31-. Otra estrella en el cielo

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A diferencia de lo que me esperaba en un principio, el entrenamiento avanza rápido, y en menos de tres días, todos los miembros del grupo somos capaces de desdoblarnos a voluntad y movernos por el plano astral sin complicaciones.

No obstante, ahora que conseguimos dominar el uso de las habilidades motoras, aún falta la otra parte del entrenamiento: los poderes mentales.

—Debo admitir que progresaron a una mayor velocidad de la que Larissa y yo calculamos —afirma Miles, dedicándonos una amplia sonrisa, a lo que ella se limita a asentir—. Solo queda reforzar lo que muchos ya dominan, telepatía y telekinesis —se rasca la nuca—. Formen parejas con la persona que tengan más cerca para poder empezar y esperen las instrucciones.

Los demás sujetos no tardan en juntarse con quien tienen al lado, y puesto que somos un número impar, quedo por fuera.

«Tranquilo, yo seré tu compañera», la voz de Larissa resuena en mi cabeza.

En seguida, la chica avanza en mi dirección y se posiciona frente a mí.

—Perfecto, ahora vamos a ponernos a prueba por turnos —indica el líder—. Uno de ustedes tratará de entrar al subconsciente de su compañero y este hará lo posible para repelerlos. Lo repetirán hasta el cansancio, y luego de perfeccionarlo, cambiarán los roles.

Asentimos al unísono, y cada pareja se pone de acuerdo acerca de cómo proceder.

—Atacaré primero —advierte mi compañera—. Sé que nunca has hecho esto y que quizá sea un concepto muy nuevo para ti, pero no esperes que muestre consideración —se truena los nudillos—. Solo visualiza un muro blanco en tu mente, y hagas lo que hagas, no lo dejes derrumbarse, eso debería mantener a la mayoría de los enemigos a raya.

—¿Qué pasa si cae? —pregunto.

—Entraré en tu cabeza y conocerás lo que es la tortura psicológica hasta que estés a punto de enloquecer o logres echarme —se acomoda el cabello detrás de la oreja—. Solo una persona ha logrado esto último, así que te aconsejo evitar que sea necesario.

Antes de que pueda responderle, siento un fuerte mareo, seguido por un extraño dolor en las sienes; y allí me doy cuenta de lo que ocurre. El ataque ha empezado.

De inmediato, imagino un gigantesco muro blanco. Está hecho de rocas extremadamente resistentes, y es tan alto que ni siquiera puedo ver su final. Aun así, no tarda en estremecerse con brusquedad.

«Qué buenos reflejos, Jonathan», reconoce la voz de Larissa desde dentro de mi cabeza. «Pero ni siquiera creas que hemos terminado.»

La base del muro tiembla de manera descontrolada, haciendo que este se agite de un lado a otro como si estuviera hecho de materiales ligeros.

«Concéntrate», me ordeno a mí mismo.

Algunas de las piedras principales se desprenden por la fuerza de las sacudidas, y aunque trato de evitarlo, son seguidas por el resto de la estructura.

De repente, aparezco en el interior de un amplio cuarto de hospital. Frente a mí se encuentran dos personas, alguien acostado en una camilla y un chico que le sostiene la mano entre las suyas. La luz del sol entra por la ventana que se halla al fondo y un leve olor a desinfectante flota en el aire.

No pasa mucho tiempo hasta que noto que quien está en la camilla es April, y el que le sostiene la mano soy yo. Estamos dentro de mis recuerdos.

—No digas eso, por favor, hay esperanza de que te recuperes —digo con un hilo de voz.

—Fueron dos hemorragias internas en menos de una semana, Joey —la chica mira a mi otro yo, y noto que sus ojos han perdido el brillo y la vitalidad que poseían hasta hacía muy poco. Su piel ha adaptado un tono excesivamente pálido, y el cabello le cae desordenado encima de gran parte del rostro—. Quizá no pase de esta noche.

—Lo harás, siempre lo haces —hago un gran esfuerzo para no romper a llorar.

—Esto es lo que quería evitarte —se muerde el labio inferior con fuerza—. No mereces sufrir por una chica que tiene los días contados.

—No se trata de lo que merezcamos o no, April. Tú tampoco mereces estar así.

—¿Y entonces de qué se trata, Jonathan?

—De que eres a quien quiero, por muy complicada que se ponga la situación.

Al decir esto, veo cómo dos gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas.

—Deberías irte ahora, nadie va a culparte si lo haces —se aferra a las sábanas con fuerza—. No sigas perdiendo tus energías conmigo.

—¿Y qué pasa si te mejoras?

—Sabré que hice lo correcto al dejarte ser libre.

—No quiero ser libre, no sin ti.

—Solo quiero lo mejor para ti —afirma ella, sonriendo. A pesar de su estado, sigue siendo hermosa—. Sé feliz, hazlo por los dos.

—April...

—Promételo, Joey, promete que serás feliz.

—Eso es imposible si te vas.

—La gente enferma y muere, el mundo no se detendrá por eso —niega con la cabeza—. Podrás superarlo antes de lo que crees.

—Lo dices como si fuera muy fácil.

—¿A quién le importa si se apaga otra estrella en el cielo?

—A mí me importa.

Permanecemos en silencio por unos instantes, sin poder hablar nada ni vernos a la cara. Las lágrimas bajan por nuestras mejillas, y a pesar de que me niego a admitirlo, algo me dice que este es el fin; aunque no el fin de nuestra relación. Si no de algo que me cuesta explicar en palabras: el fin de algo imposible de recuperar.

Entonces, un hilillo de sangre sale por la nariz de April, que lo limpia rápidamente con el dorso de la mano, intentando ocultarlo de mi vista.

—Lo siento, no quiero que esta sea la última imagen que tengas de mí —se disculpa, y mientras habla, otro hilo de sangre surge por la comisura de sus labios—. Espero que me recuerdes como cuando aún estaba decente.

—Sigues estando hermosa —aprieto su mano, y ella me devuelve el apretón.

—Eres un maldito terco, Jonathan; y eso me estresa —esboza una sonrisa casi imperceptible—. Sé que no debería decirlo a la ligera, aunque es probable que no tenga otra oportunidad —el monitor que vigila los latidos de su corazón empieza a pitar con más velocidad—. Espero que no me tomes por loca, pero te amo muchísimo.

—Yo también te amo —murmuro, sintiendo un nudo en la garganta que me dificulta articular las palabras—. Te amo demasiado.

De improviso, los pitidos cesan, y son reemplazados por uno solo mucho más estable. Uno que no varía.

Se ha ido.

April se ha ido para siempre.

Una mezcla indescriptible de sentimientos me invade, y al igual que en aquel momento, no sé cómo reaccionar. Algo en mi interior quiere gritar. Otra parte necesita echarse a llorar. Y una última solamente desea irse a dormir y no volver a despertar.

De repente, y sin explicación alguna, vuelvo a estar de pie en el medio de un pasillo completamente blanco. No obstante, esta vez observo que no se trata de mi mente.

Es la de Larissa.

Canción: One More Light

Banda: Linkin Park

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora