«Ayúdame, por favor», suplicó Joey para sus adentros.
Desde que lo encerraron en aquella jaula no había un momento del día en el que no repitiera esa plegaria con la esperanza de ser escuchado por alguien más. Aunque, a medida que pasaba el tiempo, comenzaba a perder las esperanzas de ser rescatado.
«Por favor, sácame de aquí», repitió con un poco más de fuerza.
El hambre hacía que la migraña fuera cada vez más fuerte, y el hecho de estar encerrado en un espacio tan pequeño le causaba dolores por todo el cuerpo, haciendo así que su desesperación por huir aumentara de forma considerable.
«¿Quién eres?», una voz masculina retumbó en su cabeza.
El niño permaneció callado por pocos segundos, sopesando qué sería mejor: responder y asumir el riesgo de que fuera una trampa o permanecer en silencio y dejar todo en manos del destino. No obstante, la emoción de pensar que sus súplicas hubieran sido escuchadas lo venció y se inclinó por la primera opción. Después de todo, no tenía mucho que perder.
«Soy Joey, por favor, ayúdame».
Las esperanzas del niño casi se vieron frustradas al oír varios pasos en el piso de arriba seguidos por las voces de sus captores, quienes intercambiaron algunas palabras que no alcanzó a distinguir.
Por un momento creyó que planeaban bajar al sótano para continuar con sus experimentos, pero cuando escuchó cómo cargaban una escopeta, se dio cuenta de que en realidad iban a salir de cacería.
Si así era y la persona que le había respondido se encontraba en las inmediaciones, su única vía de escape corría peligro.
«¡Rápido, escóndete!», ordenó Joey mientras que el sonido de las pisadas se iba alejando.
«¿Qué ocurre?», inquirió el otro chico, sonando un poco confundido.
«¡Corre, no dejes que te vean!»
Dicho esto, hubo un silencio absoluto y durante los siguientes minutos, en los que el niño no se atrevió a emitir ningún otro tipo de pensamiento por miedo a que lo descubrieran, se hicieron eternos.
Sin embargo, luego de aquella interminable espera, volvieron a oírse algunos pasos en el interior de la casa; solo que esta vez, a juzgar por el sonido, se trataba de una sola persona. Una que caminaba tratando de no hacer ruido, como si temiera ser detectado...
«¿Sigues allí?», preguntó Joey, deseando obtener una respuesta positiva.
«Sí, vine a ayudarte. ¿Dónde estás?»
«Debajo de ti».
«¿Debajo de mí? ¿A qué te refieres?»
"En el sótano", quiso decir el niño; aunque por alguna razón, la capacidad de seguir comunicándose por el pensamiento se fue de la misma manera que había venido y el mensaje jamás llegó a su objetivo.
Ahora solo le quedaba esperar a que aquel desconocido lo hubiera entendido, fuera capaz de encontrarlo a tiempo, y más importante aún, que tuviera la suficiente rapidez como para que los cirujanos no dieran con él.
—Estoy perdido —murmuró, dándole una fuerte patada a la jaula.
Para su sorpresa, tras un par de minutos sin enterarse de nada, la puerta del lugar se abrió, y a través de ella, apareció la silueta masculina de su salvador que, de manera inexplicable, sostenía una brillante bola de fuego en su mano. ¿O quizá se trataba de una ilusión óptica? Fuera como fuera, las supuestas llamas se extinguieron antes de que detallara bien la escena.
El chico observó la estancia con una expresión de incredulidad en su rostro para después detenerse frente a la jaula vecina, donde se hallaba aquella chica, Larissa. A continuación, se inclinó hacia adelante, respiró hondo, cerró los dedos alrededor de los barrotes y consiguió doblarlos lo suficiente para poder sacarla.
—Chris —musitó ella, al darse cuenta de lo que ocurría.
El sujeto no respondió al momento, sino que extendió la mano para ayudarla a reincorporarse.
—Espérame aquí —le indicó, caminando hacia otra jaula.
Aplicando la misma estrategia, logró liberar a su ocupante, y este, en un mejor estado que Larissa, lo ayudó continuar con el rescate.
«Estoy a la derecha», susurró Joey al ver que su salvador miraba en todas las direcciones, probablemente buscándolo.
Esta vez sí pudo hacerle llegar el mensaje, y en breves instantes, Chris ya estaba frente a él. En seguida, este puso las manos en los barrotes, apretó la mandíbula, e hizo una abertura lo bastante grande como para que el cuerpo regordete de Joey pudiese pasar sin problemas.
—Gracias —dijo el niño, dedicándole una sonrisa tímida.
—No te preocupes por eso —su salvador apoyó la rodilla derecha en el suelo para poder estar a su altura—. Ahora necesito que salgas corriendo de aquí. ¿Recuerdas cómo llegar a tu casa?
Joey asintió.
—Perfecto, quiero que tomes un autobús hasta allá y no te detengas a hablar con nadie —le entregó un billete de diez dólares—. ¿Entendido?
Se limitó a asentir como respuesta, y acto seguido, el chico llamó a una de las personas recién liberadas. Se trataba de una mujer de unos veinte años, con el cabello rubio ceniza y rasgos delicados.
—Gracias por venir a buscarnos, creí que...
—No me lo agradezcas, ahora soy yo quien necesita tu ayuda —Chris la interrumpió.
—¡Por supuesto! ¿Qué debo hacer?
—Asegúrate de que llegue sano y salvo a su casa —señaló al niño con el índice—. Es lo único que te pediré a cambio.
Dicho esto, la mujer asintió, tomó a Joey de la mano y salieron juntos del sótano.
Canción: Get Out Alive
Banda: Three Days Grace
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Joey
FantasyPoco antes de suicidarse, Joey decide grabar un último vídeo de desahogo, donde cuenta cada una de sus experiencias, e incluso los secretos que tanto había ocultado desde que era un niño. Sus poderes mentales, sus enormes alas negras, su pirokinési...