20°- Cien Flores

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Mahiru se arqueó en un grito ahogado a la embestida brusca y sin nada de cariño. Había perdido la cuenta de las veces que su cuerpo quedaba marchito y asqueado por las manos que lo recorrían, ojos que lo veían como depredador, y boca que desgarraba su piel sin misericordia.

Su llanto, hace meses que se habían secado en los gritos desgarradores cuando perdió el sentido de su vida. La única persona que le orientaba en su travesía.

La perdió para siempre.

— Estuviste tenso hoy.

Palabras que se formaban como ecos en el cuarto de diminutas paredes. Lugar que podía llamar hogar, y al mismo tiempo, el infierno que él mismo cultivó.

Llevó su mirada, luego del golpe en la puerta al ser cerrada, al velador. En él, un fajo de billetes amarrados en un elástico era la recompensa por su buen actuar. Pero sabía que dicho dinero era tan sucio como el lugar en el que estaba. Y tan maldito como el día en que decidió aquello...

Luego de horas de permanecer con la mirada en el techo, decidió salir del cuarto, hacer oídos sordos a las demás habitaciones y salir del claustrofóbico lugar.

Su rutina de meses, era ir a las cinco de la mañana al parque -una cuadra lejos de su hogar- y esperar el amanecer. Maravillarse con el astro rey despertando e iluminando su existencia. Y recordándole el qué hacía allí, sentado y esperando ... quién sabe qué.

Esa respuesta, por muchos meses no tuvo sentido. Hasta que un día comenzó a notar un cambio. Un obsequio, un regalo...

Una flor.

Ahora parecía un idiota caminando ese tramo al parque, y anhelando una flor en la banquita siempre solitaria del parque. Siempre distinta, siempre con un moño en cinta azul. Dejada cuidadosamente sin ninguna nota, y a la vista de todos, pero esperándolo a él.

Por semanas se preguntó si aquel detalle era para otra persona, y la dejaba olvidada hasta el día siguiente, y ver una flor distinta ocupando el lugar de la anterior que ya había sido robada por otra persona.

Entonces, aquello se convirtió en una carrera contra el tiempo. Si él era el primero en ver la flor, ¿por qué no tomarla y admirarla? De todas formas, alguien más lo haría luego que él partiera. Y un sentimiento de egoísmo le embargaba.

La primera flor que tomó en sus dedos fue una Margarita. Irónico. Porque era una flor que representaba pureza. Lo que menos tenía en ese momentoPero después de un tiempo dejó de tomarle importancia al significado, y pensó en la importancia de maravillarse por las fragancias, y recordar momentos agradables.

Hasta ese día.

En la banquita de siempre había un Girasol . Se sorprendió por un momento al ver la enorme flor, y por primera vez, una nota en ella.

"Esta me recuerda más a ti..."

Instintivamente, Mahiru buscó a sus alrededores alguna persona, pero a esa hora, hasta las palomas dormían. Y el parque estaba en una calma ya conocida.

Pero sonrió.

Algo en aquella nota le hizo feliz y esbozar la primera mueca de satisfacción, y una alegría que quería competir con el sol.

...

A la mañana siguiente, Mahiru se miró al espejo para acomodarse la gorra y una bufanda gris, y ocultar una magulladura en su mejilla izquierda. Afuera el clima estaba sin ápice de querer iluminar. Estaba nublado, y la noche anterior una tormenta azotó la ciudad... y su cuarto.

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