Luego de casi una semana caminando de día y volando de noche, finalmente había logrado llegar a la provincia de Ontario, donde me vi obligado a continuar la marcha completamente a pie para evitar que alguien me viera surcando los cielos y fuera a contárselo a la prensa.
Faltaban unos pocos kilómetros para llegar a la frontera con Estados Unidos, y una vez allí, esperaría hasta la madrugada para poder volar sobre el control fronterizo. Después de todo, al no tener documentos ni identificación corría el riesgo de ser detenido por la policía de migración y volver al orfanato, o aún peor, terminar en la cárcel.
Una vez superado este obstáculo, conseguiría un sitio sencillo donde quedarme y alguna manera de alimentarme durante la búsqueda. Tomaría algo de tiempo, y por lo tanto, necesitaba estar preparado.
A pesar de no tener demasiada experiencia a la hora de usar mis alas, se me hizo muy fácil, y solo me tomó un par de caídas aparatosas para desarrollar una técnica aérea tan efectiva, que al final terminó siendo tan natural como usar las piernas.
«Si el hambre no me mata, de seguro lo hará este frío tan bestia», dije para mis adentros, escondiendo las manos debajo de las axilas.
Llevaba dos horas avanzando sin parar y mi cuerpo aún no terminaba de entrar en calor.
«Si estuviera solo, podría encender algo de fuego para mí», pensé, a la vez que me abría paso entre la gente.
En el orfanato, el mes de noviembre se caracterizaba por ser helado, aunque no se comparaba con el clima gélido de diciembre. La nieve caía en tales cantidades que Charlotte no nos dejaba salir al patio y tenía que conformarme con permanecer encerrado en mi cuarto mientras que los otros niños correteaban por los pasillos.
Ahora, a diferencia de ese entonces, ya no tenía una cama caliente donde dormir ni un sistema de calefacción decente. Y para empeorar las cosas, a pesar de tener un dominio total del fuego, no podía demostrarlo en público, o de lo contrario llamaría la atención de las demás personas.
—Definitivamente, esto tiene que ser parte de una novela barata —murmuré, tiritando del frío—. Aunque de ser así, espero que el escritor no me deje morir congelado.
Eran aproximadamente las seis de la tarde y comenzaba a anochecer, al mismo tiempo que los faros y luces de varios negocios se encendían de forma gradual para dar paso a la vida nocturna de la ciudad.
Cientos de chicos pasaron junto a mí, algunos en pareja, otros en grupos grandes; aunque todos con el objetivo claro de salir de fiesta. La gran mayoría costeándosela con el dinero de sus padres.
«Si los míos siguieran vivos, ¿habría terminado siendo como uno de ellos?», reflexioné, observando al grupo de chicas que tenía al frente.
Los adultos no se quedaban atrás, pero estos eran mucho más discretos que los jóvenes y hacían menos escándalo a la hora de circular por los alrededores. Por supuesto, nunca faltaba el payaso que se dedicaba a hacer el ridículo para hacer reír a los demás. Hablaba tan fuerte que, aún faltando media cuadra para que pasara junto a mí, podía escucharlo perfectamente, y hacía chistes tan estúpidos, que sus acompañantes reían solamente por educación.
No obstante, cuando escruté su mente, me di cuenta de que hacía esas estupideces porque se sentía muy solo y quería algo de atención.
«Tranquilo, no eres el único que se siente así», envié el mensaje directo a su mente.
En seguida, el hombre se quedó callado, nuestras miradas se cruzaron por un momento, y le dediqué una sonrisa de cortesía. Él me la devolvió, y como si nada hubiera sucedido, continuó con sus payasadas.
«Ten una linda noche», agregué, antes de seguir mi camino.
A medida que me aproximaba hacia el centro de la ciudad, la multitud aumentaba su número y la música a todo volumen se hacía presente en cada esquina que recorría.
Aceleré el paso tanto como pude para alejarme de aquel ambiente ruidoso, y al cabo de unos cuantos minutos de huida, conseguí llegar a las calles más apartadas. Estas, a diferencia de las anteriores, estaban prácticamente vacías, y sus pocos transeúntes las cruzaban en estado de alerta, rápido y sin siquiera fijarse en mi presencia.
«Justo lo que necesitaba.»
Luego de asegurarme de que nadie estuviera viendo, me quité la sudadera de un tirón y la enrollé alrededor de mi cintura. A continuación, materialicé mis alas y las agité para alzar el vuelo.
«Ahora solo debo ir hacia el lado opuesto de las luces y llegaré a la frontera un par de horas antes del amanecer.»
Mientras surcaba los cielos, contemplé el paisaje que se encontraba debajo de mí. Los cientos de luces que iluminaban la ciudad que acababa de dejar atrás, los frondosos bosques que la rodeaban, el movimiento de los vehículos a lo largo de las carreteras... Eran pequeños detalles que por lo general pasaban desapercibidos, pero que contemplados desde esa posición resultaban fascinantes.
A su vez, la sensación de adrenalina que me generaba tanta altura le daba un toque mucho más adictivo al asunto. Por lo que fue un poco molesto tener que aterrizar al entrar a Estados Unidos.
—Al menos lo logré en tiempo récord —sonreí, escondiendo las alas y volviendo a ponerme la sudadera.
La primera parte del plan había sido completada a la perfección y lo único que quedaba era lo más difícil: localizar a April.
Canción: Bring me to Life
Banda: Evanescense
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Joey
FantasyPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...