parecen reales, a todos nos pasa —la mujer posó una mano en su hombro—. Recuerdo que una vez, cuando tenía tu edad, sentí como si me estuviera ahogando en el mar. Desperté llorando y gritando con todas mis fuerzas. Tardaron horas en calmarme, y te juro que aún me cuesta creer que no haya sido real.
—¿De verdad?
—Sí, me desperté tan asustada que intentaba nadar en mi cama y creía que me iba a quedar sin oxígeno de un momento a otro.
—Yo he soñado que tengo alas de murciélago y puedo volar por la ciudad —Jonathan dudó si seguir hablando o no, aunque la expresión afable de Charlotte le inspiró confianza para hacerlo—. La semana pasada desperté y aún las tenía.
—Eso significa que tienes una gran imaginación y no debes desperdiciarla. ¿Has pensado en ir a la sala de juegos y pintar con los otros chicos?
—No quiero, sé que piensan que soy un bicho raro y no les gusta estar conmigo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Apenas les has dado la oportunidad de conocerte.
—Los he escuchado hablar en el patio, siempre lo han dicho.
Al escuchar esto, la mujer se quedó sin palabras. Sabía que Jonathan estaba en lo cierto y que los demás niños decían cosas horribles a sus espaldas, pero jamás imaginó que pudiera enterarse. Después de todo, nunca socializaba con nadie y pasaba la gran mayoría de las tardes escondido en los lugares más altos del orfanato, allá donde nadie se atrevía a subir.
—Eso no significa que no puedas tener amigos —dijo Charlotte—. Estoy segura de que alguien podrá aprender a apreciarte tal y como eres.
—Todos los que lo hacen son adoptados, Alex era el último y acaba de irse con su nueva familia —recordó cómo hacía menos de dos horas aquel chico tomaba la mano de su nuevos padres, y al igual que las veces anteriores, él también prometía volver a visitarlo; aún sabiendo que las posibilidades eran nulas—. No le agrado a nadie.
—Eso no es cierto, yo te considero mi amigo.
Al escuchar esto, el corazón de Joey se detuvo por unos segundos y sus mejillas se ruborizaron.
—¿De verdad? —murmuró—. Creí que solo me cuidabas porque mi madre te lo había pedido.
—Es cierto, ella me lo pidió, pero fue imposible no encariñarme contigo —la mujer esbozó una pequeña sonrisa—. Te he visto crecer desde que eras un bebé. Te escuché decir tus primeras palabras y sostuve tu mano cuando diste tus primeros pasos. Has sido como el hijo que nunca tuve.
—¿Y por qué nunca intentaste adoptarme?
—No es tan fácil como quisiera, cariño —suspiró Charlotte—. Este orfanato es mi vida y apenas podría dedicarte el tiempo que mereces; pero puedo estar segura de que tarde o temprano alguien verá lo que yo veo en ti, y entonces, te adoptará.
Sin embargo, muy dentro de sí, Joey sabía que eso no iba a ocurrir. Y tenía mucha razón, nunca ocurrió.
Canción: Someone Who Cares
Banda: Three Days Grace
ESTÁS LEYENDO
Joey
FantasyPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...