Ha pasado casi una semana desde que iniciamos el entrenamiento. Cada uno de nosotros fue llevado más allá de sus límites, y en muchos casos, obligado a esforzarse hasta llegar al borde del colapso. Por suerte, todo el tiempo y energía invertidos permitieron que estuviéramos listos para el combate contra las Sombras al menos una semana antes de lo esperado. Al fin y al cabo, necesitábamos darnos prisa si queríamos impedir que el enemigo siguiera ganando terreno.
Pasamos las siguientes dos noches discutiendo con detenimiento la estrategia que usaríamos durante el ataque, con la intención de que pudiéramos estar tan preparados y coordinados como fuera posible. Por último, cada uno de nosotros recibió un par de uniformes que constaban de un chaleco kevlar, pantalones al cuerpo y botas de combate, todo de color negro.
Termino de ponerme mi respectivo uniforme, me ato los cordones, salgo de la habitación y avanzo hacia la recepción de la base, donde están casi todos los demás Igmis. Solo que, a diferencia de los días anteriores, el sitio está en completo silencio. Probablemente porque muchos están nerviosos, ansiosos o absortos en sus pensamientos.
No es para menos. Hoy es el día para el que tanto hemos trabajado, y a pesar de que repasamos el plan hace unas pocas horas, todos sabemos que la situación puede cambiar drásticamente cuando pasa de la teoría a la práctica.
En ese instante, Miles se abre paso entre la multitud hasta estar situado frente a nosotros, y se aclara la garganta para llamar nuestra atención.
—Primero que nada, debo felicitarlos por sus avances en el pasado entrenamiento —declara el chico con una sonrisa plasmada en el rostro—. Aun así, les recuerdo que el hecho de haber obtenido un dominio considerable de sus habilidades no los hace inmortales ni mucho menos invencibles; por eso les aconsejo que no bajen la guardia ni un segundo cuando estemos cara a cara con el enemigo.
Se escuchan breves murmullos a lo largo del lugar, pero no tardan en callarse.
—Saldremos por el ascensor en grupos de siete, que es su máxima capacidad, y nos reuniremos en el último piso del edificio, cerca de la entrada a la guarida —indica—. Una vez que estemos todos, cada equipo irá junto a su líder a cumplir con lo que se le haya asignado, bien sea ataque o contraataque.
Asentimos al unísono.
—En caso de que alguno no vuelva, quiero agradecerles por el arduo esfuerzo que le han puesto a la misión, y que sepan que su sacrificio no será en vano —Miles levanta el puño—. ¡Muerte a las Sombras!
—¡Muerte a las Sombras! —coreamos al mismo tiempo.
A continuación, un grupo de siete empieza a ascender en el elevador hasta que simplemente desaparece de nuestra vista. Luego de unos cuantos minutos de espera, la plataforma vuelve a descender, y esta vez me toca el turno de ir junto a otros seis Igmis; entre ellos Larissa, quien será la líder de mi equipo.
Sus brillantes ojos verdes se encuentran con los míos por unos instantes, y noto la furia que emana de ellos. Sé que me odia por haber visto una parte tan íntima de su vida, pero justo ahora esa es la menor de mis preocupaciones. Aparto la mirada rápidamente, y el ascensor comienza a moverse con lentitud mientras el miedo me invade.
«Es un aparato seguro, Jonathan», pienso. «¿Qué es lo peor que podría pasar?»
El solo hecho de hacer esa pregunta, trae a mi mente la imagen de la plataforma desplomándose violentamente contra el suelo y los nervios aumentan de forma considerable.
«No vas a caer, la gente se sube a estos artilugios demoníacos todo el tiempo y no muere», intento convencerme. «Lo desconocido no tiene por qué ser peligroso», trago saliva. «Pero la gravedad sí.»
Aprieto los puños con muchísima fuerza y poco a poco mis nudillos se tornan blancos.
«¿Por qué no instalan escaleras hasta la base? Prefiero bajar un par de kilómetros a pie que medio metro en esta cosa.»
Cuando la sensación de pánico está cerca de volverme loco, el elevador se detiene en seco, abre las puertas, y respiro aliviado al darme cuenta de que ya estamos en nuestro destino. En seguida, aparto a mis compañeros para salir de primero y bajo tan rápido como puedo, agradecido porque las poleas no se rompieran y nos enviaran al vacío.
—Solo quedan Miles y algunos de su equipo —indica Larissa, cruzando los brazos—. Tan pronto como lleguen, procederemos con el ataque.
La estrategia es relativamente sencilla, aunque vuelvo a repasarla en mi mente para evitar cualquier tipo de error. Mi grupo se encargará de atacar directamente a la gente poseída mientras el de contraataque viaja al plano onírico para arrancar a las Sombras de sus contenedores. Tal vez esas cosas nos superen en número, pero no pueden defenderse en dos mundos a la vez. O al menos eso dice la teoría.
Después de minutos de espera, el ascensor llega a nuestro piso, abre sus puertas, y sus siete ocupantes; entre ellos Miles, bajan con rapidez.
—Terminó el descanso, chicos —dice él, materializando sus enormes alas negras. Para mi asombro, la tela del chaleco, lejos de rasgarse con ellas, se expande para permitirles salir—. Larissa —agrega, asintiendo—, mi equipo va detrás del tuyo. Los estaremos cubriendo.
—Entendido —contesta la chica, sacando sus alas de murciélago y mirándonos a todos—. Los que estén conmigo, prepárense para volar. Es hora de enseñarle a esas cosas cuál es la especie que manda.
Canción: Red cold river
Banda: Breaking Benjamin
ESTÁS LEYENDO
Joey
FantasyPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...