27-. La Base

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Antes de comprender la situación en la que nos acabábamos de involucrar, observo cómo Larissa materializa unas enormes llamaradas que rodean su brazo derecho y da un paso al frente, lista para el combate. Opto por hacer lo propio y me posiciono junto a ella sin apartar la vista de las partes más oscuras del lugar y así evitar posibles ataques sorpresa.

—¿Por qué no vienes a defender tu territorio, cobarde? —gruñe mi compañera.

«No creo que debamos provocarlo, ni siquiera sabemos cuántos son», envío el mensaje directo a su mente.

«Sígueme el juego y lo averiguaremos en breve», responde ella. Sus facciones permanecen impasibles, negándose a mostrar cualquier indicio de inseguridad o miedo.

—Como quieras —replica nuestro interlocutor, seguido por el sonido de varias pisadas. A continuación, ocurre lo que me temía. Estamos rodeados.

Gracias a la luz que emite el fuego nos damos cuenta de que al menos unas veinte personas nos vigilan desde distintos ángulos, haciendo que el único espacio libre sea la cabina en la que descendimos.

—¿Qué son? ¿Vampiros? ¿Licántropos? ¿Volaveks? —pregunta mi compañera.

—No creo que estés en la posición adecuada para hacer preguntas —se burla el dueño de aquella voz, avanzando un metro hacia nosotros—. Aunque si eres quien creo que eres, deberías ser capaz de reconocer este uniforme.

Entonces podemos verlo mejor. Tiene rasgos rústicos, ojos café y el cabello castaño claro le llega a los hombros. También trae puesto un peculiar uniforme negro, compuesto por pantalones al cuerpo, botas de combate y un chaleco Kevlar sin mangas.

—Espera —los ojos de Larissa adquirieron brillo—. También son Igmis.

—Tú lo has dicho —el chico asiente.

—¿Y qué hacen encerrados en la antigua base? Hace mucho que Edmonton no tiene nada positivo para ofrecerle a nuestra especie.

—El rumor acerca de la presencia de las Sombras se extendió, y cuando comprobamos que era cierto, vinimos a librar la ciudad de ellas. Solo que la cosa se complicó más de lo esperado y este sitio terminó siendo nuestra base de operaciones. ¿Y a ustedes qué los trae por aquí?

—Exactamente lo mismo: la motivación de echar a esas cosas y recuperar el territorio que una vez fue nuestro.

—¿Y planeaban encargarse de todo por su propia cuenta? —sonríe—. Por supuesto que nada puede salir mal si dejas el destino en manos de una princesita y su novio.

—Que me consideres una princesa no significa que no pueda patearte el culo —Larissa frunce el ceño—. Y que él y yo trabajemos en equipo no quiere decir que seamos pareja.

—Como quieras —el tipo se encoge de hombros—. Es irrelevante si están o no están juntos, lo importante ahora es que podemos llegar a un acuerdo.

—Explícate.

—No es mi intención subestimarlos, pero saben tan bien como yo que es imposible que venzan a cientos de esas cosas siendo únicamente dos Igmis. Por otro lado, nosotros somos una cantidad mayor y nos sería útil reclutar personas con experiencia —hace una pausa—. ¿Qué dicen?

Giro la cabeza hacia mi compañera a la espera de alguna respuesta de su parte, y me doy cuenta de que sigue reflejando una expresión neutra en su rostro.

—¿Por qué deberíamos confiar en su palabra? ¿Cómo sabemos que luego de que esto acabe no querrán desecharnos?

—Si llegaron hasta acá enteros significa que saben defenderse. Y tras una guerra como la que está por iniciar, es casi seguro que los que quedemos en pie solo queramos tranquilidad.

Una respuesta pobre, en mi opinión.

—Eso no responde mi pregunta —reclama Larissa—. ¿Qué nos garantiza que no nos harán nada después de que logremos limpiar la ciudad?

—Inmunidad. Les daremos inmunidad vitalicia y buenos cargos entre los nuestros, así nadie se atreverá a tocarlos —al ver que ambos permanecemos en posición de ataque, el chico agregó—: Y lo pondremos por escrito.

—Eso suena más creíble —la chica apaga las llamas que rodean su brazo y extiende la mano hacia nuestro interlocutor, que la estrecha con firmeza—. Trato hecho.

—¿Qué hay de ti? —el líder del otro bando se voltea en mi dirección—. ¿Aceptas?

En ese instante, sé que solo tengo dos opciones viables. La primera es acceder y unirme a su grupo. La segunda es rechazar la oferta e irme por donde vine. Y aunque lo último que quiero es verme envuelto en cualquier tipo de problema, mis ganas de saber cuál será la conclusión de esto son mucho mayores.

—Acepto.

—Bien —el chico estrecha mi mano con firmeza—. Ahora, por favor, pasen. Estábamos a punto de pulir los detalles finales de nuestra estrategia de ataque.

Nuestro interlocutor se dirige nuevamente a la oscuridad, a lo que los sujetos que nos rodean lo siguen y Larissa y yo hacemos lo propio. Entramos a un ancho pasillo con paredes rocosas, y sus luces empiezan a encenderse de forma gradual, facilitando así el avance.

—Por acá —indica el hombre corpulento que va al frente, al mismo tiempo que señala una puerta con el índice.

Obedecemos sin dudar, y esta nos conduce al interior de una amplia sala que, a diferencia de todo lo anterior, tiene las paredes cubiertas de gigantescas piedras blancas y el suelo hecho de granito. En el centro del lugar se halla una mesa grande y ovalada de color negro rodeada por varias sillas del mismo color, ocupadas por los demás sujetos que vimos con anterioridad.

—Tomen asiento, por favor —dice el líder. 

Hacemos lo que nos solicita, y cuando estamos bien acomodados en nuestros puestos, este comienza a hablar. Bajo la luz blanca de las bombillas, luce más joven que hace unos minutos. Como mucho es un par de años mayor que yo.

—Primero que nada, lamento el susto del principio. Corren tiempos difíciles para nuestra especie y cualquier precaución es poca.

—No hay problema, lo entendemos —Larissa asiente—. Pero antes de proseguir, no estaría mal saber quiénes son y cómo planean encargarse de las Sombras.

—Me parece justo —se pasa una mano por el cabello—. Mi nombre es Miles y soy el líder de los Igmis restantes. Nos iremos conociendo a medida que transcurran los días.

—Nosotros somos Larissa y Jonathan —nos presenta mi compañera que, al cruzar miradas conmigo, agrega—: Pero él prefiere ser llamado Joey.

Siento cómo todas las miradas de la estancia se posan sobre nosotros y escondo las manos en los bolsillos de mi sudadera.

—Dicho esto, es hora de coordinar cómo recuperaremos Edmonton —Miles nos dedica una sonrisa—. Y ahí entran ustedes.

Canción: Sign of the Times

Banda: Three Days Grace

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora