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El día siguiente, martes, era el día que tenía programado para ir a hacer un chequeo de rutina a las yeguas de la cuadra de Halston, así que decidió aprovecharlo para cumplir con su objetivo. Cada vez que salía, solía llevar con ella a la mitad de su pequeña jauría de perros. Lo hacía por turnos. Aquel día iba con Johnson, un pastor escocés con tres patas y un solo ojo a consecuencia de un terrible accidente que había tenido con una cosechadora, Dozy, un galgo de carreras que sufría narcolepsia y se quedaba dormido en cualquier parte, y Hugs, un perro lobo enorme que se volvía muy asustadizo en cuanto estaba lejos de ella.
Jungkook, que llegaba en ese preciso momento a Halston Hall en su deportivo de lujo, supo enseguida que Zuzana estaba allí al ver a los tres zarrapastrosos animales al pie del portón de la entrada a las cuadras. Sonrió viendo aquel grupo tan peculiar, ya familiar para él, y de preguntó una vez más por qué aquella mujer se tomaba tantas molestias con aquellos animales que nadie quería. Era un conjunto realmente patético. El viejo perro lobo gemía con un niño grande y llorón, el galgo parecía a punto de quedarse dormido en medio de un charco y el pastor escocés se arrimó lleno de miedo a la pared, al escuchar el sonido del motor de su coche, a pesar de que estaba a bastante distancia de él.
Mientras Perkins, su mozo de cuadra, se acercaba a saludarlo, Jungkook clavó la mirada en aquella menuda mujer que estaba revolviendo su bolsa de veterinaria para encontrar la vacuna que le iba a poner a la yegua. Su belleza clásica y pura le recordó a las vírgenes de los maestros italianos del Renacimiento. La inmaculada textura de su piel, sus delicadas facciones y su boca carnosa y seductora colmarían las fantasías eróticas de cualquier hombre. Y por si fuera poco, sus ojos ponían la mirada en aquel cuerpo tan perfecto. Eran de un gris pálido tan brillante como la plata a la luz del día. Y su pelo castaño, largo y lizo, que llevaba siempre recogido en una cola de caballo, era como una cascada llena de vida. Nunca la había visto maquillada ni vestida de forma ostentosa, pero su cuerpo esbelto y sus curvas seductoras no necesitaban ningún complemento para resaltar su atractivo natural.
Con sus pantalones bombachos y sus botas de montar, y aquella chaqueta raída que llevaba, que debería haber tirado a la basura hacía ya tiempo, Zuzana ofrecía la antítesis de la imagen de las mujeres con las que acostumbraba a salir. Él había sido siempre un perfeccionista y sus éxitos en la vida y su dinero habían contribuido a acentuar aún más esa tendencia natural en él. Le gustaban las mujeres sofisticadas, arregladas y vestidas con el máximo esmero. No era de extrañar que, cada vez que veía a Zuzana Novák, se preguntase qué era lo que le atraía de aquella mujer. ¿Sería simplemente porque le había rechazado una noche, sentenciándole a darse una ducha de agua fría en lugar de saciar su deseo mutuo en la cama tal como él había planeado? Porque, aunque ella lo negara y tratara de ocultarlo, sabía que la atracción era mutua. Se había dado cuenta por la forma en que ella le había estado mirando disimuladamente durante toda la cena aquella noche y porque, desde entonces, cada vez que se cruzaba con él, trataba de esquivarlo y de no mirarlo a los ojos.
Una de dos, o había tenido una amarga experiencia que le había hecho aborrecer el sexo o tenía una seria incapacidad para relacionarse con los hombres.
En cualquier caso, comprendió que seguía sintiendo el mismo deseo por ella cuando contempló aquellos extravagantes pantalones bombachos que marcaban, pese a todo, los delicados contornos de sus muslos y su trasero. Desnuda debía de ser una pura delicia. Sintió una cierta picazón en las piernas.
— ¡Per l' amor di Dio! —Se dijo, descontento consigo mismo. Él no era un hombre que se contentase con mirar, era un hombre de acción. Quedarse insatisfecho no iba con su estilo. Después de todo, ella no era su tipo, pensó tratando de consolarse. No tenía más recordar la forma en que se había presentado en el restaurante aquella noche, con aquel vestido negro que parecía la lona de una tienda de campaña, y lo callada que había estado. Igual que ahora, que parecía estar fingiendo no haberlo visto, tratando de demorar al máximo el tener que ir a saludarlo.
