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Cuando Robert Novák se disponía a salir rogándole a su hija que no dijera de momento nada a su madre de todo aquello, Zuzana se dirigió a él con el gesto preocupado

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Cuando Robert Novák se disponía a salir rogándole a su hija que no dijera de momento nada a su madre de todo aquello, Zuzana se dirigió a él con el gesto preocupado.

— Tienes que contárselo todo a mamá inmediatamente. Será mucho peor si acaba enterándose por la policía. 

— No puedo hacerlo, sería un golpe tremendo para ella. Podría recaer.

— Eso nadie lo sabe. Recuerda lo que el oncólogo nos dijo en la ultima revisión. Lo único que podemos hacer es rezar por ella y esperar que evolucione de forma favorable.

— La he defraudado, le he fallado — dijo su padre moviendo la cabeza de un lado a otro con los ojos llenos de lágrimas—. Ella no se merece esto.

Zuzana permaneció callada. No encontraba ninguna palabra de consuelo para su padre. El futuro se presentaba bastante negro. Quizá debería ir a ver a Jungkook di Silvestri e interceder por su padre, explicándole lo ocurrido. Pero, dada la experiencia que había tenido con él en el pasado, no le pareció una buena idea. Recordó como se vio obligada a aceptar su invitación para cenar con él aquella noche. Era el jefe de su padre, además del cliente más importante de su clínica veterinaria. Fue una noche fatal donde todo salió mal y se sintió abochornada. Desde entonces había procurado siempre ir a Halston Hall cuando sabía que Jungkook no estaba allí. Se sentía muy incomoda en su presencia. 

Y no era que él hubiera sido grosero con ella, todo lo contrario. Nunca había visto un hombre más educado y amable que él. Tampoco podía acusarle de haber tratado de acosarla, pues no había vuelto a invitarla otra vez desde aquella noche. Pero había siempre una actitud irónica en su expresión que la hacia sentir mal cuando estaba con él, como si fuera un simple juguete en sus manos. Nunca había entendido por qué la había invitado a salir con él esa noche. Después de todo, ella no se parecía en nada a esas mujeres elegantes y espectaculares con las que él acostumbraba a salir.

Jungkook tenia fama de ser un mujeriego empedernido y ella lo sabía. Su anterior ama de llaves, Stella Smithers, era vecina de sus padres y les había contado muchas cosas de él, de las fiestas salvajes que montaba en Halston Hall y de las mujeres de vida fácil que llevaba a ellas para diversión de sus invitados, todos hombres ricos y poderosos. Se habrían podido llenar muchas páginas en cualquiera de esas publicaciones sensacionalistas de la prensa. Ella misma había visto más de una vez a al señor di Silvestri rodeado de varias mujeres en actitud provocativa y podía dar crédito a los rumores que corrían sobre que se acostaba a menudo con dos mujeres a la vez.

Por eso no podía comprender por qué la había invitado a salir con él en aquella ocasión. Ella no pertenecía a su mundo, militaba en otra liga, tanto por su estatus social como su aspecto físico, y estaba firmemente convencida de que nada bueno podría surgir de una relación tan desigual. Era de la opinión de que las personas debían relacionarse sólo con las de su misma clase social sin intentar traspasar sus fronteras. Su propia madre era un buen ejemplo de ello. Había tratado, de adolescente, de saltarse esas reglas y había pagado un alto precio por su atrevimiento.

Ésa había sido seguramente la causa del fracaso de aquella noche. Jungkook la había llevado a cenar a un restaurante exclusivo y ella se había dado cuenta, nada más llegar y ver al resto de las mujeres que había allí sentadas, de que no iba vestida apropiadamente para la ocasión. Él había tenido que traducirle la carta, cuyos platos estaban escritos en idiomas extraños para ella. Se había pasado toda la cena muy nerviosa, tratando de saber cuál era el cubierto adecuado para usar en cada plato, y al final se había sentido avergonzada al ver que se estaba tomando el postre con una cucharilla en vez de el contenedor como Jungkook. 

Pero lo peor había sido después, cuando, después de darle un beso, la había invitado a pasar la noche en su apartamento. Jungkook di Silvestri era mas que rápido con las mujeres, él era un huracán. Aquella proposición la había herido en lo más profundo de su orgullo de mujer.

¿Daría ella la imagen de ser una mujer fácil capaz de acostarse con un hombre sin apenas conocerle?

Sí, el beso había estado sensacional, tenia que reconocerlo. Pero la turbadora sexualidad en la que se había puesto envuelta, sintiendo su cuerpo tan cerca del suyo, la había hecho recapacitar, llegando a la conclusión de que había sido una experiencia peligrosa que no debía de volver a repetir. Su orgullo y su dignidad le impedía tener una aventura con un hombre tan poderoso y que tenia aquella fama de mujeriego. Una relación tan desigual no podía acabar bien de ninguna manera. Si se hubiera acostado con Jungkook esa noche, sólo habría sido una más de sus conquistas y seguramente no hubiera vuelto a saber nada más de él.

En todo caso, había renunciado a volver a tener cualquier otra experiencia similar con un hombre y había preferido llevar una vida más tranquila, y sin complicaciones. Sólo lamentaba que esa decisión le privase de poder tener alguna vez un hijo. Adoraba a los niños y, desde que era adolescente, había soñado con ser madre. Ahora, a sus treinta años la castaña veía con tristeza que su sueño quedaba cada vez más lejos y tenia que contentarse con sus dos sobrinitos. 

Por otra parte, canalizaba todos sus afectos de madre frustrada en aquellos animales que cuidaba con tanto amor y dedicación. En alguna ocasión, había pensado en tener un hijo y criarlo sola, pero había desechado en seguida la idea al considerar que, con lo ocupada que estaba, no podría dedicarle el tiempo necesario para educarlo debidamente. Creía que un hijo necesitaba de la figura de un padre que estuviera a su lado y ella no era capaz de ofrecerle tal cosa. 

A la mañana siguiente, después de haber pasado la noche casi en blanco, se dirigió a la clínica veterinaria, donde estuvo examinando al único paciente que había. Un gato con una enfermedad hepática.

Después de aplicarle el tratamiento de rutina, se dirigió a la sala de urgencias donde se encontró de todo. Desde un pez de colores más muerto que vivo, hasta un perro al que le tuvo que poner un bozal para poder curarlo, pasando por un loro aparentemente sano que estaba mudando el plumaje.

Había pasado la noche despierta pensando en su padre. Sharon, su madre, no había telefoneado. Eso significaba que su padre no había tenido el valor suficiente para contarle a su esposa el lío en que se hallaba metido. Sintió mucha pena pensando en el dolor que sentiría su madre cuando se enterara de la noticia. Siempre había estado muy unida a ella.
Tenia muy pocas esperanzas de que su idea de ir a hablar con Jungkook di Silvestri pudiera ayudar en algo a su padre. Después de todo, ¿por qué iba a estar él dispuesto a ayudarla? Pero tenía que intentarlo. Era lo menos que podía hacer por su familia. Por muy escasas que fueran las probabilidades de conseguirlo, valía la pena intentarlo. Sabia que Jungkook había llegado a Inglaterra la tarde anterior. Le daba pánico sólo con pensarlo, pero sabía perfectamente que era la ocasión ideal para ir a hablar con él.

the heir | jeon jungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora