Nos alejamos de aquel lugar tan rápido como podemos y volamos con rumbo al norte hasta perder de vista al grupo de poseídos que trataba en vano de seguirnos el paso desde el suelo. Después de comprobar que el área esté libre de enemigos y lo bastante apartada como para no atraer a más de ellos, nos atrevimos a descender sobre una azotea para recuperar algo de energía.
—Parece que aquí estamos a salvo, al menos por ahora —dice Larissa.
—Sí, pero no podemos ocultarnos por siempre —gruño—. Y te juro que si otra de esas cosas se me acerca, lo voy a derretir.
—Calma, Jonathan, es inútil destruir el contenedor. La Sombra escapará ilesa, poseerá a alguien más y vendrá por venganza —la chica me da una palmada en la espalda—. No es la primera vez que me enfrento a esto, sé muy bien a lo que me refiero.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es el plan?
—Por los momentos la prioridad es conseguir un refugio lejos de su alcance y creo que conozco el sitio ideal —sonríe—. Ven conmigo.
Acto seguido, Larissa vuelve a emprender el vuelo y me guía hasta un edificio abandonado cerca del centro de la ciudad, el cual parece haber sido un depósito durante sus años de vida útil. La pintura de sus paredes exteriores estaba considerablemente gastada y la poca que quedaba era de color gris.
«¿Estás segura que las Sombras no nos encontrarán acá?» Le pregunto a mi compañera.
«¿No confías en mí?» Su voz resuena en mi mente.
«Es estúpido preguntar eso después de todo lo que ha pasado.»
«Lo mismo te digo.»
Al parecer, mi compañera conoce bastante bien la estructura de aquella construcción, puesto que de manera casi instintiva me dirige hasta el último piso, donde aprovechamos una ventana con el cristal roto para entrar a la construcción sin necesidad de llevar a cabo un aterrizaje.
Una vez dentro, me doy cuenta de que el lugar está peor en el interior de lo que pude haber imaginado. Hay cientos de cajas apiladas una sobre otra, y una capa de telaraña bastante gruesa las cubre. El suelo se halla bajo al menos un centímetro de polvo, y a juzgar por la uniformidad de este, nadie ha caminado por aquí en muchísimo tiempo.
—¿Qué es este sitio? —pregunto, observando los alrededores.
—La tapadera de nuestro verdadero objetivo —indica, avanzando hacia el final del pasillo—. Sígueme.
Aunque a simple vista es casi imposible notarlo, hay un par de ascensores al otro lado del cuarto. Ambos lucen exactamente igual y sus puertas metálicas muestran considerables marcas de óxido y descuido a lo largo del tiempo.
Larissa pulsa el botón de la derecha, y para nuestra sorpresa, este se ilumina y el rechinido de las poleas invade mis oídos. Casi dos minutos más tarde, el elevador llega hasta nosotros, abriendo las puertas de par en par.
Sin embargo, a diferencia de lo acostumbrado, este no es una simple caja rectangular sino que está hecho en forma de cabina transparente por algún material parecido al vidrio y da la sensación de estar al descubierto.
—Creo que prefiero bajar por las escaleras —niego con la cabeza—. Algo de ejercicio no me hará mal.
—Es imposible llegar a nuestro destino por las escaleras. Solo móntate y reza para que los años no hayan afectado los mecanismos de esa cosa.
—¿Qué? —trago saliva.
—Es broma, fueron construidos para aguantar décadas de uso continuo o completo abandono —mi compañera sonríe—. Si no funcionara ni siquiera sería capaz de subir hasta este piso.
—¿Cuándo fue la última vez que alguien se subió a eso y vivió para contarlo? —los chirridos de la máquina me hacían sentir aún más inseguro.
—Hace unos nueve años aproximadamente —la chica se encoge de hombros—. Sea como sea, solo tienes dos opciones: puedes venir conmigo o quedarte afuera a merced de lo que pueda pasarte.
En lo personal, nunca me ha gustado discutir ni pasar demasiado tiempo tratando de que las personas entiendan mi punto de vista, y debido a que en este caso no podía simplemente plantarlo en su mente, decidí acceder.
Con el corazón palpitando a toda velocidad, nos subimos a aquel trasto, Larissa pulsó el botón de bajada y comenzamos el descenso.
—Tranquilo, si sigues así te va a dar un infarto —se burla, recogiendo su larga cabellera negra en una coleta.
—Pasé toda mi vida metido en un orfanato de un solo piso —respondo, sintiendo cómo un temor inexplicable se apodera de mi cuerpo—. La idea de estar encerrado en una caja que puede caer al vacío de un momento a otro no me reconforta.
—¿Eres claustrofóbico?
—Claro que no, no le temo a los sitios cerrados, solo a los ascensores —me tiemblan las manos y me veo obligado a ocultarlas en los bolsillos de mi sudadera.
—Pues tendrás que acostumbrarte, necesitaremos subir y bajar en este cacharro prácticamente a diario.
Nunca he sido muy creyente, pero el solo hecho de escuchar esto me hizo recordar a la perfección los rezos que Charlotte nos enseñaba de niños, y no pude evitar repetirlos en mi cabeza.
—Si esto fuera a caerse, ya lo habría hecho —comenta mi compañera intentando tranquilizarme, pero en lugar de eso, mi corazón se acelera aún más.
—¿Cuánto se supone que tiene que bajar esta cosa?
—Aproximadamente un kilómetro, por lo que te aconsejo que observes el paisaje y dejes de abusar de mi paciencia.
Los siguientes minutos del recorrido los paso mirando las galerías subterráneas que tenemos a los alrededores para distraerme. Estas cuentan con diseños naturales preciosos, e incluso en ciertos puntos se pueden distinguir diferentes tipos de rocas. Es entonces cuando vuelve a mi memoria un libro que había leído acerca de este tema, y para distraerme de aquellos pensamientos nefastos, trato de identificarlas una a una.
De repente, la última pared de piedra se queda atrás y la cabina se detiene suavemente. Frente a nosotros se encuentra lo que aparenta ser una gigantesca área común en muy mal estado. Montones de escombros yacen sobre algunas zonas, y una gruesa capa de polvo cubre todo el piso. No obstante, a diferencia de la parte superior del edificio, aquí sí que hay algunas huellas recientes. Algo que Larissa no nota al momento.
—Esta, mi querido Jonathan, es la antigua base Igmis —indica ella, bajándose del elevador—. Y ahora es nuestra.
—Te equivocas, guapa —gruñe alguien desde las sombras—. Nosotros llegamos primero.
Canción: Here We Are
Banda: Breaking Benjamin

ESTÁS LEYENDO
Joey
FantasíaPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...