Zuzana se sintió casi paralizada ante la proximidad de Jungkook di Silvestri. Había estado observando la actividad frenética de todo el personal de la finca para asegurarse de que todo estuviera en orden cuando su jefe llegase y apenas había escuchado el motor de su Ferrari entrando en la mansión. Mientras la mayoría de las personas habrían elegido un todoterreno para transitar por aquellos caminos polvorientos, Jungkook iba a todas partes con aquel espectacular deportivo de lujo.
Zuzana volvió la cabeza lentamente y miró a Jungkook mientras el saludaba a los demás del personal. Fue sólo una décima de segundo, pero bastó para sentirse abrumada por su presencia. Era un hombre terriblemente atractivo. Tanto que, incluso un par de años después de aquella desafortunada cita, seguía sintiendo la misma fascinación por él. Excepto por una pequeña marca en la sien, tenía facciones perfectas y varoniles. Su cuerpo era escultural y atlético. Iba vestido informalmente, pero aún así estaba tan elegante como si acabase de llegar de una pasarela de modas.
La ropa se adaptaba perfectamente a su cuerpo, realzando la anchura de sus hombros, la estrechez de sus caderas y la musculatura de sus largos y poderosos muslos. Tenía el pelo igual de negro que siempre, pero lo llevaba más corto, y lucía un bronceado espléndido. Una nariz elegante y estrecha, unos pómulos arrogantes y una boca sensual completaban la imagen de aquel hombre que atraía a su paso la atención de todas las mujeres.
Zuzana trató de abstraerse de aquellos pensamientos para concentrarse en lo que le iba a decir sobre su padre. El hecho de que siguiese en libertad era señal de que aún no habían identificado a los autores del robo.
— Novák... —Exclamó Jungkook suavemente tratando de llamar su atención, harto ya de que fingiese no verlo.
Ella se volteó hacia él muy nerviosa y sonrojada. Era la única persona que no le llamaba por el nombre.
— Señor di Silvestri...
Jungkook se quedó gratamente impresionado de que al fin hubiera aprendido a pronunciar su nombre correctamente sin tartamudear ni arrancarse en cada sílaba como los borrachos. Eso sí, había preferido seguir llamándole por el apellido, a pesar de que él le había pedido repetidas veces que lo llamase por su nombre. Sin duda, era una forma de mantenerse a distancia. Sabía bien lo reservada que era. Perkins, el mozo, se acercó y le pidió a Zuzana consejo sobre lo que debía hacer con un semental que tenía un tendón lastimado y no estaba respondiendo bien al tratamiento a base de bolsas de hielo y vendajes. Ella decidió acompañarlo a los establos para examinar al caballo.
— Deberías haber consultado a Novák el mismo día que el animal sufrió el percance —Comentó Jungkook entrando de repente a la cuadra.
Zuzana acabó de curar al animal y se dispuso a salir lentamente del establo esperando que Jungkook, por una vez, le dirigiera la palabra cuando ella realmente lo deseaba, pues quería hablarle del asunto de su padre. Pero él no pareció dispuesto a entablar ninguna conversación con ella, así que, armándose de valor, alzó la barbilla muy digna, se aclaró la voz y lo miró fijamente.
— Tengo algo que decirte, Jungkook...
Jungkook fijó sus ojos negros y brillantes en ella sin poder ocultar su sorpresa de que, por primera vez, le hubiese llamado por su nombre. Ella trató de ocultar su rubor apretando con fuerza la bolsa de los medicamentos que llevaba en la mano. Podía ver, por su mirada irónica, que estaba tratando de adivinar la razón de aquel cambio tan repentino.
— Estaré contigo en un instante —Replicó él con su voz profunda y oscura, acariciando las palabras.
A Zuzana se le hicieron eternos aquellos segundos de espera mientras sujetaba a los perros junto al portón de la entrada.
Y lo peor de todo era que aún no sabía realmente lo que iba a decir.